Tania Adam -Barcelona | Diciembre y enero son meses de propósitos, despropósitos, recopilatorios y vistas a atrás y adelante. Estamos a punto de dejar atrás el 2015 y no consigo, por más que me lo proponga, acometer mi gran propósito de parar, de detenerme. Todo va tan deprisa, me veo arrastrada por la corriente. Mira que pretendo hacer un stop intentando meditar o pensando en entregarme en cuerpo y alma al yoga, pero es que tampoco tengo tiempo.
Admito que soy víctima del ritmo virtual y vital de nuestros tiempos y me pregunto si es posible que alguien detenga el tiempo por mí. No sé quién, me encantaría saber quién podría ser es ese “ser” con tanto poder porque nos haría un favor a unos cuantos. Vivimos inmersos en velocidades contrapuestas y difíciles de gestionar. Todos tenemos ganas de llegar rápido no sé a dónde y nos olvidamos de ver el camino por donde vamos, y cuando llegamos nos damos cuenta que la mochila, o bien está vacía, o está llena de cosas que no nos hacen falta para nada.
El estrés diario nos atrapa y sinceramente, no tendría que hacerlo, porque al final, pongas donde pongas el acento de tus vivencias, en el mundo virtual o físico, más del 80% de las cosas que nos preocupan no tienen importancia, y el 99% de ellas necesitan una cocción lenta. No obstante caemos en la falsa creencia que las cosas son de hoy para mañana obviando que todo requiere su tiempo, lo que me hace pensar que le he hemos perdido el respeto al tiempo y a la paciencia.
Realmente tendríamos que hacer un cambio de chip, descolonizarnos de nuestra percepción lineal del tiempo. Y ese cambio no pasa sólo por hacer yoga o meditación; pasa por pararnos, pensar y ver si realmente merece la pena dejarse llevar por las velocidades en las que estamos inmersos. ¿Realmente merece la pena? ¿No se puede llegar de otra manera? Y, ¿hay que llegar? ¿No es mejor disfrutar del camino?, ¿Se puede? Estoy segura de que si todos aflojáramos el acelerador llegaríamos a vivir mejor.
Permitidme compartir estas reflexiones, un tanto facilonas pero también profundas, porque este es el momento en el que miro de nuevo a África, como no, y la miro con cierta nostalgia y admiración pensando que aunque vivas en una gran ciudad inmerso en las velocidades impuestas: tráfico, bullicios, contaminación, prisas (nada que no conozcamos de primera mano)… Todavía existe un cierto respeto por el tiempo, y entiendo que es porque la cosmovisión del mundo es algo diferente. El tiempo es fluido y se deja que las cosas respiren, en ocasiones demasiado. Sin embargo se intenta estar en contacto con la Tierra porque se entiende que somos uno más y que estamos de paso.
Pero lo que no deja de sorprenderme es esta extraña relación en la que Occidente coloniza también con sus tiempos y los occidentales para huir de esta presión echen mano la filosofía de otros, porque sus culturas no tienen herramientas para saber detener el tiempo. Tenemos múltiples opciones a lo largo del mundo. Personalmente me doy cuenta que introducir en mi vida los brebajes asiáticos como el súmmum del bienestar no me sirven, prefiero echar mano de la filosofía africana, incluso caribeña, muy bien reflejada por un anuncio de un licor ; no hay que tomarse la vida tan en serio.
Foto: Viviane Sassen, serie Parasomnia
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