Tania Adam - Barcelona

Christina Sharpe, en su texto In the Wake: On Blackness and Being [In the Wake: sobre la negritud y el ser], habla de la estela de la esclavitud para entender la vida y la muerte de las personas negras en nuestro presente. Afirma que el pasado no siempre reaparece para romper el presente; sino que es una toma de posición. Por lo que, en ningún caso, podemos identificarlo como un pasado cronológico.

Esa idea es extremadamente poderosa porque habla de cómo los desastres cotidianos actuales están ligados a la insistente exclusión negra y su negación ontológica desde la modernidad. A lo largo de ese texto, menciona como algo clave que lo personal funciona “para relacionar las fuerzas sociales que afectan a una familia concreta y específica con las de toda la población negra; para lamentar e ilustrar el modo en que nuestras vidas individuales se ven siempre arrastradas por la estela producida y determinada, aunque no de forma absoluta, por las secuelas de la esclavitud”. [1]

Sharpe entiende la microhistoria como un ejemplo autobiográfico, como dice Saidiya Hartman: «no es una historia personal que se repliega sobre sí misma; no se trata de mirarse el ombligo, sino de intentar ver el proceso histórico y social y la propia formación como una ventana a dichos proceso”. [2] Su lectura constata ese poder de la microhistoria para reformular la Historia —con mayúscula— y generar conocimiento. Este es un poder que me ha atrapado desde 2017, cuando realicé en La Virreina Centre de la Imatge de Barcelona un programa titulado “Microhistorias de la diáspora: experiencias «encarnadas» de la dispersión femenina”, que buscaba que la pequeña historia diera cuenta de algo mucho más grande, incontrolable y desbordante. Me fascina este método de conocimiento que desplaza el gran relato de la historia, cuestionando los contenidos, miradas y lenguajes dominantes desde perspectivas singulares y poniendo el cuerpo en el centro. Este ejercicio también supone acercarse a la vida cotidiana para subvertir los principios seculares que categorizaron a unos como hombres y a otros como primitivos, semi-hombres expulsados de la humanidad.

Giovanni Levi, [3] hace una clara analogía para entender la microhistoria: es como utilizar un microscopio, se modifica la escala de observación para ver cosas que, en una visión general, no se perciben. Mirando a una escala reducida y específica, como en un laboratorio, se pueden plantear preguntas y respuestas generales que tengan relevancia en otros contextos y realidades, abriendo la posibilidad de vincular procesos y entrelazar perspectivas de muy distinta índole. Un ejercicio arduo cuando no se dispone de información. Saidiya Hartman resuelve este conflicto con la fabulación crítica, es decir, propone la reconstrucción ficcional para dar cuenta de los huecos y vacíos en el archivar de la historia de las personas afectadas por la violencia racista y, en particular, la ejercida contra las mujeres negras durante la esclavitud.

Carlo Ginzburg desarrolla otra propuesta de microhistoria que intenta recuperar los problemas desde «la perspectiva misma de las víctimas». Ginzburg afirma que es imposible comprender el espacio de las realidades mentales o culturales de una sociedad, sin partir de la división esencial entre culturas hegemónicas y culturas subalternas, entendiendo estas últimas como las culturas de los sectores marginalizados y las clases inferiores de las sociedades marcadas por la división del trabajo y el contexto de producción colonial. Contextos que han moldeado individuos subalternos sin historia ni voz, alienándoles hasta minimizarles, sobre todo cuando se trata de mujeres pobres y negras. Si bien esas mujeres cada vez emergen con más fuerza apelando a su estado de subversión, hablando sin cadenas de las reglas sociales y reclamando a la mujer como fuente de vida, poder y energía, una voz atemporal viene de la mano de la microhistoria interseccional, y desde lugares y perspectivas muy dispares. Las microhistorias cuestionan las versiones historiográficas y aportan visiones de la vida cotidiana, de las luchas, del placer, el sufrimiento, los sueños, el deseo o la salud mental; y, sobre todo, ponen de manifiesto cómo las violencias de la esclavitud y la colonización emergen en las existencias contemporáneas.

 

Lara Sousa Kalunga

 

El diálogo con las ancestras – Kalunga
Lara Sousa

Pocas personas conocen a Carolina Noémia Abranches de Sousa Soares, una poeta que nació en pleno periodo colonial, el 26 de septiembre de 1926 en Catembe, al otro lado de la bahía de Maputo, capital de Mozambique. Noémia de Sousa es una de las poetas más destacadas del ámbito lusófono, una luchadora cuya arma siempre fueron las palabras. Empezó a trabajar y a publicar poemas desde muy joven, y prefería publicarlos en periódicos, semanarios, revistas y folletos políticos, ya que de esta manera llegaban mejor a manos de les mozambiqueñas negras, a las que quería despertar y abrir los ojos frente a la opresión portuguesa. Su resistencia contra la ocupación colonial dio sentido a su vida y obra. Quería que sus poemas fueran fotocopiados y repartidos de mano en mano. De hecho, tuvieron una amplia difusión de forma manuscrita, llegando a ejercer una influencia vital en la formación de la conciencia nacional de Mozambique. Pero su infancia, marcada por la prematura muerte de su padre, nunca la abandonó.

“Aquella casa de madera, con una gran baranda tipo colonial, era un punto de partida, un lugar de encuentro… Aquella casa me marcó para el resto de mi vida. Mi padre era un intelectual y mi madre era casi analfabeta, pero tenía toda la riqueza de una cultura… En aquella casa podías encontrar a intelectuales o al pueblo…. aquellas mujeres que sabían que allí vivía Milidansa (el nombre de mi madre), que a su vez era hija de Belenguana, de Maputo, y en la casa de la hija de Belenguana habían de ser acogidas. Comencé a escribir poesía como un hecho no planificado. Sucedió porque, al fin y al cabo, en nuestra sociedad todo reposaba sobre la mujer. La mujer era la esclava del esclavo y vivía de ese modo en la sociedad. Con todo, ella ejercía influencia en la sociedad, porque ella era la que criaba a los niños, era el centro de la familia y, sobre todo, era sobrecargada de trabajo. Yo sentí mucho eso. Vivía en mi casa con muchos hermanos, primos y otros familiares, mucha gente en casa y todo giraba alrededor de mi madre, viuda. Perdí a mi padre a los 8 años y era la más chica de seis hermanos. Y ella era el padre y la madre de la familia. Y no era la única…”.
En 1951, sus actividades en contra del régimen colonial la llevaron al exilio en Portugal. Casi veinte años más tarde, en 1975, tras la independencia Mozambique, su obra poética comenzó a estudiarse en las escuelas, entonces ella ya era un mito. En 1984, cuando regresa por primera vez a Maputo, fue a visitar su casa en Catembe, pero decide no quedarse y vuelve a Portugal, donde viviría hasta su muerte, en diciembre de 2002, un año después de la publicación de su poemario Sangue Negro, el cual reúne 49 de sus poemas escritos entre 1949 y 1952.

Kalunga es un cortometraje en honor a su vida, producido por Lara Sousa, su sobrina nieta, años después de su muerte. En la película, Lara dialoga con la poesía de su tía abuela, y plantea cuestiones como el retorno al país de origen o la necesidad de ese retorno. En estos diálogos emerge el espíritu resiliente de su tía abuela a través de los versos de Sangue Negro, el lugar donde residen las comisuras de su lucha. El video es una invitación a viajar a través de los recuerdos familiares, desde un lugar lejos de casa, desde Cuba. Lara es conducida por sueños enigmáticos a cumplir un ritual de nacimiento espiritual, un ritual de Palo Monte, una religión afrocubana de origen bantú procedente de la región del Congo, que la llevará junto a su tía muerta de regreso a Mozambique.

El trabajo de Sousa trasciende la búsqueda de una identidad, para desligarse de la historia personal que se repliega sobre sí misma. Tal como dice Saidiya Hartman, es una ventana a los procesos sociales e históricos donde se cruzan la vida de Lara Sousa con la de Noémia de Sousa, quien la impulsa a regresar a sus orígenes. Es una microhistoria en toda regla. Tal como afirma Danúbia Tupinambá Pimentel en su texto Kalunga: uma saudação à ancestralidade: “queda una mirada a la familia, motivada esta vez por el alejamiento de su tierra, el autoexilio que experimenta cuando viaja para estudiar y que, en cierto modo, recuerda los exilios de su tía abuela, Noémia de Sousa, uno forzado por las circunstancias políticas debido a las luchas por la independencia y, en otro momento, cuando decide no vivir más en Mozambique”. [4]

[1] In the Wake: On Blackness and Being. Christina Sharpe. Duke University Press, 2016.
[2] «Fugitive Dreams of Diaspora: Conversations with Saidiya Hartman». Patricia J. Saunders. Anthurium: A Caribbean Studies Journal, 2018.
[3] Giovanni Levi es une de les promotores de la microhistoria, junto a Carlo Ginzburg.
[4] Danúbia Tupinambá Pimentel, Kalunga: uma saudação à ancestralidade.

 

Kalunga
Dirección: Lara Sousa
Producción: Matheus Mello
Fotografía: Guillermo Argueta
Sonido: María Alejandra Rojas Garavito
Montaje: Juliano Castro

 

Texto publicado originalmente, el 23 de junio, en la revista Terremoto.

 

***

Tania Safura Adam (Maputo, 1979) | Investigadora social. Fundadora y editora de Radio Africa Magazine. Autora de “Voces Negras: Una historia oral de las músicas populares africanas”. Alter ego musical: Safura @taniasafuraadam

Share
[ssba] x

Comentarios

No hay comentarios Radio Africa

LogIn

  • (will not be published)