“La negritud antes del amanecer” es el prólogo del libro “El final de la negritud” de Debra J. Dickerson (Oriente y Mediterráneo, 2019)
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«Hacia 1470, el 83% de los esclavos en Nápoles eran africanos [subsaharianos]. También había esclavos africanos en Sicilia … La percepción de inferioridad que se tenía [de ellos] se estaba convirtiendo en parte del folclore cultural de Europa. El racismo italiano (y el europeo emergente) había sido expuesto por William Shakespeare en Otelo, escrita en 1604. El hecho de que el racismo fuese un tema de esta importante obra muestra que las ideas racistas relativas a los africanos debían de haber llegado ya a Inglaterra. La literatura isabelina estuvo repleta de negros lascivos y degenerados. Los moros que salían en las obras de teatro isabelino antes de Otelo eran únicamente personajes tontos o malvados … Tales personajes se utilizaban para satisfacer los gustos dramáticos de aquella época, según los cuales el color de un hombre revelaba su villanía».
JOSEPH L. GRAVES[1]
«No hay nada tan cierto escrito en el libro del destino como que estas gentes han de ser libres. Tampoco es menos cierto que las dos razas, igualmente libres, no pueden vivir bajo el mismo gobierno».
THOMAS JEFFERSON, Autobiografía, 1821[2]
«—Válgame Dios. ¿Hay alguien herido?
—No, que va. Han matado a un negrata.
—Bueno, es una suerte, porque a veces la gente sufre daños».
MARK TWAIN, Huckleberry Finn, 1884[3]
«¿De verdad cree usted que un negrata es un ser humano?».
CLAY HOPPER, gerente del equipo juvenil de la Liga Menor de los Dodgers de Brooklyn, al director general que le ordenó entrenar a Jackie Robinson, primer jugador negro importante de la Liga Mayor de Béisbol, 1946[4]
Writer Debra J. Dickerson (Photo by Marion Ettlinger/Corbis via Getty Images)
Los americanos, blancos y negros, han olvidado lo que se pensaba de los negros en América antes del movimiento por los derechos civiles. Están lejos de comprender hasta qué punto era frecuente y profunda la incredulidad de los blancos acerca de la humanidad o igualdad negras, por no mencionar que dicha incredulidad no solo estaba consagrada por la costumbre, sino por la ley. Algunas versiones de la pregunta de Clay Hopper han circulado en el discurso religioso, civil, científico, artístico, político y jurisprudencial americano desde que algunos colonialistas anónimos se dieron cuenta por primera vez de que los trabajadores africanos no remunerados, al carecer de protectores, podrían convertirse en esclavos durante periodos cada vez más largos, incluso de por vida. No había manera de lograr ese objetivo sin definir y tratar a los negros en oposición directa a la forma en que los blancos se definían y trataban entre sí. Cuatro siglos después, ¿por dónde comenzará América a desentrañar la maraña de la raza en la que todos ellos están atrapados, blancos, negros, pieles rojas, amarillos y trigueños?
«Las formas actuales de hablar sobre la raza —explica el filósofo K. Anthony Appiah— son el residuo, el detritus, por así decirlo, de formas anteriores de pensar; por eso es más fácil entender el debate contemporáneo sobre la “raza” como el pálido reflejo de un discurso más vigoroso que floreció en el siglo xx»[5]. Tal discurso, sin gran parte del barniz pseudocientífico, floreció también en Occidente durante los siglos xvii, xviii y xix. (De no ser así, no habría existido necesidad de la Guerra Civil americana, por ejemplo, para poner fin a la controversia). Hoy día, cualquier conversación sobre la raza se lleva a cabo en un terreno alimentado por muchas generaciones de suposiciones, disculpas, quimeras, mentiras, falacias y percepciones de las que ningún americano puede estar completamente libre, sobre todo si las niega o no es consciente de ellas.
Durante siglos, fue a menudo ilegal tratar a los negros como seres humanos, y no digamos como ciudadanos, un hecho a menudo subestimado en los programas de Historia de la nación americana. A principios de 1990, una abogada experta en derechos civiles se sorprendió de que los cadetes de la Academia Naval de Estados Unidos a los que enseñaba historia de los derechos civiles desconocieran y se negaran a creer que Jim Crow era un sistema de leyes que se aplicaba a rajatabla, y no mera insolencia blanca hacia los negros. Los mejores y más brillantes, incluidos los negros, no comprendían que el racismo formaba parte del pensamiento de los americanos tanto como la democracia. Pero América no comenzó de esa manera, a pesar de que la esclavitud la precedió. Al margen de que los negros se sientan mejor o peor, y los blancos más o menos culpables, lo cierto es que el racismo era una opción, en gran medida económica. Thomas Sowell escribe:
Salvo para la servidumbre por deudas o la servidumbre como castigo, el proceso … ha consistido por lo general en esclavizar extranjeros … Durante siglos … era … legítimo para los cristianos de Europa occidental esclavizar a los «paganos» de … Europa del Este, y pasó mucho tiempo tras la conversión de Europa al cristianismo antes de que la Iglesia Católica terminara con la farsa … Qué extranjeros esclavizar no era una cuestión de ideología racial, sino que se basaba en consideraciones prácticas en cuanto a disponibilidad … al igual que los obstáculos legales y militares … La esclavización continuada de poblaciones determinadas se hizo menos frecuente con el ascenso de los poderosos Estados nación, porque pretender la esclavización en masa de sujetos de un imperio poderoso era arriesgarse a la guerra. La consolidación de los Estados nación … redujo el número de lugares desde los cuales la gente podía ser capturada y esclavizada …
Globalmente, el tráfico de esclavos se llevó a cabo por comerciantes como los venecianos, los griegos y los judíos en Europa; los chinos de ultramar en el sudeste de Asia; o los árabes, que desempeñaron un papel como comerciantes y saqueadores en África … No hacía falta una política nacional ni una ideología racial … solo la existencia de un pueblo vulnerable … La esclavitud floreció en la antigua Grecia y Roma sin ninguna ideología racial … La esclavitud se basaba en el propio interés y la oportunidad, no en la ideología …
Pueblos habitualmente esclavizados podían ser despreciados y tratados con desdén … pero no existía una relación de causa a efecto … A pesar de que en el mundo islámico no había ninguna base religiosa para el racismo, a la esclavización masiva de subsaharianos … siguió [énfasis añadido] un desprecio racial hacia los negros en Oriente Medio que no había sido detectado en las relaciones anteriores de los árabes con los etíopes. Asimismo, en Occidente, el racismo fue promovido por la esclavitud, y no al revés. Tanto en América del Norte como en Sudáfrica, solo se recurrió a los fundamentos racistas de la esclavitud después de que fracasaran los fundamentos religiosos … A menudo, no hacía falta … ningún razonamiento[6].
África, el continente menos urbanizado tanto entonces como ahora, permaneció presa de la esclavización masiva cuando otros países dejaron de estarlo, simplemente porque se había quedado indefensa[7], no porque se pensara a priori que los africanos eran seres inferiores. Una de las esposas de Moisés era «etíope», la antigua palabra griega para africano[8]. La logística (África subsahariana es el único lugar conveniente para obtener esclavos) se convirtió en ideología (los negros son esclavos por naturaleza: los enclenques). El racismo antinegro fue el subproducto, no la causa, de la esclavitud. El racismo fue una innovación que incrementó el valor mercantil del modelo básico al devaluarlo como ser humano.
Los americanos no suelen saber que los europeos, especialmente los de los países sureños —y en particular los marinos y comerciantes traficantes de esclavos italianos y portugueses—, elaboraron el patrón para la estructura que adoptarían la esclavitud y las actitudes racistas en América del Norte. Antes de que hubiera ciencia, los primitivos cristianos solo disponían de la «ley natural» para analizar su mundo y veían «todas las cosas como creadas por Dios con un propósito en la jerarquía de la naturaleza», escribía Joseph L. Graves. «¿No era el africano una bestia de carga, entregada por la Divina Providencia para trabajar en beneficio del europeo noble y cristiano?», se pregunta retóricamente en su defensa[9]. Buscando una explicación religiosa de las diferencias evidentes entre europeos y no europeos, así como una justificación para su tratamiento de los negros, los europeos del sur promulgaron y refinaron, entre 1520 y 1655 aproximadamente, la teoría del «poligenismo», una creencia en el origen totalmente separado de cada raza (la raza se distingue por la fisonomía y el color de la piel).
Caín, después de haber sido expulsado por Dios, tuvo que haberse casado con una mujer que no fuese descendiente de Adán y Eva, ¿verdad? Como la repulsa creció entre los italianos ante la presencia de tantos africanos en su país, pensadores como Giordano Bruno conjeturaron que, o bien Dios había creado Adanes aparte (lo que hace imposible que etíopes y judíos tengan un origen común), o los africanos eran anteriores a Adán, con toda la vileza que eso entraña. Naturalmente, tal forma de pensar daría lugar a intentos de prohibir la mezcla racial, así como a la aparición de las primeras nociones de separatismo racial como algo de origen natural, celestial. Hacia finales de aquel período, el asqueado pero clarividente italiano Lucilio Vanini planteó que los africanos tenían que ser descendientes de los simios y que anteriormente habían sido cuadrúpedos. Como la xenofobia se extendió por el norte y el oeste, en 1655 el protestante francés Isaac de la Peyrère cerró el bucle lógico al postular que los preadamitas poblaron África, Asia y el Nuevo Mundo. Todo lo cual, por supuesto, plantea la cuestión de la existencia misma de las «razas», haciéndolas mutuamente excluyentes, no coincidentes, sino ramales biológicamente determinados y separados de pueblos muy diferentes y organizados jerárquicamente. Con lo cual, tales pensadores asumieron la existencia de razas y siguieron un camino hacia atrás para «probarlo». Enfrentados con «otros» tan visiblemente diferentes a ellos, los blancos quedaron atrapados en el cenagal de su propia imaginación, pese a estar a caballo entre la era de los descubrimientos (occidentales) y el comienzo de la Ilustración.
A medida que los europeos, y la esclavitud, se expandían por el Nuevo Mundo, el pensamiento racista se expandió con ellos. Esto no quiere decir que hubiera unanimidad de opinión sobre el tema. El problema era que «al tratar de responder a estas preguntas [respecto a la humanidad y la moralidad de los negros], los blancos de la época [colonial] hicieron lo que hacían siempre a la hora de aclarar la situación y la definición de los negros: consultaron entre sí (una práctica que sigue siendo demasiado frecuente hoy en día)»[10]. No debería inferirse, sin embargo, que los negros fueran pasivos, que se limitaran a rezar a su Dios (Jesús) y a sus dioses (los blancos) para ser liberados. Se dedicaron a la resistencia activa —el espionaje, el sabotaje, los incendios, el subterfugio (el futuro jefe rebelde Denmark Vesey fingió epilepsia durante años), favoreciendo e instigando todo tipo de actividades prohibidas, dilaciones en el trabajo, desafíos manifiestos, asesinatos, pleitos, grupos de presión y, por supuesto, revueltas públicas—. En un acto de desafío supremo, escapaban, o procuraban hacerlo, en tropel al estilo de Frederick Douglass, Harriet Tubman y Sojourner Truth[11]. Durante siete años, para escapar del acoso de su lujurioso amo, Harriet Jacobs* se escondió en la parte de un ático tan pequeño que no se podía poner de pie. Varios negros esclavos hicieron que los embalaran en cajones y los enviaran por correo al norte en pos de la libertad, teniendo que pasar días bocabajo. Dos esclavas se ocultaron a plena luz, enlutadas de pies a cabeza, e hicieron un apacible viaje en tren en dirección norte. En 1848, Ellen Craft*, una mulata que parecía blanca, se vistió como un hombre, con el rostro envuelto en vendas por una supuesta lesión en la cabeza que le impedía hablar; el fiel esclavo que «le» atendía era en realidad su marido. No habría sido necesaria la Ley de Esclavos Fugitivos* (exigía participar a toda la nación en la esclavitud) si no hubiera habido fugitivos. Políticamente, los negros libres y los fugitivos formaron grupos de presión y autoayuda ya en 1787, cuando dos antiguos esclavos fundaron la Sociedad Africana Libre en Filadelfia «a partir del amor por la gente de su color a la que contemplaban con tristeza»[12]. Asimismo, la historia de las revueltas de esclavos ha sido minimizada en gran medida; ¿cuántos saben que los esclavos incendiaron Dallas en 1860? Los blancos, a través de la Guerra Civil, se apuntan el tanto de haber liberado a los negros, lo mismo que secuestrarían la historia del movimiento por los derechos civiles un siglo después. Los negros siempre supieron que eran humanos, y así lo afirmaron. Sin embargo, cegados por el narcisismo, la xenofobia y la codicia, los ojos más agudos en la revolucionaria América solo vieron lo que quisieron ver.
A pesar de todo, como cualquier escolar sabe, el esclavista Jefferson resultó profético: «No hay nada más cierto escrito en el libro del destino como que estas gentes han de ser libres»[13]. Pero seguramente estén menos familiarizados con la frase que sigue: «Tampoco es menos cierto que las dos razas, igualmente libres, no pueden vivir bajo el mismo gobierno»[14]. Jefferson explicó los motivos de esta conclusión en sus Notes on the State of Virginia:
Prejuicios profundamente arraigados albergados por los blancos; diez mil recuerdos, por parte de los negros, de los daños que han sufrido; nuevas provocaciones; las distinciones reales que ha hecho la naturaleza [énfasis añadido]; y muchas otras circunstancias, nos van a dividir…, y a convulsionar lo que probablemente nunca acabará como no sea con la extinción de una raza o la otra. A estas objeciones, que son políticas, se pueden añadir otras de carácter físico y moral. La primera diferencia que nos llama la atención es la del color … la marca la naturaleza y es tan real como si su causa y origen fueran mejor conocidos por nosotros. ¿Acaso esta diferencia carece de importancia? ¿No es el fundamento de una participación mayor o menor de las dos razas en la belleza? ¿No son las delicadas combinaciones de rojo y blanco, las expresiones de cualquier pasión por mayor o menor impregnación de color en la blanca, preferibles a la monotonía externa que reina en los semblantes, ese velo inamovible de negrura que cubre todas las emociones de la otra raza? A esto hay que añadir, pelo suelto, elegante simetría de la forma, el propio juicio de los negros en favor de los blancos, declarado por sus preferencias, tan uniformes como la preferencia del orangután por la mujer negra sobre las hembras de su propia especie. Se considera digna de atención la circunstancia de una belleza superior en la propagación de nuestros caballos, perros y otros animales domésticos; ¿por qué no en la del hombre?[15].
Hay muchas cosas más. Los negros tienen:
un olor muy fuerte y desagradable … necesitan dormir menos … por lo menos son tan valientes y más aventureros. Pero tal vez esto se deba a falta de previsión … Son más ardientes con las hembras; pero en su caso el amor parece ser más un deseo ansioso que una mezcla delicada y tierna de sentimientos y sensaciones. Sus penas son transitorias … difícilmente podrá encontrarse uno solo capaz de seguir y comprender las investigaciones de Euclides; y en cuestiones de imaginación son aburridos, insípidos y anómalos … nunca he podido encontrar a un negro que haya expresado un pensamiento por encima del nivel de la expresión básica; tampoco he observado nunca la más mínima aptitud para la pintura o la escultura. La desgracia es a menudo fuente de las notas más conmovedoras de la poesía. Entre los negros sobra la desgracia, bien lo sabe Dios, pero de poesía no hay nada … Esta desafortunada diferencia de color, y tal vez de facultades, es un poderoso obstáculo para la emancipación de esas gentes[16].
Menos mal que Jefferson no era un poligenista; era un naturalista (precursor de la biología) y versado en el esquema de clasificación de Carlos Linneo. Aunque creía que los negros eran mental y estéticamente inferiores a los blancos, consideraba que pertenecían a la misma especie y que, por tanto, los blancos no tenían derecho a disponer de los negros. Sin embargo, tenían derecho a librarse de ellos.
Con esta idea, proporcionó el modo de pensar más reflexivo y humano de su época acerca del complejo y todavía embrollado tema de las razas, que «se aglutina con la biología y la política, la ciencia y la moral, los hechos y los valores, la ética y la estética … Si cuestionamos las conjeturas [de Jefferson], no cuestionamos tanto a un individuo como el pensamiento de toda una cultura de la Ilustración», señala Appiah[17]. «Así pues, para Jefferson la raza no es solo un concepto que se invoca para explicar los fenómenos culturales y sociales, sino que se apoya también en la naturaleza física y psicológica de las diferentes razas; en otras palabras, es lo que podríamos llamar un concepto biológico»[18]. Y la biología, lógicamente, no es ni buena ni mala, ni racista ni ciega al color. La biología es ineludible. La biología no es culpa de la gente blanca.
Si un genio de buena fe pensaba así, imaginen el análisis racial del tabernero corriente del siglo xviii o del obrero manual cuyo salario se mantenía bajo por la presión salarial de los que no cobraban anda. La historia nos cuenta que la compasión no era una emoción que destacara en el trabajador blanco en relación con los esclavos.
La cuestión de cómo tratar a los marginados indefensos que había entre ellos supuso un drástico alivio para las demandas de libertad que los propios colonos realizaron a medida que la Revolución se aproximaba y triunfaba. Esos derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad (o como John Locke proclamó originalmente, la «propiedad») no eran tan evidentes o irrenunciables por sí mismos cuando se trataba de los negros, ni cuando estaban involucradas la codicia y la supremacía blancas. La laguna filosófica respecto a la idea de que todos los hombres habían sido creados iguales implicaba que algunos hombres fracasaban a la hora de «formar parte de la sociedad». Los negros fracasaban simultáneamente por no ser blancos y civilizados por definición y por haberse defendido con éxito de los blancos.
Tras despachar las preguntas relativas a la esclavitud y la humanidad de los negros, los Padres Fundadores se dispusieron a tratar asuntos importantes: «El poder del voto y los derechos de propiedad del sur esclavista, y un régimen comercial favorable para las empresas navieras internacionales del norte»[19]. Sabiendo lo bastante como para avergonzarse, pero siendo demasiado débiles para controlar sus bajos instintos, los Padres Fundadores no terminaron de animarse a inscribir la palabra esclavo en los documentos fundadores de América. Los negros fueron enterrados vivos en la Constitución bajo un muro de eufemismos –«todas las demás personas», «esas personas», «la persona obligada a servir o trabajar»–, y se les asignaron las tres quintas partes del valor de una persona blanca a efectos de impuestos y representación.
Cincuenta años después de Jefferson, el panorama del pensamiento occidental había incorporado la biología rudimentaria de las taxonomías de Linneo en su ideología de la raza como explicación de la moral, la educabilidad y la orientación estética. Aunque el enfoque naturalista sustituyó en su mayor parte al poligenismo y los científicos consideraron humanos a los negros, se juzgaba a estos inferiores y se asumía que los blancos constituían la base, mientras que el resto de fenotipos eran aberraciones. Los investigadores blancos pasaron siglos midiendo las cabezas, las extremidades y las partes púdicas de cadáveres sustraídos a la morgue para demostrar una relación más estrecha de los negros con el simio y el inmenso abismo entre ellos y los blancos.
Appiah etiqueta esta nueva y perfeccionada forma de pensar como «racialismo» [racialism], una noción según la cual los seres humanos pueden dividirse en «razas» cuyos miembros participan de «características culturales, intelectuales, morales, físicas y hereditarias fundamentales no compartidas» con los miembros de otras razas y no relacionadas con factores ambientales —los hombres blancos no pueden saltar y los negros simplemente no quieren trabajar—[20]. Estas características constituyen la «esencia» de cada raza. «A finales del siglo xix, la mayoría de los científicos occidentales (de hecho, los occidentales más educados) creían que el racialismo era correcto, y los teóricos trataron de explicar muchas características … suponiendo que se heredaban junto con (o que, de hecho, formaban parte de) la esencia racial de una persona»[21]. El racialismo definió los grupos en función de lo que les separaba.
Ese modo de pensar llegó a dominar la imaginación popular, así como el mundo académico. Los negros fueron esencializados de modo que se justificara la opresión blanca. (Por ejemplo, se decía que eran infantiles y vagos, y que morirían de hambre sin la supervisión blanca). El sufrimiento negro se reducía al mínimo. (Se decía que sus penas eran transitorias, sus emociones brutales: no amaban a sus esposas e hijos como lo hacían los blancos, por lo que no era inhumano venderlos; las mujeres eran lascivas, como los monos en celo, así que las relaciones sexuales con ellas no podían considerarse violaciones).
A lo largo de los siglos anteriores a la Emancipación, las colonias, territorios y Estados promulgaron Códigos Negros que regían todos los aspectos de la vida negra, libre o esclava. En todas las cosas, desde la forma de vestir hasta la delincuencia, pasando por los toques de queda y el testimonio en tribunales, el matrimonio, el empleo, los viajes y la asistencia a la iglesia, los negros fueron regulados y controlados por los blancos, incluso en los Estados libres, y solo podían recurrir a la protección legal que los blancos consideraran conveniente. «Las colonias sureñas ya ilegalizaban el matrimonio interracial en la década de 1690. Wyoming fue el último Estado en prohibirlo en 1913, uniéndose a otros 41 Estados —cualquiera donde la población negra alcanzara el 5%—. Aunque algunos habían derogado sus leyes contra el mestizaje antes de la Guerra Civil, 16 de ellos todavía las conservaban cuando finalmente el Tribunal Supremo de Estados Unidos las declaró inconstitucionales en 1967»[22]. A nivel nacional, hasta la Guerra Civil y la aprobación de las Enmiendas Decimotercera, Decimocuarta y Decimoquinta, ningún tribunal federal había considerado que la esclavitud, y mucho menos el racismo jurídico, violara los ideales americanos. A nivel estatal, la situación apenas era mejor[23]. A nivel internacional, Europa —y especialmente Inglaterra, dada su centralidad respecto a América y los asuntos de la esclavitud— se vio envuelta en los debates sobre la situación y la humanidad de los negros. A medida que los Estados-nación se consolidaron y avanzaron lo bastante como para supervisar más fielmente sus posesiones, se intensificaron los debates respecto al papel del Gobierno a la hora de aliviar el sufrimiento e invertir en capital humano.
En la América de 1857, el mosaico de las diferentes leyes territoriales y estatales, en los Estados libres y esclavistas, se hizo demasiado difícil de manejar, por lo que el Tribunal Supremo resolvió la cuestión de los derechos civiles de los negros en el caso de Dred Scott. Su dueño le había llevado a Illinois, un Estado libre, donde permanecieron durante cinco años. Cuando lo devolvió a Missouri, un Estado esclavista, Scott solicitó al tribunal que lo liberara. En medio del clima de crispación moral provocado por los negros y los abolicionistas, y de la agitación ante la posibilidad de que la cercana Kansas entrara en la Unión como Estado libre o esclavista, el caso de Scott llegó hasta el Tribunal Supremo. Se dictaminó que «no estaba previsto que la raza africana se incluyera en la Constitución para que disfrutara de cualesquiera derechos personales» y que los negros no tenían derechos que los blancos tuvieran que respetar[24]. Los negros no eran americanos. No eran los iguales de los blancos. El Creador no les había imbuido con ningún derecho que los blancos debieran respetar; cualesquiera que fueran los raquíticos derechos que pudieran disfrutar, se los habían concedido los blancos. Pero lo cierto es que la decisión sobre Dred Scott no resolvió nada —América no podía mantener la esclavitud ni tampoco renunciar a ella—, y la cuestión tuvo que dirimirse en una guerra civil.
Justo cuando tenía lugar la Emancipación, una revolución científica —el darwinismo— pareció zanjar la cuestión de la unidad de la humanidad. La demostración de Charles Darwin de que la selección natural, y no el valor innato, explicaba la diversidad biológica humana, y de que todos los seres humanos derivaban del mismo tronco principal, revolucionó la comprensión humana. Por fin quedaban fuera de toda duda la humanidad y la filiación de la familia negra. Para la supremacía blanca creacionista, sin embargo, la amenaza darwinista debía ser sofocada nada más nacer o, si no, secuestrarse para establecer una nueva identidad. De ahí la ideología del darwinismo social.
Justo antes de que se publicara El origen de las especies, el filósofo inglés Herbert Spencer había acuñado la expresión «supervivencia del mejor adaptado» como parte de su teoría de la evolución social progresiva. Sostenía que «el progreso humano resultaba del triunfo de las culturas y los individuos más avanzados sobre sus competidores inferiores. Por lo tanto, … la riqueza y el poder confirmaban la “adaptación” intrínseca, y la pobreza confirmaba la inferioridad natural»[25]. Siguiendo a Spencer, los darwinistas sociales moldearon con gran éxito el darwinismo para sus propios fines, si bien el mismo Darwin, que era abolicionista y detestaba a Spencer, los denunció. No obstante, según Graves, «durante la última parte del siglo xix, prácticamente todo gran pensador americano de origen europeo estuvo profundamente influido» por la ignominia de Spencer[26]. Los negros salieron peor parados que antes, porque, a pesar de ser humanos, eran inferiores; por definición, no era natural interferir en la selección natural ayudándolos. África, un continente esencializado como cálido y lleno de plátanos al alcance de la mano, nunca había precisado que los negros trabajaran tan duramente, ni que fueran tan ingeniosos como los europeos, con sus climas inhóspitos, aguas turbulentas y cosechas inciertas. Cuando los ingleses tontos y perezosos no podían acumular suficiente grano para los tiempos de vacas flacas, morían de frío o de hambre, y sus genes de bajo voltaje desaparecían para siempre ante la indiferencia de la Madre Naturaleza. Sin embargo, los africanos tontos y perezosos bailaban desnudos al sol omnipresente, cogían a manos llenas una riqueza natural de la que nunca habían tenido que ocuparse, y solo morían en estúpidos accidentes evitables; montones de niños igualmente tontos y vagos asistían a sus funerales. Pero cuando los negros fueron arrancados de su propio entorno facilón y se vieron obligados a competir con los esforzados occidentales, resultaron ser unos enclenques de pacotilla. Su difícil situación —disociada de la pasada esclavitud o de la discriminación actual— fue atribuida a su incapacidad para competir con los grupos mejor dotados. Una lectura atenta de cualquier artículo de opinión americano de hoy en día permite ver a las claras que este punto de vista todavía está profundamente arraigado en la psique occidental.
América se había despertado para deshacerse del mal de la esclavitud, pero no iba a llegar muy lejos; de hecho, gran parte de la oposición a la esclavitud no había tenido nada que ver con la creencia en la igualdad de los negros, como confirma la popularidad de Spencer. Muchos abolicionistas, entre ellos los presidentes Jefferson y Lincoln, preferían que los negros regresaran, o fueran devueltos, a África. Los negros eran vistos como cuerpos extraños que debían ser depurados del torrente sanguíneo americano. Muchos blancos se opusieron por razones supuestamente humanitarias, creyendo que los negros nunca podrían ser asimilados en América, que las dos razas nunca podrían vivir en armonía, y mucho menos en igualdad, a causa de la supuesta degradación moral, intelectual y estética de los negros. ¿Por qué si no había que controlar tan de cerca y mantener a raya a los negros? La Proclamación de la Emancipación se justificaba a sí misma en términos de «necesidad militar», no por humanidad hacia los negros, los derechos civiles o el derecho al voto; advertía a los negros de que se abstuvieran de la violencia (es decir, de la venganza). La esclavitud tenía que abolirse, pero no porque fuera inhumana, sino porque el conflicto en torno a ella estaba destruyendo a la Unión.
Después de la Guerra Civil, los blancos no estaban dispuestos a sacrificarse por el bien de los negros, así que la Reconstrucción terminó hacia 1877 y comenzó la contrarrevolución. Abandonados por el Norte y de nuevo indefensos, los negros fueron despojados de las protecciones de las Enmiendas Decimotercera, Decimocuarta y Decimoquinta. Técnicamente eran libres, sí, pero, en realidad, se convirtieron en los siervos despreciados de sus antiguos amos. Las leyes Jim Crow —la segregación racial y la explotación en todo, desde la vivienda al empleo, pasando por el sistema de justicia criminal y el tributario— se aplicaron como un sistema de leyes y también como una cuestión de costumbre que era prácticamente imposible que los blancos o los negros esquivaran. A pesar de que, con arreglo a la Constitución, los negros pagaban impuestos —aunque carecían de representación y estaban despojados de todo derecho civil, en particular el del voto— y de que los blancos no mencionaban las palabras negro y antiguo esclavo en las constituciones y estatutos estatales, las leyes Jim Crow se mantuvieron a través de cláusulas de retroactividad, impuestos al voto y la aplicación selectiva, o no aplicación, de determinadas leyes —por ejemplo, la ley contra vagos y maleantes podía aplicarse a los negros con el fin de explotarlos como mano de obra carcelaria, mientras que las leyes contra el asesinato no se aplicaban cuando los blancos mataban a los negros—. Por encima de todo, el sometimiento negro se consolidó por el uso habitual del terror y la violencia por parte de los blancos contra la población negra. Una vez más, los negros fueron enterrados vivos. La opresión blanca en el lejano Sur fue tal que los negros de la época de Jim Crow «bromeaban» diciendo ser de Hehunghigh* (Misisipi) o Stringhimup** (Luisiana). Los negros no podían participar en jurados; no podían ocupar cargos públicos; en la práctica, no podían demandar a los blancos ni pedir que los procesaran; no podían formar parte de un partido político; las escuelas estaban segregadas, con unos niveles de muy baja calidad para los negros; no podían ingresar en gremios profesionales; estaban excluidos de las instalaciones públicas; y, sobre todo, no podían votar. Hubo excepciones, claro, pero solo confirmaban la regla. De no ser así, ¿habría sido necesaria una revuelta del calibre del movimiento por los derechos civiles?
Tras la Emancipación, el 90% de los negros vivía en el Sur; hacia 1940, lo hacía el 77%, casi la mitad en zonas rurales. Muchos escaparon al Norte; aquellos que no lo hicieron quedaron a merced de sus antiguos propietarios no arrepentidos, que inmediatamente inventaron el sistema de aparcería como la mejor forma de restablecer la esclavitud —mano de obra intensiva, involuntaria y no remunerada–, pero sin la necesidad de proporcionar ningún apoyo a sus peones. Según Nicholas Lemann:
Era casi imposible ganar dinero con la aparcería. La familia del aparcero se desplazaba, a principios de año, a una cabaña de dos o tres pequeñas estancias en una plantación. Los sanitarios consistían, a lo sumo, en un lavabo … La única fuente de calor provenía de una estufa de leña … no había electricidad ni aislamiento térmico … Por lo general, el techo tenía goteras. A menudo dormían dos y tres miembros de la familia en una cama.
Toda gran plantación era un feudo … Los aparceros negociaban con un economato propiedad de la plantación, a menudo en especie … (Martin Luther King, Jr. se sorprendió al conocer en 1965 a aparceros de Alabama que nunca habían visto la moneda estadounidense). Rezaban en las iglesias baptistas propiedad de la plantación. Sus hijos tenían que caminar, a veces muchos kilómetros, para ir a las escuelas propiedad de la plantación, por lo general edificios de una o dos estancias sin calefacción ni sanitarios. La educación terminaba en el octavo grado y era muy informal … Todos los grados se enseñaban a la vez, de modo que la mayoría de los estudiantes estaban muy atrasados … Usaban los manoseados libros de texto que ya no querían en las escuelas blancas. El plantador podía cerrar y, de hecho, cerraba las escuelas cada vez que había trabajo en el campo, por lo cual el curso escolar se reducía para ellos por lo general a unos cuatro o cinco meses, con frecuencia interrumpidos. Muchos … recuerdan haber ido a la escuela solo cuando llovía. En 1938, el salario medio del maestro americano era de 1.374 dólares, y el valor medio de los edificios de un distrito escolar y del material por estudiante era de 274 dólares. Para los negros de Misisipi, las cifras eran de 144 y 11 dólares, respectivamente.
Cada familia tenía una parcela de tierra de 15 a 40 acres … En marzo, el plantador comenzaba a proporcionar una «fianza», un estipendio mensual de 15 a 50 dólares que supuestamente iba a cubrir sus gastos de manutención hasta que se recogiera la cosecha en el otoño … El nivel de vida proporcionado por la fianza era extremadamente bajo … el dinero a menudo se agotaba antes de fin de mes, en cuyo caso la familia tenía que «pedir» (prestado) en el economato.
El algodón se recogía en octubre y noviembre y luego se trasladaba a la desmotadora de la plantación … El plantador lo apilaba en fardos y lo vendía … Luego, justo antes de Navidad, cada aparcero era convocado en el despacho de la plantación para … «la liquidación». El encargado le entregaba una hoja de papel que indicaba la cantidad de dinero que le quedaba … y le pagaba como correspondía.
Para la mayoría de los aparceros, la liquidación era un momento de esperanza amargamente frustrada, porque por lo general el aparcero se enteraba de que solo le quedaban unos pocos dólares, o nada en absoluto, o que debía dinero al plantador … Los plantadores imponían una serie de tasas a lo largo de todo el año. Los bienes del economato se incrementaban … Los plantadores cobraban intereses exorbitantes a crédito en el economato, y algunas veces también sobre la fianza —el 20% [normalmente]— … Ninguno de estos recargos se detallaba con claridad cuando se efectuaban y, por lo general, aparecían en la declaración anual del aparcero en una sola línea sin detallar, «Gastos de la plantación».
No había ninguna traba en el comportamiento deshonesto de un plantador hacia un aparcero. Era impensable que un aparcero demandara a un plantador. Y menos aún que pidiera una explicación contable más detallada, porque se sabía que una acción así ponía en peligro su vida. Las plantaciones más establecidas estaban, literalmente, por encima de la ley … El sheriff llamaba al plantador cuando surgía alguna cuestión de justicia penal en relación con uno de sus aparceros, y si el plantador decía que prefería resolverlo por su cuenta (lo que significaba, a menudo, que él mismo se ocuparía de administrar una paliza), el sheriff se mantenía al margen … Si un plantador decidía falsificar el recibo de la desmotadora de un aparcero, bajando el peso de algodón en su cosecha, el aparcero no podía hacer nada al respecto …; a un aparcero no se le permitía recibir y firmar un recibo de la desmotadora por su cuenta. Si un plantador quería «clavar» a un aparcero añadiendo una gran cantidad de reparaciones falsas en las herramientas … el aparcero no tenía forma de saberlo…
Hortense Powdermaker, una antropóloga de la Universidad de Yale que pasó un año en la década de 1930 estudiando la ciudad de Indianola (Misisipi) … estimó que solo una cuarta parte de los plantadores eran honestos en su contabilidad[27].
Los blancos del Sur se ocuparon de que los negros no tuvieran otra alternativa a la realidad brutal de la aparcería. Su control se extendió a todos los ámbitos de la vida; la violación de las mujeres negras por los blancos era endémica, como el calor y la humedad, y las víctimas no podían recurrir al sistema judicial. Winson Hudson, líder de un movimiento nacido en Harmony (Misisipi), en la década de 1920, recuerda:
En aquel entonces, los muchachos blancos te violaban y luego iban y destrozaban a la familia si decías algo al respecto. No te quedaba otra que aguantarte. Ellos eran susceptibles de entrar y capturar a toda la familia. No podía andar sola por la carretera a cualquier hora por temor a encontrarme con un hombre o un muchacho blancos. No podía caminar por la calle sin que algún hombre blanco me guiñara un ojo o profiriera alguna exclamación. Me indignaba muchísimo, porque tenía cinco hermanos, y oía a mi padre casi a diario advirtiéndoles de que no caminaran cerca de una chica blanca, incluso que ni siquiera la miraran, ni que se acercaran a una casa a menos que supieran que dentro también había hombres blancos[28].
Mientras que las mujeres eran violadas, los hombres se enfrentaban a la muerte a la menor ofensa. Entre 1882 y 1968 fueron linchados aproximadamente 4.742 hombres de raza negra. «Igual número, si no más, fueron víctima de linchamientos legales (juicios y ejecuciones rápidos), la violencia blanca privada, y las cazas de negratas, asesinados de muy diversas maneras en las zonas rurales aisladas, antes de ser arrojados a ríos y arroyos»[29]. No era raro que pueblos o vecindarios negros fueran linchados en su totalidad. Los pogromos blancos de Tulsa (Oklahoma) y Rosewood (Florida) contra los negros en la primera parte del siglo XX figuran entre los más conocidos, pero este tipo de matanzas tuvieron lugar en todo el país, inclusive en el Norte, y son demasiado numerosos para reseñarlos**. Por lo general, se alegaba alguna ofensa a una mujer blanca, pero la verdadera razón eran los celos por la «arrogancia» o el éxito negro; Ralph Ellison menciona a un hombre alegre que fue linchado simplemente por pintar su casa de un luminoso color azul. Muy a menudo, el linchamiento era un subterfugio para robar la propiedad, especialmente la tierra. Con la complicidad legislativa y judicial, tal vez cientos de miles de acres de tierra fueron robados a los negros[30]. Policías y soldados participaban a menudo en los disturbios. Rara vez se castigaba a los blancos. Park Day, por ejemplo, es una celebración que se lleva a cabo en Springfield (Misuri); reúne a las familias y amigos de los negros que huyeron de la pequeña ciudad después de los linchamientos públicos en 1906, por los que nunca se procesó a ningún blanco.
El asesinato en 1955 de Emmett Till, de 15 años de edad, se encuentra entre los más notorios linchamientos individuales. Durante su desplazamiento desde Chicago a la ciudad natal de su madre en Misisipi, se le acusó de haber silbado a una mujer blanca. Le encontraron atado al aventador de 36 kilos de una desmotadora de algodón en el río Tallahatchie, y había sido golpeado hasta el extremo de que era imposible reconocerle (salvo por el anillo de su padre). Los habitantes blancos de la zona, el sheriff incluido, contaban chistes («¿no es típico de negratas ir a nadar con el aventador de una desmotadora alrededor del cuello?») y recaudaron 10.000 dólares para la defensa de los dos sospechosos. Los demandados fueron absueltos por un jurado blanco que deliberó menos de una hora. Poco después, los acusados, libres de cargos, confesaron lo que todos ya sabían y lo que muchos blancos no consideraban un crimen. Jefferson tenía razón, negros y blancos no podían vivir juntos en paz, al menos de momento.
No había ningún ámbito de la vida en el que los negros no estuvieran desatendidos (en los servicios municipales), explotados (relegados a los puestos de trabajo peor pagados, más ingratos, más estrechamente supervisados, como sirvientes y mano de obra) o vejados. Por ejemplo, desde la década de 1920 hasta la de 1980 treinta y tres Estados participaron en el movimiento eugenésico (un engendro de darwinismo social), que pretendía que la «cura» para la enfermedad mental, las patologías sociales y los defectos genéticos era la esterilización. Nada menos que 65.000 personas fueron «tratadas» mediante ese procedimiento. Durante sus últimos veinte años, el programa de eugenesia se centró principalmente en la esterilización de mujeres negras[31]. La instrucción médica se llevó a cabo con muestras obtenidas involuntariamente con gran falta de respeto[32]. El ejemplo más infamante y revelador de la fascinación, aversión y necesidad de violencia por parte de los blancos contra el cuerpo negro es el Experimento Tuskegee[33]. Durante cuarenta años se dejó sin tratamiento contra la sífilis a los individuos negros para que los científicos pudieran trazar el progreso devastador de la enfermedad.
A expensas de Darwin, algo tenía que andar mal con los negros. Si no era la biología, entonces sería la cultura. Appiah señala que «el legado del Holocausto y la vieja biología racista ha llevado a muchos a desconfiar de las esencias raciales», como la idea de que los negros no quieren trabajar, «y a reemplazarlos por esencias culturales», como la idea de que la excesiva dependencia de los negros de la prestación social no se debe a impedimentos sociales a su participación activa, sino a su desdén cultural por la dignidad del trabajo[34]. Para el racista, todos los caminos, sean científicos o culturales, conducen a la depravación negra. El medioambiente y las estructuras sociales son irrelevantes; la cultura negra —con sus madres solteras, sus barrios cutres, su materialismo y sus delincuentes— es en sí misma el problema.
Aun así, «a falta de una base biológica para la raza, el racismo simplemente se convierte en ideología», señala Graves[35].
De ahí, la Gran Migración Negra.
Entre 1910 y 1970, seis millones y medio de negros huyeron del Sur. Cinco millones de esos refugiados lo hicieron después de 1940, cuando el cultivo de algodón se mecanizó y los oprimidos ejércitos de recolectores de algodón dejaron de estar atrapados. Para los negros, el Sur era el infierno; Nicholas Lemann cuenta que probablemente se trata del movimiento interno más rápido y masivo registrado en el planeta entre personas que no se enfrentaban a una catástrofe inmediata. Al final de la migración, América era un lugar distinto: las ciudades del norte estaban repletas de negros esperanzados que ya no eran siervos, aunque todavía estuvieran lejos de la igualdad. La América negra también había cambiado; un siglo después del fin de la esclavitud oficial, cinco minutos después de la aparcería, solo quedaban la mitad de sureños, menos de un cuarto en las zonas rurales[36]. Por fin, también eran, como si dijéramos, libres.
Ciertamente, en el Norte también fueron segregados y tratados brutalmente por la policía, los tribunales y el sistema laboral. A Jesse Owens se le permitió representar a Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, donde superó a los arios y humilló a Hitler (que rehusó la tradicional charla con el ganador). Pero al volver a casa, en lugar de ser homenajeado y reconocido públicamente, fue postergado a las carreras hípicas. A W. E. B. Du Bois, uno de los dos o tres grandes intelectuales de su época, brillante historiador doctorado en Harvard, nunca se le ofreció un puesto en ninguna universidad de vanguardia. Pasó los últimos amargos años de su vida exiliado en África. Los establecimientos públicos estaban segregados, si bien no tanto ni tan brutalmente como en el sur; había gran mezcla de razas. Aunque resultara difícil, la vida en el norte era mejor a todas luces. Allí los negros experimentaron un nivel de libertad y autonomía sin precedentes durante sus tres siglos en América. Aun así, era inimaginable lo que estaban a punto de conseguir.
En 1955, Rosa Parks fue detenida por negarse a ceder su asiento de autobús a un blanco. Las adolescentes hermanas Stephens fueron encarceladas durante cincuenta días por pretender almorzar en el mostrador de una pequeña cafetería. Los estudiantes universitarios negros del sur eran golpeados y encarcelados por intentar entrar en salas de cine y piscinas. Las parejas interraciales eran encarceladas o expulsadas de la ciudad. Durante el movimiento por los derechos civiles, enfurecidos terroristas blancos mutilaron y asesinaron a cientos o miles de negros —activistas o no—, tan decididos estaban a seguir sometiéndolos.
Antes del movimiento, América era un lugar completamente distinto en lo relativo a la negritud. Desde que se inició el movimiento, se ha producido una revolución en la forma de tratar a los negros, aunque no en lo que se piensa de ellos. Puede que los negros no sean queridos, pero son libres. En caso contrario —incluidos aquellos que niegan que se haya producido un avance racial adecuado—, seguirían siendo un extraño fruto colgando de los árboles. Sus casas serían bombardeadas, como lo fue la de Martin Luther King. Antes del movimiento, los dirigentes de los derechos civiles eran asesinados por criticar a los blancos. Ahora son titulares en las universidades de la Ivy League y cobran buenos honorarios como oradores por airear sus quejas. Su misma capacidad para ganarse la vida criticando el progreso racial demuestra que están equivocados.
Solo la falta de comprensión de que los negros han sido, literal y oficialmente, ciudadanos de segunda clase sujetos al capricho de un blanco en cualquier lugar de América, puede explicar el hecho de que muchos de ellos afirmen hoy día que «nada ha cambiado» y equiparen la escasez de profesores negros en la Escuela de Derecho de Harvard con Jim Crow. Esa acusación es una obscenidad. Jim Crow ahorcaba a los hombres negros por enorgullecerse de sus hogares. Jim Crow arrancaba los fetos de los vientres de las mujeres negras cuando protestaban por el linchamiento de sus esposos por comportarse como hombres. Jim Crow gravaba a la población negra con impuestos, pero se negaba a pavimentar, patrullar o educar su parte de la ciudad. Jim Crow exigía que hubiese una zona negra en la ciudad. Jim Crow consiguió que los padres blancos se rieran entre dientes mientras sus hijos lanzaban piedras desde las ventanas del autobús escolar a los niños negros que caminaban fatigosamente hasta las escuelas marginales de un solo aula y desprovistas de libros. Jim Crow dispuso vándalos a caballo para atropellar a los manifestantes pacíficos en el puente de Edmund Pettus en Selma. Jim Crow tenía policías en Filadelfia, Nueva York y Chicago que, a base de golpes, obtenían confesiones de negros inocentes. Sus leyes obligaban a la existencia de iglesias segregadas en toda América. Jim Crow fue el mal activo y vibrante que detestaba orgullosamente a los negros. Al actual Partido Republicano no le interesa gran cosa lo que les ocurra, salvo en lo relativo al dinero que pueden generar.
Como consecuencia del movimiento, los negros están hoy día a la cabeza de conglomerados internacionales multimillonarios como Merrill Lynch, American Express y AOL Time Warner, así como Fannie Mae. Un negro fue jefe del Estado Mayor Conjunto y luego Secretario de Estado. Una mujer negra ha sido asesora de Seguridad Nacional. Dos negros han sido jueces del Tribunal Supremo; otros dos, ganadores del Nobel; y miles, funcionarios públicos. Los negros alcanzan los niveles más altos en todos los campos —la ciencia y la tecnología, la educación, el deporte, las artes y los estamentos militares—. Estas cosas habrían sido inconcebibles antes del movimiento por los derechos civiles. La persona más optimista, negra o blanca, no lo hubiera creído posible.
Gracias al movimiento por los derechos civiles, los negros americanos son libres y prósperos. Sin embargo, nadie parece más sorprendido que algunos de ellos. Ninguna otra razón puede explicar su necesidad de seguir creyendo que están marginados, que los blancos son demasiado poderosos y malévolos, y que América desea verlos fracasar. Ciertos negros han asumido las ideas de la supremacía blanca y no pueden renunciar a la protesta perpetua, su única vía para captar la atención de la raza caucásica. Dependen de la consideración ajena para sentirse relevantes. Ante todo, no saben cómo entrar en ese futuro, ilimitado y amenazador, por cuyo advenimiento trabajaron tan duro, ese futuro sin red de seguridad, en el que no puedes culpar a nadie de tus fracasos, salvo a ti mismo.
Negros o blancos, los que niegan cuán terribles eran las cosas para los negros antes del movimiento, y los que niegan su éxito abrumador, ponen de manifiesto la misma ineptitud para hablar y no digamos dirigir.
NOTAS
* Hehunghigh es un nombre inventado de ciudad, formado por las palabras «he-hung-high», es decir, «colgaba de lo alto».
** Stringhimup sigue la misma construcción que el nombre de ciudad anterior y significa «colgadlo».
[1] Joseph L. Graves Jr., The Emperor’s New Clothes: Biological Theories of Race at the Millennium (Nuevo Brunswick, N.J.: Rutgers University Press, 2001), 25–26.
[2] Thomas Jefferson, Autobiography, en Writings (Nueva York: Library of America, 1984), 44. Existe edición en castellano: Escritos políticos, Tecnos, 1987.
[3] Mark Twain, Huckleberry Finn (Nueva York: Harper & Brothers, 1884), 306–307.
[4] Citado en Roger Wilkins, Jefferson’s Pillow: The Founding Fathers and the Dilemma of Black Patriotism (Boston: Beacon Press, 2001), 87.
[5] K. Anthony Appiah y Amy Gutman, Color Conscious: The Political Morality of Race (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1996), 38.
[6] Thomas Sowell, Race and Culture: A World View (Nueva York: Basic Books, 1994), 193–95.
[7] Esto se debió en gran medida a su geografía; véase la Parte II, páginas 157–159.
[8] Números 12:1.
[9] Graves, The Emperor’s New Clothes, 25–26.
[10] Wilkins, Jefferson’s Pillow, 88.
[11] «Viajando por el sur durante la década de 1850, Frederick Law Olmsted manifestó que en todas las grandes o medianas plantaciones que visitó, los capataces se quejaban de los fugitivos. Incluso en zonas del profundo sur donde los negros no tenían “ninguna perspectiva de encontrar refugio en cientos de kilómetros, ni de evitar que los capturaran pronto y castigaran severamente, muchos esclavos hacían intentos por escapar temporalmente de su situación de sometimiento”». John Hope Franklin y Loren Schweninger, Runaway Slaves: Rebels on the Plantation (Nueva York: Oxford University Press, 1999), 281. Los intentos de huir eran tan habituales que los blancos del sur describieron ese deseo como «una enfermedad, una monomanía, a la que la raza negra es especialmente proclive». Olmsted concluyó que «en todo el sur los esclavos estaban acostumbrados a huir» (282). Por otra parte, como Franklin y Schweninger observan: «En 1860, había alrededor de 385.000 propietarios de esclavos en el sur, de los cuales unos 46.000 eran plantadores. Aunque solo la mitad de los esclavos escapara una sola vez al año, y aunque solo el 10 o el 15% de propietarios se enfrentaran al problema (estimaciones notablemente bajas), el número de fugas superaría las 50.000. A esto hay que añadir el número de esclavos que … escapaba continuamente, y resulta evidente que la observación impresionista de Olmsted fue mucho más precisa que los datos “científicos” aportados por el Censo de los Estados Unidos». A pesar de que existía el ferrocarril subterráneo, «“Gran parte del material relativo a esto pertenece al reino del folclore más que a la historia”. No era … un sistema de transporte bien organizado que ofreciera a multitud de esclavos un pasaje seguro a la “Tierra Prometida de la libertad”. De hecho, la mayoría de los fugitivos se quedó en el sur, unos pocos fueron ayudados por los abolicionistas y otras personas, y muchos huyeron con una profunda sensación de urgencia» (xiv). Pese a la mitología en torno al rescate blanco de los esclavos de América, los negros se liberaron a sí mismos.
[12] Wilkins, Jefferson’s Pillow, 89.
[13] Jefferson, Autobiography, 44.
[14] Ibíd.
[15] Thomas Jefferson, Notes on The State of Virginia (1781–82), en Writings, 264. No solo la xenofobia y el racismo ciegan incluso al más brillante del grupo dominante, sino que también lo ensordecen. Según Bob Herbert, «En su libro Deep Blues [el músico] Robert Palmer describió una visita que realizó en 1979 a la casa que Joe Rice Dockery había heredado en el delta del Misisipi … resto de una plantación en la que había vivido y tocado un sorprendente número de grandes músicos de blues. Dockery había crecido en la plantación, pero nunca había oído la música. “Ninguno de nosotros le dio importancia al blues hasta hace unos pocos años”, dijo. “Dicho de otro modo, nunca oímos cantar a esas personas. Nunca fuimos el tipo de terratenientes que invitara a sus sirvientes a entrar y cantar en las fiestas. Me hubiera gustado que nos diéramos cuenta de que esas personas eran tan importantes”». Bob Herbert, «Keeping the Blues alive», New York Times, 20 de enero de 2003, A19.
[16] Ibíd., 264–69.
[17] Appiah y Gutman, Color Conscious, 47.
[18] Ibíd., 49.
[19] Wilkins, Jefferson’s Pillow, 88.
[20] Appiah y Gutman, Color Conscious, 54.
[21] Ibíd., 56.
[22] Nina Bernstein, «Love in Black and White», New York Times, 26 de enero de 2003, secc. 7, 9.
[23] A. Leon Higginbotham Jr., In the Matter of Color: Race and the American Legal Process: The Colonial Period (Nueva York: Oxford University Press, 1978), 313.
[24] Citado en Charles Johnson y Patricia Smith, Africans in America: America’s Journey through Slavery (Nueva York: Harcourt Brace & Co., 1998), 329.
[25] Graves, Emperor’s New Clothes, 82.
[26] Ibíd., 75.
[27] Nicholas Lemann, The Promised Land: The Great Black Migration and How It Changed America (Nueva York: Vintage Books, 1992), 17–19.
[28] Winson Hudson y Constance Curry, Mississippi Harmony: Memoirs of a Freedom Fighter (Nueva York: Palgrave Macmillan, 2002), 21–23. Las mujeres negras siguen siendo a menudo vistas como sexualmente disponibles y poco femeninas. Este extracto apareció en el editorial del 9 de febrero de 1995 en el Wall Street Journal, con el título de «El furor masculino blanco arrasa América», por Herbert Stein: «La existencia de todas estas madres [negras] solteras indica un grado de libertad sexual por parte del macho negro que no tiene el hombre blanco» (A14). En 2000, Ron Goldsberry, vicepresidente de Ford Motor Company, se jactó desde el podio de que una periodista negra iba a meterse en su habitación después de la cena para recoger las llaves del coche que había ganado en el sorteo del congreso anual de la Asociación Nacional de Periodistas Negros. Prometió que ella «se lo pasaría en grande». Askia Muhammad, «To Ford Exec: Black Journalists: Tramps», www.blackjournalism.com, 12 de diciembre de 2000.
[29] James Allen, ed., Without Sanctuary: Lynching Photography in America (Santa Fe, N.M.: Twin Palms, 2000), 12.
[30] Véase, por ejemplo, el documento en tres partes «Torn From the Land» en el número de Associated Press de diciembre del 2001. En una investigación que incluía entrevistas con más de mil personas y examinaba decenas de miles de registros públicos, AP documentaba 107 robos de tierras en trece Estados sureños y fronterizos. Solo en aquellos casos, 406 propietarios negros perdieron más de 24.000 acres de terreno cultivable y bosque maderable, así como 85 propiedades pequeñas, incluidas tiendas y solares urbanos. Hoy en día, prácticamente la totalidad de este patrimonio, valorado en decenas de millones de dólares, es propiedad de los blancos o de corporaciones. Las propiedades arrebatadas a los negros eran a menudo pequeñas (una granja de cuarenta acres, una casa humilde). Pero las pérdidas fueron devastadoras para las familias que luchaban por superar el legado de la esclavitud. «Cuando te roban tu tierra, roban tu futuro», dijo Stephanie Hagans, de 40 años, natural de Atlanta, que ha estado investigando cómo su bisabuela, Ablow Weddington Stewart, perdió treinta y cinco acres en Matthews (Carolina del Norte). Un abogado blanco la incautó en Stewart en 1942 después de negarse a que ella terminara de pagar la deuda hipotecaria de 540 dólares, según dijeron los testigos el 1 de diciembre de 2001.
[31] Associated Press, «Sterilization Program Targeted Blacks», reeditado en MSNBC.com, 9 de enero de 2003.
[32] Robert L. Blakely y Judith M. Harrington, eds., Bones in the Basement: Postmortem Racism in Nineteenth-Century Medical Training (Washington, D.C.: Smithsonian Institution Press, 1997), cap. 1.
[33] Entre 1932 y 1972, a 399 aparceros negros pobres del condado de Macon (Alabama) se les negó el tratamiento de la sífilis y fueron engañados por los médicos del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos. Como parte del Estudio de la Sífilis de Tuskegee, diseñado para documentar la historia natural de la enfermedad, a estos hombres se les dijo que estaban siendo tratados para curarles la «sangre mala». De hecho, los funcionarios del Gobierno llegaron incluso a declarar que no recibieron terapia por ninguna vía. Según informaba el New York Times el 26 de julio de 1972, el Estudio de la Sífilis de Tuskegee se reveló como «el experimento no terapéutico más largo en seres humanos en la historia médica».
Resumen del Informe Final del Comité para el Syphilis Study Legacy, de 20 de mayo de 1996. Véase hsc.virginia.edu/hs-library/historical/apology/report.html.
[34] Appiah y Gutman, Color Conscious, 83.
[35] Graves, Emperor’s New Clothes, 2.
[36] Lemann, Promised Land, 6.
* Harriet Jacobs, nacida libre (Harriet Wilson), autora de la primera novela escrita por una mujer negra: Our Nig or Sketches from the Life of a Free Black (1859); existe edición en castellano: Memorias de una esclava, Grijalbo, 1992. Sobre Ellen Craft, véanse los ensayos de Angela Davis «Subexpuestos: la fotografía y la historia afroamericana» y «Ahí viene mi tren: el tema del viaje en el blues femenino», incluidos en Una historia de la conciencia (BAAM, 2016). Acerca de la Ley de Esclavos Fugitivos (Fugitive Slave Act), aprobada en 1850 por el Congreso estadounidense, véase, en esta misma colección, Clotel o la hija del Presidente. Relato de la vida en esclavitud en los Estados Unidos de América, de William Wells Brown, esclavo fugitivo [N. E.].
**Véase Trapos sucios, op. cit., páginas 28 a 31, donde Ishmael Reed recopila «algunas masacres que tuvieron lugar en los siglos XIX y XX, y que costaron la vida a un número significativo de personas» [N. E.].
Foto: Jacob Lawrence Watchmaker, 1946
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