Salma Amzian – Tifarrouine/ Vic | Publicado el 16 de noviembre de 2016
El encargo era complejo: ¿cómo se ve la cuestión de la separación del Magreb y Egipto respecto al resto de África desde la diáspora magrebí?
El reto era relacionar este debate con lo que venimos trabajando las compañeras del grupo “Liando·la·Mora”: las identidades, los feminismos y el antiracismo moro. Para abordarlo me parecía primordial hablar de la construcción del mito de la “unidad del mundo árabe” y del papel que juegan en ello las hegemonías europeas. Pero más allá de mantener el tema en el debate político, creo interesante ver cuáles pueden ser las consecuencias que tiene en las subjetividades y construcciones identitarias de las personas de la diaspóra. Esto me lleva a hablar sobre identidades en la diáspora como forma estratégica de resistencia.
El mito de la “unidad del mundo árabe” es un mito movilizador tanto fuera como dentro. Este mito está construido desde las propias hegemonías árabes en los procesos de descolonización y funciona como pilar identitario, asegurando la unidad política y social tanto a nivel interno como en la diáspora. Para esta rifeña eso es indudable.
A nivel interno, los gobiernos árabes están interesados en mantener esa pretendida unidad por intereses geoestratégicos, políticos y económicos vinculados a la construcción de los Estados-nación árabes. La unidad incluiría todo aquello que se entiende como “mundo árabe-musulmán” o para entendernos: “Oriente”. Esta inclusión supone, como todas, exclusión; la exclusión de la parte del continente africano que queda más allá del Sáhara.
Esa idea del mundo árabe como algo separado y homogéneo no sólo se construye en ese “adentro” sino que también se crea desde fuera, debido a intereses políticos en Occidente: primero porque se construye un “otro” radicalmente diferente y peligroso, y segundo porque se desgaja al Magreb del continente africano. No es nueva la dicotomía del “negro pobre”, noble y bueno, y el “árabe” despreciable y terrorista. Habría que añadir aquí una reflexión acerca de la instrumentalización del islam por parte de las dos hegemonías; como elemento de cohesión dentro del Magreb por parte de las élites árabes, y para mantener la idea del moro extremista y peligroso por parte de Occidente. Estas estrategias geopolíticas suponen construcciones identitarias homogeneizantes y formas muy concretas de vivir o negar nuestra africanidad.
¿Cómo influye todo lo anterior en las narrativas producidas a partir de las migraciones norteafricanas en el Estado español? Aquí, en Europa, se nos identifica como parte de ese todo árabe y musulmán. A las hijas de inmigrantes norteafricanos se nos socializa con ello. Eso provoca muchas veces resistencia identitaria, pero también procesos exitosos de asimilación. Me refiero a hijos de migrantes norteafricanos no árabes que se (nos) identifican como árabes y reconocen (reconocemos) esa unidad, o al menos que hay ciertos patrones culturales que compartimos y con los cuales nos identificamos. Por otro lado preferimos obviar que también compartimos patrones con el resto del continente africano. Para ésta rifeña, esto también parece indudable.
A menudo esa identificación con lo árabe se da como respuesta a las tentativas de asimilación por parte de la cultura española-catalana blanca; “lo que se te niega es lo que sientes que se pierde”. A partir de ahí, es interesante observar cómo los migrantes y sus descendientes, en la diáspora, experimentan a menudo, de forma muy diferente esa supuesta “pérdida”. En el contexto de la sociedad española-catalana blanca, las identidades minorizadas, efectivamente, son vaciadas paulatinamente. Y es precisamente el sentimiento de pérdida el que actúa como un motor de resistencia, posibilitado por una especie de esencialismo estratégico y provisional.
No pretendemos negar nuestro mestizaje cultural, pero no podemos dejar de lado que en este contexto, la cultura blanca que nos atraviesa, domina sobre la identidad marroquí, amazigh, argelina, egipcia, árabe, síria… Mora. Los mecanismos político-institucionales, sociales, económicos, etc que tiene la cultura dominante blanca para aniquilar a las culturas minorizadas no necesita de nuestros esfuerzos. No me hace falta reivindicarme como catalana porque, como cultura dominante, no está en peligro.
Cuando pensamos lo moro, lo hacemos como identidad fronteriza, como forma de resistencia puesta en práctica por la diáspora norteafricana (y del mundo áraboislámico) ante la asimilación a la que el contexto multicultural, eurocéntrico y colonial somete a las identidades racializadas y minorizadas. El imaginario entorno a cómo es la mora nos acaba situando en un mismo espacio y hace que una amazigh rifeña criada en Vic encuentre complicidad en la mirada cruzada con una síria de Homs o una mestiza vascomarroquí. Nos enfrentamos a un conjunto de violencias parecidas (otras no, claro) y eso nos vincula. A partir de esa violencia se construyen posibilidades de creación y crecimiento.
Todas sentimos la necesidad de espacios para la reflexión conjunta y la complejización de estas y otras construcciones identitarias que nos permitan desmontar los mitos y construir una mora que queremos: combativa y sin interferencias externas. Algunos de los objetivos son la reconstrucción de referentes comunes, apartar todo el ruido español-catalán blanco, intentar romper con los relatos de las diferentes hegemonías construyendo una narrativa propia y heterogénea de lo que “somos” y, sobretodo, acompañarnos en la sanación de las heridas provocadas por todas estas violencias.
“Liando·la·Mora” es un espacio no mixto-no mixto, exclusivamente para mujeres (cis y trans) moras. Creemos que las mujeres racializadas moras necesitamos espacios donde poder pensar nuestra actividad política sin interferencias blancas y sin la obligatoriedad de negociar con los hombres racializados moros. Pensarnos sin esos obstáculos, pero teniendo muy claro que debemos pensar y anticipar la instrumentalización colonial que a menudo se hace de nuestras reivindicaciones o críticas hacia nuestro propio grupo. Es por ello que algunas de nosotras vemos mucho más viable (entiéndase segura) una alianza con hombres racializados antes que con mujeres blancas. Cuando nosotras nos reunimos y observamos esas violencias, al buscar alianzas habitualmente encontramos a otros sujetos racializados.
En ese espacio de seguridad, sin ruidos, podemos pensarnos con todas nuestras intersecciones y complejidades. Podemos cuestionar esa unidad árabe, reivindicar nuestras raíces amazighs, fortalecer nuestra espiritualidad musulmana lejos de doctrinas autoritarias y de lecturas blancas del Islam, plantear críticas internas, reconstruirnos como africanas, mirar hacia nuestras compañeras gitanas, sudacas, afrodescendientes… Y luchar contra el racismo antimoro sobre el que se ha construido la identidad española-catalana blanca.
*Fotografía de Gema Noach
+Salma Amzian. Con todas las “a” neutras, tal como suena en amazigh. Nacida Tifarrouine, un pueblo del Rif cerca de AlHoceima. Criada en Vic, un pueblo de Cataluña cerca de Barcelona. De formación historiadora y antropóloga. Máster en Antropología orientada a la intervención sociocultural. Actualmente inmersa en un proyecto doctoral sobre identidades moras en la diáspora.
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