“To accept one’s past—one’s history—is not the same thing as drowning in it; it is learning how to use it. An invented past can never be used; it cracks and crumbles under the pressures of life like clay in a season of drought.”
James Baldwin
Fue mucho más que una voz negra defensora de los derechos civiles de la comunidad afroamericana. al cuestionar la construcción de la alteridad y desentrañar las torsiones que las múltiples aristas del poder ejercen sobre las personas, el ensayista y novelista James Baldwin refutó las identidades fijas y las categorías normativas afirmando que el hombre solo puede ser universal.
Estamos en 1968, en el Dick Cavett Show de la televisión estadounidense. Respuesta irónica y decepcionada del entrevistado: “La verdad, no creo que haya mucha esperanza mientras la gente siga hablando en estos peculiares términos.” Durante un instante todo vacila. No dura más que una fracción de segundo, pero en la mirada azul y perdida del periodista asoma la buena conciencia progresista puesta contra las cuerdas. Se trata de la impactante secuencia de apertura de I Am Not Your Negro, el documental de Raoul Peck, que arroja una luz brillante sobre esta figura de la lucha por los derechos civiles de la comunidad negra, James Baldwin, cuando se cumplían treinta años de su muerte.
Baldwin, junto a Martin Luther King y Malcolm X, fue uno de los protagonistas del gran movimiento de resistencia que se alzó en los EE. UU. segregados de finales de los cincuenta. Un actor y una voz “antigua, negra y terrible como el primer ancestro” (Amiri Baraka), que con sus ensayos, novelas, múltiples intervenciones, conferencias y entrevistas nos brinda un vibrante testimonio de la opresión que se vivía en los cuerpos, en las mentes, en los barrios y en las escuelas. Denunció sin tregua la violencia cotidiana, omnipresente y traumática que padecían los afroamericanos, esos niños “más despreciados”, desde la humillación hasta el linchamiento. Y no dudaría en desmontar la lógica subyacente de la supremacía blanca en la autoproclamada “tierra de las libertades”.
Nieto de esclavos y nacido en Harlem en 1924, Jimmy Baldwin se autodefinía “bastardo de Occidente”. Y bastardo era por partida triple: por su nacimiento, por su color y por su sexualidad. Concebido fuera del matrimonio, no tendría padre hasta los tres años, cuando su joven madre se casó con David Baldwin. Un predicador baptista los domingos y “paleta” durante la semana que había huido del Sur para establecerse en Nueva York. Recibió un nombre que a su vez provenía del amo blanco que siglos antes había comprado a uno de sus antepasados; un nombre que inscribió en su carne la historia de 400 años de esclavitud; un nombre que conservaría hasta el final como símbolo de esta identidad mixta y plural, blanca y negra, cuando otros reemplazaban el suyo por una X como muestra de ruptura con un pasado infame y como afirmación de su negritud.
Más allá de aceptar ese legado, Baldwin lo reivindicaría -reivindicación que llevó al corazón de su discurso: la pertenencia incondicional y sin reservas al pueblo estadounidense. «(…) hasta que llegue el día en el que nosotros, el pueblo americano, seamos capaces de aceptar algo que yo mismo he de asumir: que mis ancestros son blancos y negros, a la par, y que, entre otras cosas, debemos forjar una nueva identidad en este continente y aceptar que nos necesitamos los unos a los otros. Porque yo no soy ni pupilo de los EE. UU. ni objeto de la caridad misionera, sino uno más de los que han levantado este país… hasta que no llegue ese día habrá pocas esperanzas para el sueño americano, puesto que las personas a las que se les impide participar en él acabarán socavándolo con su mera presencia. Y si esto sucediera, acarrearía graves consecuencias para Occidente.»
James Baldwin con 22 años en Nueva York, Septiembre 17 de 1946. Fotografiado por Richard Avedon / ©the Richard Avedon Foundation.
Hablando alto y claro de este nosotros, frágil y exangüe, Baldwin rechazaba tanto la noción de integración que defendían los progresistas como, al otro extremo del tablero, la del separatismo defendido por los más radicales. De este modo, dinamitaba la lógica instalada en la estructura social, política y cultural de su época y abría una nueva salida a un pensamiento estructurado en términos binarios que compartían “vaqueros e indios, buenos y malos, duros de roer y debiluchos, machos y maricas, negros y blancos”. Y pagaría por ello.
El hecho de no alinearse con la línea dominante del Black Power le supondría un cierto aislamiento. Elridge Cleaver, dirigente de las Panteras Negras -y futuro conservador-, lo acusó de traidor y de tomar descaradamente partido por los blancos. Por otra parte, Martin Luther King lo excluyó de la lista de oradores durante su Marcha sobre Washington en 1963 por temor a que su discurso resultara demasiado radical y enardeciera a las multitudes… Por no mencionar su homosexualidad abierta y asumida, que incomodaba a la mayoría de los líderes negros y de la que se burlaba la izquierda progresista -Robert y John Kennedy lo llamaban “Martin Luther Queen”.
Pero dicho aislamiento, que indudablemente padeció, fue elegido o al menos impuesto por su rechazo intransigente a las etiquetas: ni política, y se unió brevemente a la Liga de Juventudes Socialistas, rápidamente supo que “resultaría imposible adoctrinarlo; ni sexual, “homosexual, bisexual, heterosexual son términos del s. XX a los que no veo mucho sentido”; ni “racial”, si se marchó a Francia en 1948 fue para evitar “convertirme en un simple negro, o incluso, un simple escritor negro”.
James Baldwin paseando por París. © SOPHIE BASSOULS SYGMA VIA GETTY IMAGES
En París, “esa gran ciudad, vetusta e indiferente”, invisible, solo y miserable “entre los miserables”, (…) pudo “liberarse de la trampa del color de la piel” y por fin “desnudarse de nuevo”, pues “la desnudez no entiende de colores”. Entre los “negros de Francia” -los árabes, antillanos y africanos colonizados- descubrió que EE. UU. no era el único país racista y que la supremacía blanca era universal. Esta experiencia, atravesada por la angustia y la amargura, resultó liberadora y necesaria para comprender su pasado y su identidad: “Tardé unos cuantos años en vomitar toda la inmundicia que me habían enseñado sobre mi persona, aunque solo me la creía a medias, antes de caminar con paso firme sobre esta tierra sin tener que pedir permiso.”
Este rechazo radical a toda categorización y transmutación de su experiencia personal en verdad universal, constituyen el hilo conductor de toda su obra indisociable de su vida. Él, que afirmaba que “solo se puede escribir realmente lo que se ha vivido”, tuvo que deconstruir, capa por capa, las categorías arbitrarias que supuestamente lo definían para librarse de todas las cárceles y determinismos con los que explorar los límites tanto de raza como de género -inextricablemente entremezclados en él. Alternando el ensayo y la ficción, con un estilo extravagante y perspicaz, y combinando la emoción con la inteligencia y la dulzura con la firmeza, logró “descompartimentar las letras afroamericanas y orientarlas hacia lo que él consideraba esencial: la experiencia humana” (Alain Mabanckou).
Adaptación de extractos de James Baldwin: Un homme libre de Valérie Nigdélian
(LE MATRICULE DES ANGES N°195, 2018) por Marta Lima: programadora audiovisual, traductora y promotora cultural. Diplomada en posgrados de Gestión y cooperación cultural internacional (UB), Traducción literaria (UPF) y Sociedades y culturas africanas (CEA), trabaja de programadora y traductora de festivales y ciclos de cine, como el Festival Internacional de Cines Africanos de Barcelona (FICAB) y el Festival Coop d’Ull del Zumzeig.
Esta disertación es presentada durante el curso “Introducción a las Teorías Postcoloniales y los Estudios Culturales negro-africanos” de la Universidad Pompeu Fabra.
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