Tania Adam- Barcelona |
Estoy un poco cansada del cinismo inconsciente -a veces no- de esta sociedad cuando hablan y categorizan de manera indiscriminada a la inmigración. Lo hacen como si no hubiera un pasado sangriento y colonizador ni un presente opresor, y como si sus antepasados, hijos, familiares o amigos no hubieran elegido esta opción vital.
A veces me pregunto como sería el mundo si no hubiera habido esclavitud, colonización ni el capitalismo agresivo en el que estamos inmersos. Hace tiempo que reflexiono sobre el tema, porque realmente me llama la atención la visión sesgada y parcial, así como el rechazo que hay un sobre un hecho tan ancestral como humano: la inmigración.
“Inmigrante”, es una de esas palabras castigadas con mil connotaciones que tiene un significado muy sencillo: “el que llega a un país o región diferente de su lugar de origen para establecerse en él temporal o definitivamente”. Entonces cualquier persona que se desplace de un lugar a otro -sea por la razón que sea- y que cumpla estos requisitos, es inmigrante, por lo tanto el ser inmigrante es un hecho descriptivo. Sin embargo su uso tiene implicaciones racistas, despectivas y xenófobas. Por ejemplo, los que vienen de América del Norte, Europa,u otros países llamados “desarrollados”, como puede ser Japón o Australia, jamás serán inmigrantes sino “extranjeros”. Los “inmigrantes” vienen más bien de Latinoamérica, Europa del Este o África. Aunque tampoco serán inmigrantes aquellos que viniendo de estas últimas zonas tengan un poder adquisitivo medio-alto, por lo que según la raza, procedencia y bolsillo, uno es digno de ser un extranjero o un mero “inmigrante desgraciado”. Sea lo que sea, en realidad solo se trata de personas que están intentando dar lo mejor de sí para vivir en mejores condiciones, ya sean materiales o sentimentales
A pesar de que se quiera hacer ver lo contrario,siempre hemos sido sociedades plurales, solo que ahora lo somos un poco más. Vas por la calle y puedes escuchar otras lenguas, ver otras maneras de vestir y puedes intuir que esas personas tienen otras creencias, valores y quizás cosmovisiones del mundo. Yo misma podría ser de muchas partes del mundo, pero llevo demasiados años por aquí y hay cosas que no se notan tanto. Guste o no, creo que ya es hora de aceptar que vivimos rodeados de gente que viene, se va, se queda… Y que lo hace por múltiples razones. Por eso, ver la inmigración con unas gafas xenófobas, clasistas o racistas, quizás no sea la mejor opción, al menos desde mi punto de vista, porque las sociedades las construimos entre todos. Rechazar esta pluralidad es no aceptar la realidad, y la realidad es que somos un mundo en movimiento; este es un hecho que no se puede controlar porque forma parte de la condición humana. Es como cuando intentas controlar los sentimientos, simplemente no se puede hacer: tienes que encontrar la manera de gestionarlos pero no puedes parar lo que sientes.
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