Laura Asprilla y Laura Ríos - Colombia

El Nacimiento del niño Dios negro que se lleva a cabo en febrero en el municipio de Quinamayó, en el Valle del Cauca, es una forma constante de resistencia de la comunidad afrodescendiente que ha mantenido viva esta tradición durante tantos años pese al poco apoyo de las instituciones y frente varios hechos que dificultan la ejecución de la fiesta. La herencia de rebeldía y la fe que tienen en sus ancestros hace que la comunidad decida contra y viento marea celebrarla y enamorar a las nuevas generaciones para participar en el festejo, ya que por su puesto es la niñez de Quinamayó quien le imprime ese toque de magia e inocencia a la fiesta.

Quinamayó es un pueblo ubicado al sur del Valle del Cauca, Colombia, muy cerca a Villa Paz y Robles; es de esos lugares del Cauca, que alberga una historia de resistencia y libertad del pueblo afrodescendiente, donde la vida de cada persona es un regalo de sus ancestros que sobrevivieron y lucharon en contra de la esclavitud. Así cómo un regalo es celebrada la llegada del niño Dios negro cada año.

 

Tres jóvenes con la canasta que lleva al niño Dios negro. ©Laura Ríos.

 

Dos jóvenes quinceañeras que acompañan el desfile del niño Dios negro. ©Laura Ríos.

 

©Laura Ríos.

 

La Navidad blanca se celebraba el 24 de diciembre, pero en Quinamayó se celebra mes y medio después. Una de las razones es para asegurarse que María hubiera pasado sus 45 días de dieta y estuviera lista para celebrar con el resto del pueblo. Otra de las razones de celebrar la Navidad en esa época, es que a las personas esclavizadas no se les permitía el festejo en diciembre. Esta era una costumbre solo de las personas blancas, pero el pueblo afro decidió hacer su propia Navidad meses después cuando tenían un tiempo para descansar. “Nosotras las personas negras hemos sido rebeldes desde siempre, esta es la razón de la celebración de la Navidad negra en Quinamayó” dice Kenny Lass habitante de la comunidad.

A las 9 de la noche del sábado 27 de febrero, se respiraba un aire de fiesta, la música sonaba a todo volumen, hombres y mujeres vestían sus mejores atuendos, los niños y niñas jugaban en la calle y en el cielo luces de colores; no era para menos, todos estaban a la expectativa de la Navidad negra. Como es costumbre la fiesta empieza hacia las 9:00 pm con la presentación musical y el tradicional baile de la Juga. En esta ocasión el baile empezó 1 hora más tarde, los músicos aseguraban que las instituciones no habían hecho el desembolso a los artistas como se habían comprometido.

 

El niño Dios negro. ©Laura Ríos.

 

Mujeres celebrando la Navidad negra en Quinamayó. ©Laura Ríos.

 

Los fuegos artificiales son parte de las celebraciones. ©Laura Ríos.

 

Pero la fe, el fervor de la fiesta y ese deseo siempre de hacer las cosas por la comunidad que caracteriza a los pueblos afrodescendientes, fue el motor para que estos músicos a pesar del incumplimiento de la institución hicieran sonar los instrumentos. Así empezó la fiesta, con música en vivo y alrededor la danza de la juga, un baile tradicional de la época que se baila arrastrando un pie detrás del otro intentando llevar el ritmo. (Al principio parece fácil, pero a las 3:00 de la mañana es una verdadera prueba de resistencia física).

Los vecinos se unen a la caravana de los músicos y cómo un pesebre andante, van todos recorriendo el pueblo recogiendo a los integrantes del pesebre en las estaciones: las madrinas, María, José, los soldados que custodian el desfile, las quinceañeras y en esta ocasión una niña vestida delicadamente de dorado, desfilando como la estrella de oriente que alumbraba el camino; al final del camino se recoge al niño negro y con la emoción de ver al bebé de brazos, la comunidad lo acompaña hasta el pesebre.

Es una ceremonia mágica por así decirlo, no solo por la integración de los vecinos, la creatividad en los disfraces y la fiesta navideña, sino por el sentido de hacer el recorrido sobre las mismas calles y con la misma fe que 150 años atrás los antepasados lo hicieron. Como en la mayoría de las festividades de los pueblos afrodescendientes, se siente y se respira la presencia de los ancestros en cada celebración.

 

Niñas vestidas de ángeles parte de la comitiva que recibe al niño Dios negro. ©Laura Ríos.

 

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Laura Asprilla (@laurazprilla) es directora y productora audiovisual, ha sido curadora de la muestra Afro de la Cinemateca de Bogotá y de la muestra Afro Festival Internacional de Cine de Cartagena FICCI, realizadora del documental “Palenque, mujeres y saberes” en San Basilio de Palenque. Candidata a Magíster en Gestión y producción cultural y audiovisual de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Ha realizado talleres de guion en Killary Cinelab y el Biff. Ganadora beca corto de ficción para nuevos realizadores Idartes 2023.

Laura Ríos (@lau_riosph) es comunicadora social afrocolombiana, fotógrafa, narradora audiovisual y productora de impacto social en artes visuales y cinematográficas con enfoque de género y étnico. Experiencia en procesos comunitarios sobre paz, memoria histórica, ecofeministas y ambientales. Caminante, tallerista y tejedora de procesos comunicativos y populares en comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas en diferentes regiones de Colombia.

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