Vicente E. Montes Nogales – Oviedo |
En la vasta África subsahariana aún quedan numerosos lugares en los que la palabra de los antepasados goza de gran importancia pues influye incluso en las decisiones cotidianas. Aunque la globalización deja sentir sus efectos no sólo en las urbes sino también en aldeas remotas, la tradición está más arraigada en ellas de lo que podríamos creer.
Hasta no hace mucho tiempo, las funciones sociales de algunos individuos eran variadas pero complementarias: elogiar los méritos de determinadas familias o ensalzar las proezas de los héroes; narrar cuentos, leyendas, epopeyas, genealogías, mitos y otros géneros literarios; mediar, para solucionar problemas, reconciliar a los que reñían o facilitar compromisos como, por ejemplo, los de matrimonio; transmitir los conocimientos heredados de sus ancestros… Estos protectores de la tradición eran conocidos bajo diferentes nombres pero son identificados generalmente como griots. Si bien las tareas mencionadas parecen loables, en ocasiones, su palabra despertaba temor y hasta enojo porque de la misma manera que alababan también podían divulgar la tacañería o cualquier otra imperfección moral de los miembros de la comunidad, de modo que el vilipendiado sentía sobre sus hombros el peso de la crítica social.
Las funciones de muchos de estos guardianes de la palabra han sufrido cambios con el paso de los años y cada vez son menos los que cumplen todas ellas. No son pocos los griots que se dedican a la música y tocan nuevos instrumentos, que alternan con los que ya usaban sus antepasados, componiendo incluso canciones cuyas letras denuncian recientes problemas sociales o describen sentimientos universales.
Mientras algunos de ellos me han declarado que pretendían salvaguardar los valores ancestrales y conservar las prácticas de aquellos griots que habían mostrado su sabiduría antes que ellos, otros me han asegurado que los tiempos de los griots habían concluido y que no tenía sentido aferrarse al pasado, ya que el presente ofrecía nuevas oportunidades tentadoras. Sin embargo, no he conocido a ninguno que no se enorgulleciese de su pertenencia a este grupo social y que no hablase con admiración de las tareas realizadas por sus antepasados.
El famoso cantante y ministro Youssou N’Dour me confesó que se consideraba un griot moderno y que había adquirido sus conocimientos en el entorno de su familia materna, compuesta por griots. Sus ancestros no podrían haber imaginado que uno de sus descendientes lograría alcanzar un puesto tan elevado en la sociedad senegalesa, algo imposible por aquel entonces para un griot.
La célebre cantante Daro Mbaye prefiere permanecer, no obstante, más vinculada a la tradición que otros griots que se han sentido atraídos por estilos musicales más modernos y durante años ha deleitado con su voz al público que atentamente la escuchaba en el Théâtre National Daniel Sorano de Dakar. Me reconoció que aunque las sociedades africanas habían experimentado profundas modificaciones, sus hijos y sus nietos serían por siempre griots, pues la sangre del griot no se diluye. Su hijo Sidy Samb, también un conocido cantante cuyos CD son un reflejo de los gustos musicales de los jóvenes senegaleses, es, a la vez, un claro ejemplo de la evolución de los griots. Su empeño por colaborar en la organización de diversas ediciones del Festival Afro-flamenco de Dakar mostró su interés por la música española.
Pero no todos los griots gozan de la misma popularidad. Muchos tocan instrumentos en modestos grupos de música, animando fiestas, distrayendo a un público de edades diversas y evadiéndole de las dificultades a las que se enfrenta cada día. Un reducido número de ellos, más fieles a la tradición, desdeñan las nuevas corrientes musicales, desafiando el paso del tiempo, y aún recitan con entusiasmo las historias que describen las batallas de sus antepasados y la gloria que obtenían con sus victorias. Las proezas de Soundjata Keita, el emperador mandinga que derrotó a sus adversarios en el siglo XIII, aún son difundidas por expertos narradores que urge proteger porque la desaparición de sus relatos supone la pérdida de un rico patrimonio oral que durante siglos parecía a salvo.
África es, así pues, un continente de contrastes y los griots son prueba de ello. Los que muestran su arte sobre los escenarios, con motivo de fiestas locales, ambientando las grandes o pequeñas ciudades, aspiran a lograr éxito o al menos a ganar modestas sumas de francos CFA que les ayuden a hacer frente a las necesidades diarias. Los que desarrollan sus funciones tradicionales en las aldeas buscan el reconocimiento de los miembros de la comunidad, por su saber y talento para narrar. Todos ellos, no obstante, forman parte de las sociedades subsaharianas, en las que la tradición se resiste con tesón a la modernidad, creando unas condiciones sociológicas particulares que despiertan la curiosidad de todos aquellos que se interesan por las culturas africanas.
Vicente E. Montes Nogales es doctor en Filología Francesa por la Universidad de Oviedo. Sus estudios se centran principalmente en los productores y difusores de la literatura oral subsahariana, en la epopeya de África occidental y en la novela francófona africana. Especialista en la obra del maliense Amadou Hampâté Bâ, ha publicado la monografía titulada La memoria épica de Amadou Hampâté Bâ. Este investigador imparte docencia en la Facultad de Turismo de Oviedo.
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