Entrevista realizada por Albert Russo y Nadine Dormoy 

“Vivir en un barrio-dormitorio con tres habitaciones, cuando el marido te dice “tú no sales”, no es lo mismo que en una arquitectura adaptada, con un espacio abierto en el centro, con el jardín, las fuentes, las mujeres que se reúnen, incluso si la casa es pobre.”

Assia Djebar

 

Assia Djebar, seudónimo literario de Fátima Zohra Imalayen, nace en Cherchell, Argelia, en 1936. Estudió en Argel y Sèvres (Francia). En 1956 escribe su primera novela, La Soif. Dos años más tarde inicia su colaboración en El Moudjahid, la revista del Frente de Liberación Nacional. En 1962, tras la Independencia, empieza a trabajar de profesora de historia en la Universidad de Argel. Pero, tras el golpe de Estado de Boumedian, se traslada a París, donde se dedica a la crítica literaria y cinematográfica y al teatro. En 1974, se reincorpora a la Universidad de Argel y realiza dos largometrajes: La Nouba des femmes du Mont Chenoua, premio de la crítica de la Bienal de Venecia de 1979, y La Zerda ou les chants de l’oubli.

En castellano se han traducido sus obras: Las noches de Estrasburgo, Alfaguara, 2002; Lejos de Medina: hijas de Ismael, Alianza, 2004; Sin habitación propia, Lumen, 2009; El blanco de Argelia, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 1998; Grande es la prisión, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 1997; Sombra sultana, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 1995; El amor, la fantasía, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 1990.

 

 

Albert Russo: Empecemos por situar tu trayectoria. Naciste en Argelia, en una pequeña ciudad que se llama Cherchel, que es también el escenario de una de tus novelas.

Assia Djebar: Sí, en El amor, la fantasía y en Grande es la prisión. Pero a esta ciudad la llamo Césarée (Cesárea) porque era la capital de la antigua Mauritania en una época en la que África, el Magreb, era colonia romana. Existía un rey llamado Juba II, su padre se sublevó contra los romanos aunque él había sido educado en Roma. Se le obligó a casarse con la hija de Cleopatra, así la hija de un vencido se casaba con el hijo de un vencido. Los enviaron a Cesárea, a 100 kilómetros de Argel, y la ciudad se convierte en la capital de medio Magreb, desde la Constantina actual hasta el norte de Marruecos. Fue un reino que duró cuatro siglos. El rey Juba II era un apasionado de la literatura griega, evidentemente eran latinista, pero en especial helenista, e hizo venir de todos lados artistas griegos. Se decía que era el rey más culto: tenía bibliotecas, escribió numerosos libros. Muchos siglos después llegó la invasión de los Vándalos. Más tarde, esta ciudad, llena de ruinas romanas fue repoblada por los refugiados tras la caída de Granada, los refugiados moriscos, los españoles de cultura musulmana expulsados de su país con los judíos. Hay una cultura andaluza, ruinas romanas y está rodeada de montañas bereberes. Es, pues, una especie de cruce de culturas. Explico todo esto porque mi padre y yo después hemos estado influenciados por los sitios romanos. Hay un faro muy antiguo, iba a un hammam en el centro y pasaba todos los días por delante del circo romano.

 

Albert: Lo que resulta muy interesante en tu obra es que no sólo eres novelista, sino también historiadora. Nos enseñas muchas cosas sobre la mujer argelina, la importancia de su papel, su lucha durante el colonialismo y su rol actual en la trágica situación en la que se encuentran los argelinos en general, y las argelinas en particular.

Assia: La sociedad argelina, como todas las sociedades del sur del Mediterráneo con tradición islámica en la época de la cultura del Al-Ándalus, representaba una mezcla de culturas, pero desde el siglo XIV esta cultura va rompiéndose poco a poco. En las ciudades la segregación sexual deviene más intensa. En Argelia esto aumenta por la presencia francesa. El siglo XIX es el siglo de destrucción en Argelia y las zonas rurales estaban constantemente en guerra. Francia, para conquistar el país provoca cuarenta años de incesante lucha. Los pequeños pueblos antiguos, con sus tradiciones (existe una gran diferencia entre los rurales y los urbanos), cierran sus casas y hacen entrar a sus mujeres que empiezan a vivir en un mundo pequeño y cerrado. Durante mi infancia, al final de la década de 1930 y en los años cuarenta, las mujeres vivían verdaderamente como en el cuadro de Delacroix: en los patios, en casas cerradas y en jardines, en una especie de tiempo suspendido. No me parecían desgraciadas; tenían su mundo allí desde los diez u once años, soñaban con el exterior sin conocerlo, y esto genera fantasmas cruzados. Al mismo tiempo, por estas tradiciones andalusíes, había una cultura refinada pero cerrada en sí misma. No debía haber contacto con el extranjero, cuando empecé a ir al colegio francés, era como si estuviera en dos mundos. El mundo colonial es un mundo donde dos sociedades viven en paralelo y no saben nada la una de la otra, se desarrollan a ciegas. Sin hablar de los problemas políticos. 

En el imaginario de los hombres occidentales que sueñan con las mujeres orientales, se les dice que los hombres pueden tener varias mujeres, y tienen la impresión de que toda casa árabe es, para el hombre, un lugar de voluptuosidad. Entonces, el blanco sueña con la poligamia cuando ve pasar a las mujeres totalmente cubiertas, de las que sólo ve sus ojos, evidentemente fantaseará. Paralelamente, las mujeres que están encerradas en estas casas imaginan esta libertad de las que disfrutan las occidentales. Hablo de ello en la novela El amor, la fantasía porque son escasas las ocasiones donde estas mujeres occidentales entran en estas casas. Miran este mundo de mujeres que pasan un tiempo infinito en los trabajos de costura, brodando… Pero no se hablan. Generaciones enteras de colonos en el Magreb nunca aprenderán el árabe. Aprenden el italiano, el castellano e incluso el inglés, que estaba de moda en un determinado momento, pero nunca el árabe. Lo que termina por frecuentar ambos mundos es la escuela francesa: yo, que pertenezco a una vieja tradición de sociedad femenina, voy a la escuela francesa. A los diez años, mi padre me dice que debo continuar estudiando y termino en un internado en medio de las hijas de los colonos que me cuentan sus vidas. Cuando regreso a casa, vivo en el interior de esas casas con las mujeres reclusas y, por tanto, me encuentro en lugares y épocas diferentes, en la misma ciudad, sobre la cuestión de la mujer.

 

Femmes d’Alger dans leur appartement, Eugène Delacroix (1834).

 

Nadine Dormoy: ¿Por qué tomó tu padre esta decisión de enviarte al internado francés, con la ruptura cultural que implica?

Assia: No fui la primera. Podemos entender la evolución de la sociedad argelina a partir de la escuela francesa. En los años 1920-1930, hubo una formación de profesores autóctonos. Es el momento donde, en las familias algo burguesas, el hijo se convertirá en médico, abogado… Y naturalmente, cuando se case regresará a su entorno de origen y se casará con su prima o con una chica joven de su sociedad que permanecerá con velo. Al contrario, en Oriente Medio la evolución de las mujeres del mundo musulmán por ejemplo en Turquía, después en Egipto, en Siria…, estuvo marcada por una occidentalización en los años treinta. 

 

Nadine: Con la influencia de Ataturk.

Assia: Sí, pero antes que esto, incluso en la época de los sultanes, existía por parte de las princesas un deseo de occidentalización. Esto ocurrió en primer lugar en Oriente Medio donde, no debemos olvidarlo, encontramos minorías cristianas y de todo tipo. También en las clases burguesas hay mezcla. En el Magreb, al contrario, y en concreto en Argelia, la burguesía era muy reducida, la gran burguesía fue arrasada por los enormes problemas del siglo anterior. Existe una gran oposición entre la sociedad musulmana y la francesa o afrancesada, y la única minoría autóctona que pasó al otro lado fue la judía, los judíos argelinos. En 1871, hubo un decreto de Crémieux que les reconoció su legalidad, es decir, la ciudadanía francesa. Entre 1871 y 1900, los judíos que antes sólo hablaban árabe se integraron rápidamente en el Estado francés. Seguidamente, alrededor de 1900, hubo altercados antisemitas contra los judíos argelinos. Consiguieron progresar muy rápido, algunos se convirtieron en grandes médicos. Se integraron completamente en la sociedad francesa, sobre todo en el norte, pero la evolución de esta sociedad les hizo perder el árabe. Derrida explica por qué en durante el petainismo se expandió el sentimiento antijudío. Nosotros éramos los colonizados, y ellos estaban bien integrados en el otro bando.

 

Albert: ¿Puedo preguntarte si eres parcialmente bereber?

Assia: Lo cuento en Grande es la prisión. El idioma bereber en todo el Magreb tiene una presencia más antigua que el árabe. Es el idioma más antiguo. El árabe penetra con el Corán y el islam. En las regiones bereberes, que son las montañosas, hubo una islamización bastante fuerte, y el árabe permaneció como la lengua litúrgica. Pero por ejemplo, en la Kabilia sólo se habla bereber. En el este de Argelia, que es una zona montañosa, se habla chaui, que es un dialecto bereber, pero también se habla árabe por motivos religiosos y para comunicarse con Oriente Medio. Podemos encontrar las mismas diferencias en el Medio Atlas, en el Alto Atlas para Marruecos. Mi región es una pequeña ciudad rodeada de montañas cuya población es berberófona, pero cuando salimos de las montañas se pierde el uso del bereber, en la ciudad se habla árabe. Mi abuela, que había tenido tres maridos, enviudó dos veces. Cuando quiso separarse de su tercer marido, no pidió el divorcio, sino la separación y se instaló en la ciudad. Mi madre debía tener tres o cuatro años. Al reseguir su trayectoria de mujeres, la historia de mi abuela y la historia de mi madre, no entendía por qué mi madre no quería hablar bereber, decía que lo había olvidado. De hecho, es porque su padre, en un determinado momento, venía a la ciudad los días de mercado y se encerraba con mi abuela intentando convencerla para que volviera. Como no lo consiguió, se casó con otra… Para mi madre, la pérdida del bereber está vinculada a la ruptura con el padre.

 

Albert: A propósito del idioma, has dicho en alguna parte que el francés es tu lengua paterna. ¿Qué quieres decir con esto? Por otro lado, has dicho que el francés es un idioma impuesto que utilizas como arma contra el poder colonial.

Assia: Mi abuela, una vez al mes, recibía a los aparceros en una de las habitaciones de su gran casa y pasaban cuentas. Yo asistí a estas sesiones donde se hablaba de lentejas y garbanzos. Las tierras montañosas eran muy pobres, pero ella tenía el sentido de los negocios y quería que sus hijos tuvieran parte de sus bienes. Así que hacía las cuentas según un sistema de aparcería que existe en todo el Magreb y que da al aparcero una quinta parte de la cosecha. Así, el bereber era la lengua de los aparceros… Esta lengua no tenía para nosotros ninguna presencia, salvo en las fiestas. Entre la burguesía representaba el idioma de los proletarios. Me fascinaba escuchar hablar a las mujeres rurales en los entierros o en las bodas, porque era la lengua de la improvisación. Había mujeres músicos en la ciudad y cuando mi abuela realizaba sesiones de trance una vez al mes, las invitaba. La improvisación era a través de los cantos religiosos con los que ellas improvisaban tonalidades del misticismo popular, al mismo tiempo que recitaban versículos del Corán. En un momento dado, mi abuela se levantaba y empezaba a bailar y entraba en trance. Duraba toda la noche. Yo estaba en un rincón, mi primo también estaba allí, asustado. De algún modo, creo que ella me dio el sentido de la poesía basada en la terapia. Más tarde comprendí que su vida había sido una lucha perpetua para defenderse de la sociedad masculina y que así exhalaba todas sus frustraciones. Posteriormente, visité los santuarios populares que existen en todo el Magreb, donde van las mujeres. Los mausoleos de mi ciudad están situados cerca de las playas. Las mujeres iban allí para encontrarse en las playas reservadas para ellas. Allí, veía a mujeres de todos lados explicando sus penas, eran sitios de reunión para compartir dolores, opresiones e injusticias que no podían expresar en otros lugares.

 

Nadine: ¿Existen pues santos y santas en el islam?

Assia: Claro.

 

Nadine: Estas prácticas no son muy diferentes de lo que ocurre en las regiones católicas con sus lugares de peregrinaje, las procesiones…

Assia: De tumbas de santos, había varias, yo iba a las montañas bereberes, la región de los antepasados de mi madre. Cuatro siglos antes, la tumba de un padre y su hijo se habían convertido en lugares de culto. Cuando llegaba a las montañas, decían: «Es la hija de tal», es decir, de mi madre, y los ancianos venían a abrazarme. Veníamos de una línea noble de origen religioso. Las tumbas de los santos estaban allí, el padre y el hijo, y las mujeres estériles venían a rezar. Cuando llegaba a estas montañas me convertía en un objeto de devoción, simplemente porque era la hija de mi madre, y esto me impactaba. En la ciudad, al contrario, los lugares de culto eran sitios de refugio. Cuando iba a las montañas, podía ver que existía una cultura bereber, mientras que en la ciudad había una cultura árabe refinada. Evidentemente, iba a la escuela francesa y sabía, pues, el francés. Por el lado de mi padre, el entorno era muy pobre, proletario, originario también de la montaña. El nombre de mi padre es realmente bereber. Él perdió a su padre muy pronto. Fue a la escuela francesa a los siete años, y para él la escuela significaba una apertura. Hacia los dieciséis aprobó el acceso a los estudios superiores. Ser profesor representaba para él una promoción, porque su madre era viuda con tres hijas para casar. Su primer deber fue familiar, en primer lugar tenía que casar a sus hermanas que debía mantener. Hacía su trabajo en una mesa baja, iluminada por una bombilla. Eran muy pobres.

 

Albert: También has contado la historia de una mujer que va en busca de su hijo encarcelado en Francia.

Assia: Se trata de mi madre y ocurrió durante la guerra de Argelia.

 

Nadine: Se trata de un texto autobiográfico.

Assia: Sí. Al principio mis novelas eran obras de pura ficción, donde utilizaba mis conocimientos de la sociedad, la arquitectura de las casas, el estilo de vida de la gente, la oposición entre los personajes tradicionales y los jóvenes que buscaban cambiar las tradiciones. Después de mis primeras novelas, vino un periodo de silencio durante el cual trabajé en mis películas.

 

Albert: Háblanos de tu actividad cinematográfica, pues también eres poetisa y cineasta.

Assia: He escrito cuatro novelas. Durante diez años (de los veinte a los treinta) fui novelista y universitaria, profesora de historia en Argel. Después no publiqué durante diez años (de los treinta a los cuarenta). Durante ese periodo, me pregunté si no podía convertirme en escritora en árabe. Pero el árabe es un idioma diglósico, con un nivel dialectal muy diferente al literario, al menos en Argelia. En otros países esta diglosia no impide a los escritores hablar en su dialecto y cuando escriben pueden jugar con el registro del dialecto en los diálogos y, al mismo tiempo, escribir el árabe literario para el resto. Así, un novelista sudanés puede ser leído por un marroquí o por un iraquí aunque, a su vez, encuentras el dialecto. Un ejemplo es Mahfuz, que está inmerso en el dialecto del Cairo, que sólo utilizan los cairotas. Pero, en Argelia, en las aldeas donde viven mujeres que nunca han ido a la capital, conocen las comedias y las canciones egipcias como si vivieran en El Cairo. Esto hace que las novelas de Mahfuz puedan circular por todos lados, porque transmiten una determinada lengua. Pero para el argelino existe una distancia enorme. Esto se debe a ciento treinta años de colonización francesa: en efecto, como mujer, con el francés puedo ir a todos lados y hacerme entender, mientras que con el árabe me quedaré en casa. Pero la destrucción cultural radica en que durante ciento treinta años el árabe fue expulsado de la escuela. Esto dio luz a un árabe que, durante generaciones, ha sido un dialecto que se ha alejado del resto de hablas árabes. Salvo si tenías la suerte de vivir en el sur, en las puertas del desierto. Allí los beduinos, los nómadas, han conservado una lengua pura, porque se encontraban alejados de las ciudades francófonas y después hicieron del árabe una herramienta de resistencia. Evidentemente, esto queda reflejado en la poesía y no en otros sitios. Existe una poesía árabe viva. Con el sur, la circulación con el resto del mundo árabe se hacía por las rutas de la peregrinación, por las caravanas, etcétera. Cien kilómetros al norte te encuentras una ciudad con un colegio francés, con las chicas como yo o más jóvenes y es otro mundo.

La evolución de las lenguas muestra que son universos distintos. Todo esto acabará confrontándose, incluso después de treinta años de independencia. Pues existen dos o tres Argelias diferentes con una concepción del mundo completamente distinta. En particular sobre la mujer, sobre la forma de ser, sobre las relaciones mixtas… El partido único no ha permitido que las confrontaciones culturales y lingüísticas se desarrollen con libertad. Aportó un conformismo, despreció el dialecto y mantuvo una lengua arcaica. Y cada vez más la gente ha hablado en francés. Nunca hubo tantos francófonos como después de la independencia.

 

Nadine: Pensaba que la educación escolar se daba en árabe.

Assia: Debemos saber que antes de 1962 apenas el 5% de niños argelinos iban a la escuela. El resto no iba. Argelia es el país del mundo árabe que ha realizado el mayor esfuerzo para abrir colegios, para escolarizar a los niños, incluidos los de las zonas rurales. La democratización de la enseñanza ha sido grande. Cuando un alumno pasaba la selectividad, tenía derecho a una beca para continuar estudiando.

 

Albert: Había estudiantes argelinos en Estados Unidos con becas públicas. Conocí algunos de ellos en la Universidad de Nueva York.

Assia: Hay una diáspora de intelectuales argelinos que procede de esa formación extranjera. Para el francés, la tasa de escolarización pasó al 80%, absolutamente mixta. La única igualdad que las mujeres tenían era en la escuela. El francés se quedó en la educación primaria no como primera lengua, sino como segunda. Primero el francés empezaba en segundo de primaria, después en tercero. Cuando el niño llegaba a sexto, en principio sabia hablar francés. La primera lengua viva extranjera es, pues, el francés, con un estatus privilegiado. Lo que no entendieron es que hace falta formar a los alumnos no sólo en cantidad, también en calidad. Los argelinos suelen encontrarse hablando dos idiomas a la vez, pues no dominan ninguno de los dos a la perfección. Cuando se desarrolló el fundamentalismo, el integrismo, hacia finales de la década de 1970, se cuestionó la enseñanza del francés. Por motivos ideológicos, cada vez más gente asumió que el francés era el idioma de la colonización, incluso treinta años después.

 

Nadine: Cuando fuiste profesora de historia en Argel, ¿dabas las clases en francés o en árabe?

Assia: En 1962 ya era profesora y sólo podía dar clases en francés. Pienso en francés. Intenté reencontrar el árabe, el árabe literario, y sólo lo logré para escribir Lejos de Medina. Como lengua de trabajo, puedo utilizar el árabe, con la condición de que esté en los archivos, en los documentos. Estudié latín, griego, y conozco el árabe clásico como un idioma muerto. Realicé estudios coránicos, pero no conservé nada para mi trabajo personal. Esta no fue la base de mi formación. El árabe dialectal permanece como una lengua familiar.

 

Nadine: En general, pues, en Argelia la educación en los institutos se imparte en francés.

Assia: Hasta 1962, sí. Cuando llegué a secundaria en sexto, con diez años, y me preguntaron qué idioma extranjero quería aprender, escogí el árabe. Era la única, así que opté por el inglés. Siempre fui la única niña árabe en medio de las niñas de colonos. La sociedad colonial no se interesaba por el árabe, incluso si estaba allí desde hacía generaciones. Esta falta la retuve como una especie de nostalgia y lo estudié por mí misma. Para volver a los diez años durante los que no publiqué, me dije que quizá podría regresar a mi lengua de origen y empecé a escribir poesía en árabe. Me atrajo el audiovisual porque quería continuar trabajando con la lengua materna. Eran los años setenta, y en Argelia pronto se veía la diferencia entre el árabe oficial que se hablaba en los medios de comunicación y que querían que todos aprendiéramos, y la lengua materna vivida, la que practicaba en mi familia. Incluso había una forma femenina de la lengua, pues cuando vives en dos sociedades diferentes, ya no hablas más el mismo idioma. El modo de callarse, de emplear las atenuaciones, de hablar de modo figurado con sobreentendidos, todo esto logró una lengua femenina diferente. Mi trabajo en el cine siempre ha empezado por lo oral, y por este tipo de conversaciones con las mujeres. 

 

Albert: Háblanos de tu película La Nouba des femmes, premio de la crítica de la Bienal de Venecia en 1979. 

Assia: Había regresado de Francia en 1974 y no sabía qué quería hacer. Tenía una cultura cinéfila, iba mucho al cine, y tenía ganas de incluirla en mis clases en la facultad. Fui a ver los servicios de la televisión, donde me propusieron firmar un contrato para una adaptación de una de mis novelas. Les dije que no era eso lo que me interesaba. Les pedí un jeep y un técnico de sonido para ir a las montañas de mi infancia y registrar conversaciones con las mujeres. Vieron que no era nada caro: durante un mes tuve acceso a un jeep para ir hasta las montañas donde no había carreteras. Tenía conductor y un técnico de sonido. Pedí una chica como asistente, pero cuando me asignaron una técnica y le expliqué que dormiríamos en las casas de los pueblos, su familia no le dio la autorización de marcharse así, sin saber dónde dormiría ni a quién conocería.

Así pues, me dieron un técnico, que solía esperarme en la ciudad, pues la presencia de un hombre habría transformado completamente las relaciones que quería establecer con las mujeres que entrevistaba. Había que pasar tiempo con ellas, establecer relaciones de confianza. Pasaba horas con ellas antes de grabar la conversación. Y les aseguraba que no registraría nada que pudiera interferir en su vida privada. Aceptaban porque soy hija de quien soy. Pude registrar unas cuarenta horas de conversaciones. El chofer y el técnico pasaban el tiempo con los otros hombres, pero yo quería una memoria de mujeres y el pretexto era que hablasen de su experiencia en la guerra, de 1954 a 1962. La memoria de las campesinas me aportó muchísimo, en especial sobre la forma. Creo que maduré en ese momento. Remarqué que cuanto más ha sufrido alguien, más parco es en sus recuerdos. Así, durante la guerra o poco después, hay toda una literatura basada en la puesta en escena de la desgracia. Yo me dirigía a personas que habían tenido que pasar por cosas terribles, pero no quería que contaran todos los detalles, quería dejarlas que explicaran lo que quisiesen. Por ejemplo, al hablar de su hijo, una me dijo: «Estoy muy enfadada con mi hijo porque no sabía tener miedo. En un combate, tenía una herida en el estómago y tuvo que utilizar la ropa para que no le salieran las tripas. Antes de la guerra, era guapo, le gustaba bailar y la fiesta, ahora está desfigurado». No me lo decía para hacer de su hijo un héroe. Simplemente lo contaba. Otra me dijo: «He perdido cuatro hijos, mi marido, ya no me quedan lágrimas». Seguidamente, contó un pequeño detalle, cómo su hermano le había dicho antes de morir: «Atención, si alguna vez me matan, no dejes que mi cuerpo se lo coman los chacales». Sus palabras están llenas de pudor y de ilusiones.

 

 

 

 

Fotogramas de La nouba des femmes du Mont Chenoua (1979)

 

 

Nadine: Prefieren quedarse en las descripciones periféricas, hablan en torno al acontecimiento, no del acto en sí mismo. 

Assia: Es lo que pasaba en las películas. Se filma sobre la parte más dolorosa. En el montaje puse esta parte dolorosa de la que no podían hablar. Busqué reconstituirla bajo la forma de un cuadro. Por ejemplo, una mujer me explicó la historia de su hija que se había unido a la guerrilla con catorce años. Vio cómo los soldados franceses mataban a su hermano, huyó y se encontró sola en mitad de la noche en pleno campo. Tenía miedo de dormir en el suelo, así que se puso sobre la rama de un árbol. Su madre dijo: «La pobre durmió sola encima del árbol por miedo a los chacales». Y seguidamente se corrige: «Sola, salvo con la compañía de Dios». Se puso a llorar por su hija más que por su hijo. La madre lloraba recordando esto veinte años después. Lo conservé para la película, pues sus lágrimas se mezclaban con la voz. La imagen que perdura es una chica en un árbol. El padre está allí, también empieza a llorar. Y el personaje que les ha escuchado, al volver a su jeep, ve un árbol majestuoso. Se detiene y sueña. Encontré a una campesina de doce o trece años y le hice volver a repetir la escena.

 

Nadine: Me parece que hemos llegado, por así decirlo, al punto de partida, y que las mujeres se encuentran, hoy día, en la misma situación que hace treinta años. 

Assia: Excepto que durante la guerra de Argelia las estudiantes en todo el país éramos dos o tres mil entre nueve millones de habitantes.

 

Nadine: Hablas de las chicas.

Assia: Sí, como adolescentes entre las dos culturas y las dos sociedades. Apenas representábamos el 1%.

 

Nadine: No representabais, pues, un «peligro» para esa sociedad.

Assia: Todo lo que he explicado sobre las mujeres durante la guerra es de las campesinas, que representan a miles de mujeres, lo que transformó la sociedad rural. Pero las chicas que estudiaban o que residían en el extranjero, como yo, fuimos las que entramos en la universidad en 1962 y nos convertimos en profesoras. Treinta y cinco años más tarde, aunque las amenazas provengan del fundamentalismo y no de la colonización, ya no somos dos o tres mil mujeres resistiendo. La población argelina es de 25 millones, la mitad son mujeres, el 50% menores de veinte años, y desde hace tres décadas existe el movimiento de formación de mujeres. Actualmente, es en los movimientos de mujeres que están entre las dos culturas y que resisten a volver atrás, donde la cultura es más fuerte. Argelia es el punto de encuentro de las máximas contradicciones. Es aquí donde los integristas son más misóginos, porque no tienen una cultura árabe que hayan podido comprender, incluido en el plano religioso, y por otro lado, en las mismas familias, encuentras a las chicas que se convierten en enfermeras o maestras. Es lo mismo en los barrios periféricos, donde los chicos pueden fracasar en los estudios mientras que sus hermanas lo logran. La contradicción es muy fuerte. Si la chica se convierte en secretaria, debe alimentar a la familia. Trabaja, pero el hermano, el tío o el joven marido todavía estarán más atentos a su forma de vestir y la dejaran trabajar con la condición de que lleve el chador.

 

Nadine: Es decir, que los hombres, en una situación así, intentan desesperadamente mantener una autoridad que en realidad se les escapa.

Assia: Por otro lado, si observamos el movimiento integrista, no hay sólo terroristas y asesinos, algunos han sido formados en las universidades y desean instaurar una sociedad islámica, pero por medios pacíficos. Es el caso de Jordania, por ejemplo. En estos ambientes, hay estudiantes que se convierten en médicos, enfermeros, informáticos, y que creen realmente poder conciliar su saber profesional con el sueño de una sociedad islámica purificada de los «vicios» de Occidente. Estos los ven de forma muy esquemática, en particular a través de las películas que emiten en televisión. Desde hace unos años, Argelia recibe en directo todas las cadenas francesas, y yo, que miro poco la tele en Francia, es en Argel que me di cuenta, en un momento dado, de que había películas X.

 

Nadine: ¿Cuál es el efecto que produce esto en Argelia?

Assia: Imagina uno de estos barrios dormitorio en el que todo el mundo recibe la televisión. Hasta el 1975 o 1980, había cines, la gente salía por las noches, incluso había teatros. Y, de repente, todo el mundo se reúne ante el televisor. Bruscamente ven cosas que les impactan, e imaginan una sociedad europea donde se ofrece este espectáculo desde que desembarcas en el aeropuerto de Orly (París). Como viven en una sociedad donde faltan tantas cosas, esto despierta deseos enfermizos y provoca una violencia sobre las mujeres que estaban justamente saliendo en tejanos o minifalda. Los conflictos y las contradicciones aumentan. Pienso que Argelia ha sufrido, desde hace dos décadas, conflictos en primer lugar visuales, en una sociedad que ha empezado a empobrecer, con gobiernos que no se ocupan realmente de las necesidades sociales. El integrismo ha surgido en estos suburbios de las metrópolis del Tercer Mundo, con el hecho de esquematizar Occidente a partir de las pantallas. Sólo vemos lo peor, así que debemos regresar a la separación de ambos sexos. En 1974, regresé a vivir a Argelia tras marcharme en 1965, realicé la película La Nouba des femmes durante dos años y volví a la enseñanza. En los ochentas vi verdaderamente la evolución de la sociedad en las ciudades. Tenía cada vez más chicas en los anfiteatros de las universidades, contemplaba una Argelia invisible que se educaba (salen más mujeres que hombres en la carrera de medicina). Hay numerosos sectores sociales-profesionales donde las mujeres sostienen el país (en los hospitales, en los puestos administrativos y en otros sitios). Pero incluso las mujeres que tienen un cargo importante en un ministerio, cuando regresan a su casa, de repente desaparecen detrás de su marido por miedo al qué dirán. Allí retoman el rol tradicional. Existe, pues, una Argelia pública que está constituida exclusivamente por hombres. En 1979-1980, decidí ir a vivir a París para escribir sobre mi país. Durante la filmación de las películas, tuve el placer de descubrir mi país, sobre todo la zona rural. Pero también me encanta la calle, los restaurantes, me gusta pasear por la ciudad. Poco a poco, me tomaban por una turista. Me instalé en París cuando tenía cuarenta años, abandoné una carrera de profesora que duraba desde 1962, mi apartamento, mi confort burgués y viví en París como una estudiante. Quería comprender mi país, pero como una fotógrafa que debe tomar cierta distancia.

 

 

© Zerda ou les chants de loe oublié

 

 

Nadine: Muchos escritores han hablado de su país instalados en París, porque esta ciudad te deja libre, no te impone nada, no te asfixia.

Assia: Exactamente. Encontré pues la libertad a la que estaba acostumbrada, pero al mismo tiempo me inundaba la necesidad de conocer mi país, y su evolución que me parecía peligrosa. Si bien no pensaba exactamente en la violencia y en otros ámbitos veía que salíamos de la pobreza, del subdesarrollo. Pero en el plano de las relaciones hombre-mujer, en los valores culturales, no lo veía. Es cuando publico Mujeres de Argel. Son relatos, algunos escritos antes, pero el primero, el que abre el libro, son mis relaciones con la ciudad de Argel. Y finalmente, puse el título del cuadro de Delacroix porque esta pintura era el cuadro de las mujeres que, como mi madre, cuando estaban encerradas no se sentían encerradas. No era así en 1980. Vivir en un barrio-dormitorio con tres habitaciones, cuando el marido te dice “tú no sales”, no es lo mismo que en una arquitectura adaptada, con un espacio abierto en el centro, con el jardín, las fuentes, las mujeres que se reúnen, incluso si la casa es pobre. En un bloque de los suburbios, es realmente la cárcel. Es entonces cuando empecé a concebir El amor, la fantasía. Para comprender la evolución de mi país, hacía falta que, constantemente, me encontrara en los vaivenes entre el pasado y el presente, para poder afrontar las contradicciones. Entendí que incluso la estructura de la novela debía cambiar. Esto fue difícil de que lo entendieran editores y críticos. ¿Qué se espera en París de una novelista argelina? Que cuente una historia más o menos exótica, punto y fin. Pero si te encuentras realmente en la mutación de tu país, a la vez en el espacio, en las relaciones hombre-mujer, en una perspectiva histórica y sociológica, me veía incapaz de plasmarlo en una intriga literaria. Tenía que incluir perspectivas diferentes. Por eso, El amor, la fantasía, con una estructura algo compleja, no fue entendida por muchos editores. Para mí, la novela bebe tanto de la arquitectura como del lenguaje. La estructura se convertía en algo muy importante porque las sociedades eran contradictorias. 

 

Nadine: Es una verdadera esquizofrenia…

Assia: Yo hablaría de un laberinto. Cuando estaba en el instituto, me gustaba hacer deporte, funcionar como una occidental. Cuando regresaba al mundo tradicional, había el velo, claro. No se lo consideraba como ahora. Era un velo de seda, y había muchos velos. Durante las fiestas estaba lleno de encajes. Era un mundo de poesía.

 

Albert: Se ha convertido en algo terriblemente simbólico, en un arma. 

Assia: Hacía falta, en cada ocasión, tomar la verdad a partir de estos mundos cerrados. Quería expresar una especie de fidelidad y, al mismo tiempo, no pude escribir textos autobiográficos hasta después de los cuarenta años. En la cultura musulmana, nunca se habla de uno mismo. Cuando terminé el libro El amor, la fantasía enfermé durante seis meses. Tuve una tendinitis y nadie entendía por qué.

 

Albert: Hablemos de El blanco de Argelia, en el que te expresas con mucha valentía. Hablas de amigos, de intelectuales… 

Assia: Es el modo en que vivo el drama argelino desde 1993, durante los primeros tres años. Los primeros tiempos me decía a mí misma que no podía escribir sobre la sangre, sobre la violencia de esta forma. Me encerré durante casi un año, los muertos con frecuencia eran amigos. En ocasión de mi viaje a Estados Unidos, cuando fui a Berkeley, no quise quedarme más de un mes, y en ese momento tuve la sensación de que los amigos más íntimos que estaban muertos me habían acompañado. Tuve un tipo de alucinaciones, de diálogos con los muertos, como si estuvieran allí..

 

Albert: En el libro sentimos como una conversación con los muertos. No hay ninguna violencia, sino una conversación íntima.

Assia: Intenté devolverlos a la vida. Me dije que había una tradición antigua de diálogo con los muertos. Pero cuando regresé de Berkeley y me puse a escribir este libro, nuevamente surgió el problema del idioma. Estaban muertos y les hablaba en francés. Esto generó una revolución interior. De hecho, fue como si entraran en mí todavía más. La muerte natural era del ámbito litúrgico, y la lengua coránica está allí, era como si las lenguas se repartieran los territorios de mi vida interior. En la muerte, no podía quedarme con el francés, debía entrar en mi lengua materna. Pero esos amigos fueron asesinados brutalmente. Quise, pues, escribir este diálogo de los muertos como si estuvieran allí, así que hablamos en francés. Me dije que el francés era el idioma no para celebrar la muerte, sino para superarla. Cuando estaban vivos, hablábamos tanto en árabe como en francés, pero como yo era la única mujer entre ellos, conservaba el francés como un idioma neutro. Y ahora que están muertos, les hablo en una verdadera lengua, les quiero en francés y se lo puedo decir, ahora que están ausentes, pues mi pena ha cambiado.

 

 

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Entrevista publicada en Africana. Aportaciones para la descolonización del feminismo. Editada por Radio Africa

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