Martín Speroni

Cuando alguien escucha la palabra “genocidio” es probable que en lo primero que piense son en los 6 millones de judíos exterminados por los nazis entre 1941 (año en que comenzó la “solución final”) y 1945. Pero la historia demuestra que hubo atrocidades cometidas en diferentes países y que dejaron distintas cifras de muertos que se pueden calificar como genocidio, aunque para ser calificado como tal debe tener cierta característica que se verán más adelante.

Generalmente se piensa que el primer genocidio del siglo XX fue el que llevó a cabo el Imperio Otomano contra los armenios entre 1915 y 1923 y que dejó un saldo de entre un millón y dos millones y medio de civiles muertos. Esto se puede observar en la obra El siglo de los genocidios de Bernard Bruneteau, quien no considera que las atrocidades cometidas por los alemanes contra los ovaherero y nama tienen las características propias de un exterminio, sino que considera la matanza de los armenios como el principio de los genocidios del siglo pasado. A pesar de esto, el primer genocidio del siglo XX fue el que cometieron los alemanes contra los pueblos ovaherero y nama entre 1904 y 1907 en el África del Sudoeste Alemana, actual Namibia. Aunque, ¿Cuántas personas han escuchado hablar de este genocidio? Es probable que pocas.

 

Prisioneros ovaherero y nama durante la guerra de 1904-1908 contra Alemania.

 

A mediados de 1941, Winston Churchill afirmó que los nazis estaban cometiendo “un crimen sin nombre”. Hasta ese entonces no había un vocablo con el que denominar a esa matanza contra un colectivo realizada de manera sistemática e industrial.
A comienzos del siglo XX, el jurista polaco Raphael Lemkin conoció el exterminio de civiles armenios por parte del Imperio Otomano y decidió reorientar su carrera profesional de la lingüística al derecho. Se comprometió a la búsqueda del término adecuado para definir las atrocidades cometidas por los turcos otomanos, primero, y los nazis, después. Debido a sus investigaciones históricas, sus estudios de filología y filosofía y su formación jurídica, Lemkin acuñó en 1944 el término “genocidio”, una palabra que creó a partir del sustantivo griego “genos” (raza, pueblo) y del sufijo latino “cide” (matar). De esta manera, genocidio se puede calificar como “el exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”.

La primera vez que apareció el término “genocidio” en un instrumento jurídico fue en el Acta de acusación del 8 de octubre de 1945 contra los principales criminales de guerra nazis. La descripción de los genocidios nazis como imperialistas y coloniales invita a concluir que la situación colonial en el África del Sudoeste Alemana con las matanzas de los pueblos ovaherero y nama, entre 1904 y 1907, también fue genocida.

En 1884 el imperio alemán ocupó el territorio de la actual Namibia y fue desposeída oficialmente de sus colonias en la Conferencia de Paz de Versalles en 1919, tras la Primera Guerra Mundial. El sudoeste de África se convirtió en el primer “protectorado” alemán, denominándose África del Sudoeste Alemana.

 

El líder nama Hendrik Witbooi, circa 1900.

 

La colonia fue iniciada por un comerciante de tabaco llamado Adolf Lüderitz (1834-1886), que se dedicaba al comercio ilegal de armas en la costa del sudoeste de África. En los años siguientes, las tensiones entre los dos principales grupos étnicos locales, los ovaherero y los nama, facilitaron el establecimiento del poder por parte de los alemanes.

A mediados de 1885, funcionarios del gobierno llegaron a la región y firmaron “tratados de protección” con los jefes nativos. Los ovaherero no tardaron en anular los tratados y expulsar a la pequeña administración alemana al mando del Reichskommissar (comisario del Imperio), Heinrich Göring, padre del futuro dignatario nazi, al enclave británico de Walvisbay. Los alemanes sólo enviaron veinte hombres al sudoeste de África en 1889 con instrucciones de evitar el estallido de una costosa guerra.

Los pueblos ovaherero y nama sufrieron discriminación durante años, además de ver cómo sus tierras eran saqueadas y ocupadas. Fueron obligados a abandonar sus hogares sin compensación, presenciando la pérdida de sus territorios y poblaciones. En 1904, tras años de marginación económica y social, el pueblo ovaherero se levantó en armas contra los alemanes. Según el historiador Horst Dreschler, autor de Let us die fighting. The struggle of the Herero and Nama against German imperialism (1884-1915) “fue el expolio sistemático y la falta de derechos de la nación herero el motivo del levantamiento. Los herero ya no podían ni querían vivir en semejantes condiciones”.

 

Grupo de mujeres herero en 1904, fotografía publicada por el Berliner Illustrirte Zeitung.

 

Tras la llegada de suficientes refuerzos desde Alemania, en agosto de 1904 los ovaherero fueron derrotados militarmente en la batalla de Waterberg, pero la mayoría consiguió huir al desierto de Omaheke. Su inesperada fuga llevó a Lothar von Trotha, comandante de las fuerzas militares, a recurrir a métodos genocidas y a lograr una “solución final”. El general alemán ordenó la persecución de los que huían. El 2 de octubre de 1904, von Trotha emitió la orden de genocidio:

“Yo, el gran general de las tropas alemanas, envío esta carta al pueblo herero. Los hereros ya no son súbditos alemanes. Todos los hereros deben abandonar la tierra. Si el pueblo no lo hace, los obligaré a hacerlo con las grandes armas. Cualquier herero que se encuentre dentro de las fronteras alemanas con o sin armas, con o sin ganado, será fusilado. No recibiré más mujeres ni niños. Los haré regresar a su pueblo o los fusilaré. Esta es mi decisión para el pueblo herero.”

Durante los meses siguientes, las tropas alemanas persiguieron a los ovaherero, ocuparon sus pozos de agua y también los envenenaron. De esta forma, obligaron a los nativos que habían huido hacia el desierto a morir de sed o beber agua envenenada.

Los supervivientes fueron deportados a campos de concentración a lo largo de la costa atlántica para trabajar como mano de obra, mientras que los nama eran estigmatizados como una raza perezosa y tímida, y debían también ser condenados a la extinción. Por ende, la conclusión a la que llegaron los alemanes fue: “Una vez terminada la rebelión, los nama, o más bien lo que haya quedado de ellos, deberían ser enviados a Togo o a alguna otra colonia alemana donde no harán daño, sino que desaparecerán de la escena en un futuro no muy lejano”.

 

Campo de exterminio en Shark Island, ‘África del Sudoeste Alemana’ (hoy Namibia)”, circa 1903. // Imagen del teniente von Durling en el campo de exterminio de Shark Island, diciembre de 1904.

 

Finalmente, se encontró un método más barato para diezmar a los nama. Hasta mediados de 1906 fueron alojados en campos de concentración en Windhoek y Karibib y luego se organizó un campo de exterminio en Shark Island donde se realizaron experimentos pseucientíficos con los prisioneros. Por este motivo se la denominó “isla de la muerte”. Para llevar a cabo los experimentos, centenares de ojos, cráneos, penes y otras partes del cuerpo humano de víctimas africanas fueron enviados a Alemania.

Se calcula que unos 60.000 ovaherero y 10.000 nama fueron asesinados directamente o murieron de hambre. Esto equivalía aproximadamente al 75 por ciento u 80 por ciento de la población ovaherero y el 50 por ciento de los nama.
Recién en 2021, Alemania reconoció por primera vez que cometió un genocidio en Namibia. “A la luz de la responsabilidad histórica y moral de Alemania, pediremos perdón a Namibia y a los descendientes de las víctimas”, señaló en un comunicado el ministro de Exteriores, Heiko Maas. Alemania sufragará un programa de desarrollo en Namibia con 1.100 millones de euros como “gesto de reconocimiento” ante “el incalculable dolor” provocado por las masacres cometidas hace casi 120 años.

Los gritos de angustia y dolor de los pueblos ovaherero y nama fueron silenciados y olvidados durante mucho tiempo, como muchas otras brutalidades cometidas en África, y, por ende, es fundamental empezar a darle mayor visibilidad.

 

Memorial del Campo de Concentración de Swakopmund. ©Namibian Genocide Association

 

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Martín Speroni, es argentino, licenciado en sociología en la Universidad del Salvador, de Buenos Aires. Actualmente está finalizando el máster de historia contemporánea en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). En su trabajo final de máster realizó un análisis comparativo de las fuerzas militares en el Estado Libre del Congo y el África del Sudoeste Alemana, en este último caso haciendo hincapié en el genocidio de los pueblos ovaherero y nama.

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