María Bueno

En 1944, bajo el mandato franquista, un equipo de fotógrafos y cineastas viajó a Guinea para retratar la vida colonial de aquella insólita España Negra en el corazón de África. Uno de esos “cazadores de imágenes” fue Manuel Hernández-Sanjuán, quien tras dos años en el lugar amasó un archivo colosal, hoy ya olvidado. La historia de su expedición se recupera aquí narrada por Ngono Mbá, uno de los porteadores que participó en el extraño viaje que debía “documentar” las verdades inventadas de aquel régimen: esa memoria no memorizada que continúa siendo hoy el pasado colonial español.

Fragmento de Diez Mil Elefantes.

 

© Penguin Books

 

Diez Mil Elefantes es una novela gráfica firmada por el periodista Pere Ortín y el artista Nzé (Ramón) Esono Ebalé. Ésta aparece en un momento en el que existe un interés creciente, en el propio territorio español, por el pasado colonial y esclavista de España. Sin ir más lejos, Ortín escribe a modo de epílogo:

“… La historia que aquí se cuenta es real, aunque no necesariamente sucedió de la manera que aquí se cuenta porque, al final, ¿quién sabe lo que sucedió?… Está basada en unos hechos reales que empecé a investigar hace más de veinte años cuando descubrí, por casualidad y durante un viaje a Guinea Ecuatorial a finales del siglo pasado, la existencia de la expedición Hermic Films. Ésta recorrió la antigua Guinea Española entre 1944 y 46… La expedición, dirigida por el cineasta madrileño Manuel Hernández-Sanjuán, fue un viaje audiovisual pionero que, realizado por encargo de la dictadura franquista a imitación de las grandes metrópolis europeas, mostró un insólito interés por aquel universo africano documentado. Con la ambición de unos y el sudor de otros, se construyó una particular España Negra en el corazón del trópico africano. Lánguida, apacible y algo caótica: desigual, racista y clasista. Una España muy lejos de España creció impostada, artificial”.

La narración se despliega ante el lector gracias a unos dibujos vibrantes y, por momentos, enigmáticos, -realizados a tinta de bolígrafo-, impregnados a su vez de guiños y referencias culturales a Guinea Ecuatorial y España. Los mismos se intercalan de cartas del cineasta madrileño y collages en los que aparece material fotográfico de la expedición del propio Manuel Hernández-Sanjuán.

Sin duda alguna, merece la pena que nos detengamos en los dibujos del artista Nzé Esono Ebalé; en su proceso e imaginario. Empezamos por esos trazos a bolígrafo tan característicos, los cuales surgen de forma espontánea en cada viñeta; de hecho, Nzé no suele realizar bocetos previos. El artista conjuga y organiza diferentes formatos y tamaños de viñetas en cada página, dándole una clara intención a la narración. En palabras del propio Ramón, “no importa la historia que se cuenta, sino cómo se cuenta”.

La imagen de portada muestra el rostro del protagonista de esta historia; Ngono Mbá. El color de su piel es eléctrico y vibrante, al combinarse tinta de bolígrafo negro y azul. No lo son menos sus ojos, cuya mirada se dirige al espectador. Esono Ebalé logra que todos los personajes del libro, especialmente los de piel oscura, tengan una especial e importante presencia a lo largo del mismo. Pareciera como si, gracias al dominio del dibujo, el autor interpelara al espectador, haciéndole desplegar en cada viñeta los sentidos de la vista, el oído, el olfato y el tacto.

 

© Penguin Books

 

En contraposición a la portada, interesante son también las últimas páginas en las que se combina de nuevo la tinta negriazul. Aparecen trazos diagonales limpios y desnudos, enérgicos e imparables -en mi juego de asociaciones pienso en los trazos del también artista Cy Twombly, el cual hablaba de adoptar la condición de aprendiz durante el proceso artístico con la finalidad de absorber, de estar abierto a todo aquello que aporta-. No hay más. O quizás sí; ¿Realmente puede un gesto manual plasmado en papel mover, significar, importar tanto? La respuesta es afirmativa y así lo deja patente Nzé a lo largo de esta novela gráfica, creando todo un referente entre los más jóvenes de Guinea Ecuatorial, así como en el contexto hispanohablante.

De hecho, por generación, no puedo dejar de pensar en artistas que podrían estar relacionados entre sí: Consuegra Romero, Justo Aliounedine Pouye Nguema, José Luís Serzo, el propio Ramón Esono Ebalé y, si me apuran, Santi Lara por compartir todos ellos una obra gráfica y/o pictórica enigmática y futurista.

Atendiendo a referencias del autor, podría decir que Nzé Esono Ebalé recoge en sus viñetas alusiones al orangután Copito de Nieve –constante en su imaginario-, a las máscaras ngontang del pueblo Fang y a artistas como Leandro Mbomío, Joan Miró y Desiderio Manresa Bodipo, entre otros. De igual manera, hay una constante alusión al bosque insondable ecuatoguineano -aquel que no puede ser medido ni atrapado, aquel que guarda y esconde celosamente multitud de secretos, actuando sin pedir permiso, pese al esfuerzo en vano y deseo de control del hombre blanco- dibujado de forma magistral y que podría vincularse a la obra escrita de María Nsué Angüe y la escultórica de Fernando Nguema y Pocho Guimaraes.

Creo que Diez Mil Elefantes termina siendo para Ramón Esono Ebalé una suerte de agradecimiento a personas y fuerzas mayores, por acompañarlo y traerlo hasta aquí: ZÂM, maestros, familia, artistas y amigos. También una celebración del propio artista y persona, abrazando su dualidad ecuatoguineana y española.

Un claro ejemplo de ello es el dibujo esquemático que aparece en la última página. Se trata de Ndongo Mbé –quizás es el propio Ramón- sentado de espaldas en un taburete, mirando al horizonte. En su torso aparecen dos formas dibujadas enfrentadas: una roja y otra verde; distintas pero que comparten una especie de sol naciente de fondo. El artista, a través de este dibujo, invita a no perder la esperanza, a trabajar duro en lo que uno cree. Quizás este personaje sentado sueña con la vuelta a casa o con la creación de una escuela de arte en Guinea Ecuatorial –democrática-.

Me atrevería a decir que si el dibujo de Nzé fue parido libre, el destino del artista es conquistar también esa libertad… Y el artista lo consigue en Diez Mil elefantes. 

Centrémonos, por último, en aquellas viñetas en las que se muestra a un señor (quizás Guinea Ecuatorial) asistiendo a una mujer parturienta (podría ser España), así como en la que se muestra a un bebé alzado al cielo. Los dibujos comparten el mismo título; UN PARTO DOLOROSO, del cual extraigo un fragmento:

Me preguntan ustedes por la colonización. Sé que si yo fuera blanco, no sabría explicar las cosas de los negros. Así como tampoco sé explicar a otros negros mucho de lo que he visto viviendo entre blancos. Pero si insisten, yo les voy a contestar: la colonización es como un parto, pero muy doloroso… Lo digo sin rencor. La colonización fue un parto doloroso y por eso su fruto debería ser muy apreciado. El dolor por la llegada de los blancos es demasiado grande como para que no queramos ahora al hijo que nació de ella…

Al ver estas viñetas, recuerdo unas líneas del Manifiesto Afroespañol de V.R.U.S. (Justo Aliounedine Pouye Nguema) que dicen así:

Un nuevo milenio nos ha llegado con los bebés que en él van a nacer.

Un nuevo milenio nos ha llegado con los bebés que en él van a vivir.

Un nuevo milenio nos ha llegado con los bebés que en él aliviarán.

 

Cierro este texto con las posibilidades narrativas (determinadas por lo que podríamos llamar “márgenes de error”) de Diez Mil Elefantes y algunos de sus personajes. Resulta que Pere Ortín traba una amistad con Manuel Hernández-San Juan, del que recibe parte del archivo de imágenes de la expedición a Guinea Ecuatorial. Pere comparte este archivo y sus impresiones con Juan Tomás Ávila Laurel, al que le encarga un cuento relacionado con el mismo. Inspirado, entre otros, por dicho cuento, Ortín escribe Diez Mil Elefantes y decide que sea Nzé Esono Ebalé quien lo dibuje. Paralelamente y dentro de la historia narrada, contamos con tres personajes que, a través de su “imposibilidad comunicativa”, ofrecen un “terreno fértil o campo de fuga para seguir contando”. Ellos son Asanguan; mujer que no sabe escribir, Alú; hombre sordomudo y Esono Ebang; catequista que ni sabe leer ni escribir, pero que traduce a un cura blanco.

A ellos y a muchos más, Ramón Esono Ebalé les habla allende el papel, saltando al escenario de la sala Antic Teatre en Barcelona, rodeado de sus pinturas y trozos de cartón. Esto ocurre tras presentar Diez Mil Elefantes en la misma ciudad.

 

Recuperar el ritual en el escenario

Conectarse con los muertos

El amor como fuerza creativa

Desmontar prejuicios

Respirar y celebrar.

Marc Caellas, a colación de la actuación de Nzé Esono Ebalé.

 

***

María Bueno  (IG: @mb.mariabueno / FB: María Bueno) es artista plástica formada entre Europa y EE.UU. apasionada del arte y la cocina, así como de la vinculación entre ambos, María Bueno practica un activismo cultural que, ya sea a través de sus propias obras y recetas culinarias o a través de trabajos colaborativos, comisariados y textos publicados, atienden al concepto de MEMORIA; en este caso colectiva. Sus proyectos de sesgo social han sido recogidos en el New York Times.

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