“ – No me sorprende nada –dijo Grave Digger. Y señalando un edificio próximo a The Five Spot, preguntó: ¿Y aquel hotel? ¿Lo conoces?
-¿El Alicante? No vive nadie allí, excepto los drogados, las prostitutas, los traficantes y quizá también algunos marcianos, a juzgar por su aspecto.”
¿Homenaje? ¿Crítica sibilina? Chester Himes escribió este diálogo en su novela Un ciego con una pistola, el año 1969, a caballo entre París y Holanda, poco después de su primera estancia en la costa mediterránea, donde se alojó en un misterioso “palacio” de la calle Duque Zaragoza de Alicante. Eran tiempos convulsos en la capital francesa, donde llevaba afincado desde 1956. Himes, que ya había conocido como residente la crispación de la Guerra de Argelia, en 1963, lleva tiempo pensando en huir de nuevo, en su constante persecución de la tranquilidad. Acaba el subarrendamiento de su domicilio parisino, lo que le sirve de excusa para una temporada en Holanda, al amparo de la familia de Lesley, su esposa británica.
Chester Himes y Jean Tesseyre, 3 de noviembre de 1958.
El 29 de julio de 1909 venía al mundo en Jefferson City, Missouri, el tercero de los vástagos del matrimonio formado por Joseph Sandy Himes y Estele Charlotte Bomar, que después de que el primogénito recibiera el nombre de Edward, reservando para el segundo el nombre del padre, Joseph S. Jr, adoptó los apelativos de Chester Bomar, uniendo así el linaje materno a su nombre de pila: Chester B. Himes.
Ambos progenitores se dedicaban a la docencia, por lo que su estatus social se puede clasificar como de clase media. La clase media afroamericana de principios del siglo veinte, con las heridas de la esclavitud todavía muy presentes, y el estigma de la segregación racial como una losa imposible de apartar. No es de extrañar, por tanto, que el pequeño de los Himes, a pesar de su infancia de inocentes travesuras con su cercano hermano Joe, la imagen lejana de un Eddie nueve o diez años mayor, la figura materna, con su belleza de elegancia británica – Estelle aseguraba que su abuelo era descendiente directo de una familia inglesa noble, lo que se reflejaba en su aspecto de piel muy blanca -, y el profesor Joseph S. Himes, jefe del Departamento de Mecánica del Instituto Lincoln, a pesar de su paso por la Universidad de Columbus, acabara acogido en el seno de la marginalidad y la delincuencia, siendo expulsado de la institución educativa en 1926, tras su participación en un robo.
Empezaba aquí la huida que le llevaría a prisión, de nuevo tras un intento de robo, esta vez a mano armada, con una sentencia de 20 años, no sabemos si acorde con el delito cometido, o acorde con la justicia segregada de la época. Esa estancia en el presidio, no obstante, le aporta al joven Himes un tiempo muerto, un espacio fuera de las calles y la vorágine del juego y las pasiones a flor de piel, y lo sumerge en la lectura y la pulsión por la escritura, por mostrar en palabras la rabia y la desesperación de su raza. En prisión empieza su carrera literaria, con cuentos cortos marcados por el costumbrismo y un apego a la realidad cotidiana que no abandonaría nunca su prosa. Estos cuentos empiezan a aparecer en algunas de las múltiples revistas que salpican una edad de oro de las publicaciones periódicas en Estados Unidos, plagadas de periodismo y ficción.
Puesto en libertad en 1935, desempeña diferentes trabajos alimenticios, dentro del abanico que ofrece su doble condición de afroamericano y exconvicto, pero sigue sacando horas al día para la escritura, hasta que en 1945 publica la novela If He Hollers Let Him Go! (Si grita, déjalo ir), con un notable éxito que le permitirá dedicarse en exclusiva a la literatura, desde entonces.
En esa fecha se traslada a Harlem, el microcosmos por excelencia del tránsito desde la ruralidad al duro mundo urbano de los descendientes de esclavos en ese profundo sur, marcado por el desprecio, la violencia y unos particulares códigos de conducta, que se trasladan a la vida en las calles. En Harlem permanecerá hasta su emigración a Francia, en 1953. Un exilio mental, aunque emocionalmente, el autor que será permanece entre la Octava y la Quinta Avenida, con la proximidad del río Hudson y el horizonte del Yankee Stadium al otro lado.
“Mis razones para venir a Europa. No estoy seguro de recordar claramente cómo ocurrió. Prejuicios raciales, sin duda. Sé que fue así aunque no lo recuerde. Soy negro, y nací y crecí y viví en América, y el hecho de que los prejuicios raciales hayan sido una de mis razones para marcharme es un hecho irrefutable. Pero sé que también había otras razones. Una de ellas, probablemente, es que tenía el dinero suficiente. Otra, que me vi muy cerca de matar a una blanca, Vandi Haygood, con quien estuve viviendo; y por tal razón estuve perplejo y asustado… Siempre había creído que podría matar a un blanco sin pensármelo dos veces para defender mi vida o mi honor. Pero cuando descubrí que esto podía suceder también con las blancas me estremecí. Porque para entonces las blancas eran todo lo que me quedaba”, esto escribía en las páginas iniciales del primer volumen de su autobiografía, publicada en el año 1972.
Los demonios internos son difíciles de vencer y, a pesar de poner distancia de por medio con los leviatanes de las calles de Harlem, Himes no puede evitar que estos le persigan hasta las calles de la capital francesa. En ella se encuentra con un contexto ideal para la exorcización de estos demonios, gracias al nutrido grupo de lectores que el género policíaco ha conseguido en los últimos años, apostando especialmente por el hard boiled y los subgéneros más duros y crudos, desde la creación de la Serie Noire, iniciada por Gallimard en 1948. Su director, Marcel Duhamel, le propone a un Himes ya consolidado como cronista y notario de las sociedades negras norteamericanas, tal y como son, sin apenas reflexión política, sin un lirismo enfático que mine la crudeza de sus descripciones. El siguiente paso, el que lo convertiría en el “Balzac de Harlem”, en palabras del crítico Fereydoun Hoveyda, fue la creación de dos personajes para la historia de la literatura, epítomes de la personalidad escindida de su autor: Grave Digger (Sepulturero) Jones, y Coffin (Ataúd) Ed Johnson, protagonistas de diez novelas conocidas como la “serie de Harlem”: For Love of Imabelle (Por amor a Imabelle), también llamada A Rage in Harlem, 1957; The Real Cool Killers (La banda de los musulmanes), 1959; The Crazy Kill (El extraño asesinato), 1959; The Big Gold Dream (El gran sueño del oro), 1960; All Shot up (Todos muertos), 1960; Run Man Run (Corre, hombre), 1960, novela que algunos artículos excluyen de la “serie de Harlem”, porque la presencia de los dos detectives se encuentra en un papel secundario, pero canónicamente es la sexta novela del ciclo; Cotton Comes to Harlem (Algodón en Harlem), 1965, cuya versión cinematográfica en pleno blaxpoitation, el año 1970, dirigida por Ossie Davies, con Godfrey Cambridge como Sepulturero Jones y Raymond St. Jacques en el papel de Ataúd Ed Johnson, supuso la popularización definitiva de Himes y sus detectives; The Heat’s on (Empieza el calor), 1966. Blind Man with a Pistol (Un ciego con una pistola), 1969, novela que durante mucho tiempo ejerció de cierre, hasta la publicación póstuma de la obra inacabada Plan B, 1993, aunque en el año 1983 una primera versión en francés fue publicada por Lieu Commun, siendo la versión de Robert Skinner de 1993 la que refleja verdadero respeto por las intenciones sociopolíticas y las preocupaciones estilísticas del autor, que había firmado el manuscrito con enorme esfuerzo, debido a su deteriorada salud que lo había incapacitado hasta el punto de serle imposible ya escribir.
El novelista Manuel Vázquez Montalbán sentenció con acierto que “Himes es un exiliado voluntario de la cultura norteamericana que se dedicó a escribir una novela policíaca desde París, planteándose a distancia el espacio físico de Harlem y el tema de la negritud urbana americana”.
Casi quince años habían pasado desde que Chester y Lesley se habían instalado en la costa mediterránea, después de aquella primera estancia en la ciudad de Alicante, aclimatándose, comprobando la idoneidad de una sociedad que empezaba a descubrir la apertura de los planes de desarrollo, en la que el turismo y la presencia cada vez más numerosa de residentes extranjeros debía favorecer la acogida de una pareja mixta en permanente huida del conflicto, esta vez de los disturbios y las algaradas del París revolucionario del 68. Un palacete de la calle Duque Zaragoza fue su destino, un “palacio” según algunos de los biógrafos de Himes, con la hipérbole habitual que por el Viejo Continente adoptan gran parte de los autores norteamericanos. En realidad un hotel u hostal, en una finca con esa estética de arquitectura haussmaniana que hace de algunas calles de París un paisaje familiar a ojos de los visitantes valencianos y alicantinos.
Pero no sería ese el lugar definitivo para el último trayecto. Tras una estancia de vacaciones con sus cuñados, en Holanda, ojeando el Sunday Times descubrieron algunos de los primeros anuncios que llevaron el desarrollo urbanístico de la Costa Blanca a su clientela preferente, en el mercado europeo: “Leímos en el Sunday Times dos anuncios en los que se ofrecían terrenos en la Costa Blanca, entre Alicante y Valencia, especialmente por Jávea, que es un pueblo a la orilla del mar por el que no pasa ninguna carretera principal”, se puede leer en el segundo volumen de sus memorias autobiográficas, My life of absurdity, “el señor Ribes nos había llevado a comer calamares, pero María Teresa nos llevó a comer tortilla de gambas a un restaurante francés que se llamaba Venta la Chata y la comida fue deliciosa. Finalmente, decidimos comprar dos parcelas en la Urbanización Pla del Mar en Moraira, un pueblo pesquero a unos diez kilómetros al sur de Jávea, fundamentalmente porque aquello estaba casi todo muy bien planificado, con calles asfaltadas, electricidad y agua, y estaba en la ladera de una especie de acantilado escarpado y pedregoso, y ya había alguna casa por allí. Compramos dos parcelas colindantes que daban a dos calles paralelas con mucho sol”.
Después de un viaje en coche por la costa andaluza, hasta recalar en el literario Tánger, se instalaron en Moraira, tras formalizar en la notaría de Benissa la compra de los terrenos con el señor Ballester, dueño de la promoción Pla del Mar. La primera fase de la promoción había sido una apuesta por el desarrollo vertical, que tantas alegrías daría al cercano Benidorm, con dos altas torres que pronto fueron conocidas en la localidad como “Pili y Mili”, dúo cómico femenino de gran popularidad en la época. En una de ellas, no se sabe si Pili o Mili, ocuparon un apartamento desde el que inspeccionaron exhaustivamente la construcción de su chalet. Chester no podía evitar su constante rabia y el recelo por un trato desigual por razón de su color, acusando en alguna que otra ocasión a los encargados y los operarios de retrasar el avance de su propiedad por razones de racismo, ante el avance desigual con respecto a otros residentes blancos y europeos. No fue consciente Himes, tal vez nunca, de que los tiempos de construcción en estas tierras obedecen a razones cuyo único color es el de los billetes, a veces con lógicas demenciales.
“Villa Griot” acabó siendo una realidad, la casa en la que se instalaron Lesley, Chester y su gato de angora, que los había acompañado en todo su periplo europeo. Finalmente la última generación de los Himes, ya que ninguno de los tres hermanos tuvo descendencia, tenía su hogar. Un hogar y un lugar, para pasear, hacia la playa, pasando por detrás de la torre vigía entonces en ruinas, y descansar al abrigo de la sombra de los pinos, donde hoy se puede visitar su memorial, con las palmas de sus manos grabadas y un fotografía de un Himes sonriente con Griot abrazado. Y unas costumbres adquiridas, costumbres de aquel que busca ser considerado un habitual, la cordial amistad de su barbero, a la vuelta de la esquina de la terraza del bar de la Sociedad Recreativa Cultural, en el núcleo de Teulada.
El 12 de noviembre de 1984 se apagaba la llama ardiente de Chester Himes, en su hogar de Moraira, frente al mar y el horizonte del Peñón de Ifach. Uno de sus amigos locales, el escritor Bernat Capó, intercedió para que sus restos descansaran en el cementerio de Benissa, con una cierta precipitación que vinculaba su figura con la localidad que había pisado, principalmente, por motivos administrativos. Su memoria se ha mantenido custodiada en el trabajo de personas como Jaume Buigues, que todavía lucha por una placa conmemorativa que señale la residencia del escritor, o el periodista y novelista Mariano Sánchez Soler, presentes en las letras que preceden.
Chester Himes, tal vez uno de los cinco escritores del género negro más relevantes de la historia, un referente de la cultura afroamericana de los Estados Unidos de América, encontró su hogar a orillas del Mediterráneo, en Moraira.
Monumento al escritor estadounidense Chester Himes en la playa del Castillo de Moraira, España.
Texto publicado originalmente en el número de agosto de 2018 de la revista Plaza Alicante.
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Eduard Aguilar-Lorente, bibliotecario durante 26 años, 11 de ellos en @bibliotecasUMH ahora en el Archivo Audiovisual de la UMH, la voz y alguna cosilla más en Tinta Sonora, el repositorio institucional RediUMH, removiendo la cultura desde el grupo Plaza.
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