Con el tiempo me he ido construyendo, y sigo perfilándome día a día a través de mis relaciones: las decisiones que tomo, las pasiones que me encienden el alma… Todas esas cosas me modelan y son partes de mí que no se pueden separar o incluso etiquetar sino que me forman como algo indivisible y completo. Es obvio, ¿no? Sin embargo vivo en una sociedad que constantemente me obliga a elegir una de mis pertenencias y eso me hace entrar en conflicto. A menudo cuestiono mi propia identidad, más de lo que me gustaría. Amin Maalouf, en Identidades Asesinas dice que no tiene varias identidades sino una, producto de todos los elementos que la han configurado mediante una “dosificación” singular que nunca es la misma en dos personas. Al leerlo pensé lo ideal que sería sentir esa singularidad de manera consciente, honesta y fluida.
Soy Inés, barcelonesa, catalana y haitiana. Soy mestiza, la hermana pequeña de cuatro poderosas mujeres, tía de cinco sobrinos y bailarina. He pisado Haití dos veces en mi vida y la última fue el verano pasado,… Pero, ¿catalana y haitiana? ¿cómo se digiere eso? No entra ni en mis esquemas y parece contradictorio, o eres de un sitio o eres de otro. A pesar de ello, si te paras a pensarlo, es absurdo, todas somos producto de migraciones. Pero ahí entra lo que dicen las apariencias y es que las miradas pesan con mayor fuerza sobre algunos cuerpos que están atravesados por fronteras. ¿Qué hacemos con ellas? ¿qué hago yo con ellas? Pues influyen en mi relación con las demás y marcan mi relación conmigo misma. Afectan mi autoestima y, en gran parte, dictan los caminos que escojo para aprender a quererme.
Hay dolor. No sé quién soy. Me creo, incluso, que un tono de piel más oscuro me facilitaría las cosas. Así no hay duda. Eres algo, perteneces a algo. Como si estar en los “extremos” blanco/negro simplificara tus pertenencias identitarias. Siento que a la gente no le cuesta decirme de dónde parezco ni incluso decirme de dónde debería sentirme. Así me encuentro a menudo comparándome, entrando en un juego en el que me creo que las identidades e incluso las apariencias ajenas pueden anular las mías. Me digo que esas son las cargas de esta sociedad enferma que actúan como filtro en mi cuerpo y en mi mirada hacia él, desde esa obsesión enfermiza por clasificar a las personas.
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Entre tantas fronteras, me propongo sentir la danza como puente, como cura. Es muy difícil evitarte cuando tu cuerpo se expresa de una forma honesta con movimiento, te encuentras y reencuentras. Tienes la posibilidad y poder de narrar tus propias historias y ponerlas en valor viviéndolas de nuevo y entendiéndolas desde tu subjetividad.
Me doy cuenta de que a través de la danza, esas identidades plurales pueden tener un potencial creativo y artístico que, sanándome a mí confío en que interpelen tanto al que se siente identificada como al que no. Mis identidades y lo que las va construyendo dejan de ser algo problemático, al contrario, como señala el crítico Richard Schechner, se sienten como “fértiles resquicios de posibilidades creativas”. A pesar de la frustración, la crisis identitaria y la rabia, ganan las ganas de saber, de (re)conectar y conocer. Valorar las herencias culturales, los mestizajes y las experiencias personales a través de encuentros y conocimiento pero sobretodo a través de lo que todo ello genera en mi cuerpo. Mis sensaciones y mi intuición. Mi cuerpo, mi movimiento otorgan consciencia a mis procesos de vida.
¿Qué tiene que decir y expresar mi pelo, juzgado como “salvaje” “exótico” “demasiado voluminoso”? ¿Qué expresa mi culo grande “no adecuado para bailar ballet”, “de negrita”? ¿Qué expresan mis labios carnosos? Y, ¿cuál es la estética con la que se identifica ese todo, si es que el objetivo es encontrar alguna? ¿Puede la danza desarrollar la construcción de mi identidad propia?
Así, con esa paciencia inquieta de quién ama lo que hace, voy creando mi propio lenguaje. Un lenguaje que anhela traspasar todo tipo de fronteras, cada vez con más voluntad de ser, alejado de todo discurso racista, un movimiento que pretende descolonizarse poco a poco, que desea dejar de cargar tan pesada carga. Construyo y deconstruyo. Creo mi identidad gris, mi color de piel no me hace más de un país que de otro. En este proceso es inevitable encontrarme con mi sexualidad, con el peso de esa mirada ajena y paternalista que me condiciona y determina cuál debe ser mi forma de expresarla. A través de mi sensualidad, de lo sensorial e intuitivo del movimiento que fluye en mi cuerpo, me reconcilio. Trato de deshacer esas fronteras mentales, las mismas que justifican la existencia de las fronteras físicas. Contando, creando, bailándole a la vida y a la muerte en tanto que precursora de nuevos inicios. Bailando mi propia historia.
Admito que estoy más llena de preguntas que de respuestas. Pero es un buen principio. Esperanzador. Es un bello proceso, excitante incluso. Estoy convencida de que la clave está en cambiar de preguntas, formular las correctas. Y, sobretodo, darle movimiento a mi propia voz.
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Inès Sibylle es una bailarina barcelonesa de Dancehall y Afrobeatz. Es miembro de la compañía de dancehall One Love Inna Di Place y co-creadora de G’riot, proyecto artístico que trabaja afrodescendencia, feminismos e identidades plurales a través de la danza. Actualmente es también colaboradora de Radio Africa Magazine.
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