Asmâa, nació en 1998 en Casablanca, capital económica y cultural de Marruecos. Es hija de un maâlem gnaoui de origen argelino, miembro destacado de la cofradía de la ciudad, y de una bailarina de origen saharaui, pocos detalles más se conocen de su vida. En las escasas entrevistas que concede suele mostrarse lacónica, tímida quizás, y cede la palabra a Aicha, su hermana mayor e integrante de Bnat Timbouktou.
Escribir sobre Asmâa Hamzaoui & Bnat Timbouktou es hacerlo sobre la historia del gnawa, de su acelerada evolución transcurrida en las últimas décadas y de como un acto aparentemente sencillo deriva en revolucionario. Escribir, entonces, sobre ellas, es hacerlo sobre un grupo de mujeres pioneras que sumando tradición más revolución han agitado las bases de un género musical y de una cultura que desde 2019 es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO.
Integrantes del grupo Asmâa Hamzaoui & Bnat Timbouktou.
Aunque, no podemos olvidar a Hasna El Becharia, la poeta del gnawa, cuentan de Asmâa que es la primera mujer gnawi que toca el guembri de forma profesional, capaz de subirse a un escenario y liderar una banda integrada por mujeres, la formada por sus amigas de la infancia, llevando su música y reivindicación por festivales y salas de todo el mundo. Cuentan, quienes han podido dialogar con Asmâa, que empezó a tocar el guembri, instrumento considerado sagrado, a los siete años y que su padre, el maâlem (maestro) Rachid Hamzaoui vio en ella sobradas aptitudes, motivo suficiente para no negarle aquello que hasta entonces estaba reservado exclusivamente a los hombres.
Cuentan, las mismas fuentes, que el maâlem Rachid Hamzaoui se llevó a su hija de gira cuando contaba con tan solo doce años incluyéndola como parte de su banda de músicos y que tras la experiencia bautismal le legó su guembri, elaborado con madera de limonero y piel de dromedario, y que él había heredado años antes de su maestro, siguiendo la tradición honorífica. Pero lo que realmente interesa de Asmâa Hamzaoui & Bnat Timbouktou es que mientras los tradicionalistas debaten sobre si las mujeres pueden erigirse en célebres representantes de la cultura, ella y sus compañeras, desafiantes, van a lo suyo: “que sigan hablando, mientras tanto nosotras seguiremos trabajando y ellos solo habrán hablado”.
La música gnawa, como la mayoría de las músicas nacidas tras la forzada diáspora de las personas esclavizadas, en sus inicios, dígase siglos, estaba reservada forzosamente al ámbito privado, cerco en el que se realizaban ceremonias, liturgias sanadoras que les conectaba con sus ancestros y con los espíritus que aliviaban las maltrechas almas. Si bien es cierto que en la mayoría de los casos la música era interpretada en su mayoría por hombres, al ser instrumentos pesados que supuestamente podían provocar lesiones, el resto de la ambientación, de la escenificación y de la sanación correspondía a las mujeres.
Durante los rituales, conocidos como lilas, la música, la danza, los inciensos, las luces, los alimentos y los elementos heredados de la memoria africana acompañan la guía espiritual, mkaddema, mujer que convoca a los espíritus para que abandonen o sanen el cuerpo de la persona enferma, además de favorecer el trance colectivo. Es a mediados de la segunda mitad del siglo XX cuando la música gnawa entra en contacto con la esfera pública despertando un interés global dentro y fuera del Magreb, siendo Marruecos el país que manifiesta un mayor auge. Colaboraciones con músicos internacionales, participación en festivales, presencia en medios de comunicación y la creación del Festival de Música Gnawa de Essaouira provocaron una incipiente profesionalización que se había resistido hasta entonces.
Integrantes del grupo Asmâa Hamzaoui & Bnat Timbouktou.
Pero tal reconocimiento, una vez más, estaba reservado a los hombres, mientras que las mujeres, las verdaderas y cruciales guías del gnawa, seguían ocultadas en el círculo íntimo y privado. A músicas como Hasna El Becharia, célebre en el sur de Argelia, se le permitía tocar en público cualquier instrumento como el banjo, la guitarra eléctrica, la darbuka, el laúd y cantar un repertorio de canciones populares, pero tenía prohibido tocar el guembri en público, instrumento reservado una vez más a los hombres. No es hasta su exilio voluntario en Francia cuando El Becharia decide mostrarse ante una audiencia tocando el instrumento sagrado.
Décadas después permanece una manifiesta resistencia por parte de ciertos sectores ortodoxos que niegan la presencia visible de las mujeres como embajadoras de la música y la cultura, pero la aparición de las jóvenes Asmâa & Bnat Timbouktou representa una patada en la puerta del patriarcado. Es evidente que la sociedad marroquí está abrazando una ola de cambios sociales, la propia Asmâa reconoce que la música que más le inspira es la africana, pero también disfruta con Beyoncé y Rihanna. Asmâa —cuenta Aicha, su hermana— lo primero que vio al nacer fue un guembri. Pero tal imagen no tendría la suficiente potencia si en 2017 el Festival de Jazz au Chellah y en 2018 el Festival de Gnawa de Essaouira no las hubiese invitado a subirse al escenario aun sin contar con ningún tema registrado. El concierto de Essaouira es especialmente recordado, en gran medida, por la colaboración que realizaron con Fatoumata Diawara. Tras este, se abrieron las puertas de numerosas salas de todo el mundo.
De corriente maliense, —defienden que el gnawa proviene de Mali, de allí el nombre de la banda, “hijas de Tombuctú”—, en 2019 graban su primer disco Oulad el Ghaba (hijos del bosque) con el sello world music sueco Ajabu! Records. La narrativa de sus canciones baila con un tono tradicionalista, de preservación de los orígenes, manteniendo la esencia espiritual, una oda a los orígenes, tatuajes sonoros de la diáspora, del sufrimiento, alabanzas a los aspectos inmateriales, siempre con un toque transformista, con una actitud contagiosa y una pasión exuberante. Las melodías pegadizas también subrayan su preocupación por los derechos civiles, surcando nuevos caminos. Y el recorrido que ellas transitan va sujeto a los cimientos de la cultura, demostrando que, aunque sean pioneras y revolucionarias, sencillamente están mostrando aquello que las mujeres llevan siglos realizando dentro del gnawa.
***
Youssef El Maimouni, Ksar el Kebir, 1981. Actualmente trabaja como director de un Casal de joves de un barrio de Barcelona. Estudió Filología árabe pero bien temprano se dedicó a la educación social en proyectos destinados a la atención a jóvenes migrantes no acompañados o como dinamizador social en SOS Racisme. En 2021 publica su primera novela, Cuando los montes caminen, un bildungsroman sobre un joven marroquí que participa en la Guerra Civil española.
LogIn