“Las fuentes históricas nos dicen que incluso las mujeres blancas han mirado siempre hacia África para encontrar alternativas a su subordinación.”
Amina Mama
Nació en 1958 en Nigeria. Es una académica feminista muy reconocida en el continente africano, especialmente desde la publicación de su obra más conocida: Beyond the Masks: Race, Gender and Subjectivity (Routledge 1995). De 1999 al 2002 fue directora del African Gender Institute de la Universidad de Ciudad del Cabo (Sudáfrica). En 2002 fundó la revista Feminist Africa.
Elaine Salo: Háblanos de tu recorrido dentro del feminismo y de cuándo te identificaste, conscientemente, con el feminismo africano.
Amina Mama: Cuando era jovencita, como mucha gente, no tenía conciencia política ni crecí identificándome como “feminista” o “africana”. No obstante, sabía que no me comportaba de la manera que se esperaba de una chica proveniente de uno de los estados del norte de Nigeria. Estudié muy duro, tenía mucha más energía y estaba más segura de mí misma que muchos de mis compañeros y compañeras. También tenía unas ambiciones diferentes, debido al tipo de ambiente donde crecí. Muchos miembros de ambas partes de mi familia tenían estudios superiores y todos creían que la educación es un aspecto crucial para avanzar y también para la construcción nacional. Del lado nigeriano, muchos de mis tíos estaban implicados en el establecimiento de estructuras educativas postcoloniales en los años cincuenta y sesenta, motivados por el enorme optimismo que acompañó las independencias. Mi madre era profesora. Yo lo acompañaba desde bien pequeña, lo que significaba que siempre era la más joven de la clase. Quizás porque siempre intentaba que no se notara, acababa siendo la primera en terminar, un hecho poco habitual para una niña pequeña. Una consecuencia fue que a menudo no estaba en sincronía con mis compañeros, especialmente con las niñas. Las adolescentes estaban interesadas en la ropa, los peinados y el maquillaje, cosas que a mí no me interesaban en absoluto. Cuando muchas de ellas dejaron la secundaria para casarse con hombres “como Dios manda”, mi familia me animó a que continuara los estudios. Fui a la universidad y después continué, pues no me entraba en la cabeza la idea de quedarme en casa: ¡aquello era demasiado emocionante! Mi familia me ayudó y no empezó a preocuparse hasta mucho después, cuando ya era demasiado tarde y tenía las ideas formadas. A menudo me han tildado de feminista. Siempre cito a Rebecca Mae West: “Allí donde sea que hago algo que me diferencia de un mueble, la gente me llama feminista”. Naturalmente, me costó entender qué quería decir esta frase, y el resto ya es historia. Hemos tenido que luchar para lograr nuestro propio significado del término “feminismo” para mantenernos vivas, del mismo modo que las mujeres de Europa Occidental y de Norteamérica han asumido y encajado con sus realidades. A veces el concepto se ha empleado por intereses antidemocráticos. El debate sobre el imperialismo feminista fue nuestra respuesta a esto. En otras ocasiones, los regímenes africanos han intentado hacer cosas curiosas con las políticas de género y la tergiversación del feminismo, y nuestras sociedades no siempre han sido claras sobre el significado de “feminismo” y su presencia constante en nuestras sociedades. Nunca me he ofendido si me califican de feminista, sino más bien me he sentido humilde e intimidada por la responsabilidad que recae sobre mí. El feminismo continúa siendo un término positivo, basado en el movimiento, y me alegro que se me identifique con él. Indica un rechazo de la opresión, la lucha de la liberación de las mujeres de toda forma de opresión, interna, externa, psicológica y emocional, socioeconómica, política y filosófica. Me gusta el término porque me identifica con una comunidad de mujeres radicales y seguras de ellas mismas, muchas de las cuales admiro, como personas y por lo que han contribuido a desarrollar. Estos referentes son mujeres africanas, asiáticas, latinoamericanas, del Oriente Medio, de Europa y de América del Norte, de todos los colores y tendencias, del pasado y del presente. Entre mis preferidas hay la egipcia Huda Sharaawi, en la década de 1920, que organizó la ocupación del Parlamento egipcio; las sufragistas pacifistas y las que defendieron su derecho al voto en la Inglaterra de la misma época; las primeras heroínas africanas-americanas como Sojourner Truth, y las que lucharon por la libertad en todo el continente africano. Próximas a casa hay las mujeres que me recuerdan a mis propias tías, como Adeline Casely-Hayford, Funmilayo Ransome-Kuti y Gambo Sawaba, sin olvidarme de mis amigas y compañeras de viaje del presente.
Elaine: Hay muchos debates sobre si el feminismo existe en África. Patricia McFadden y Gwendolyn Mikell són dos pensadoras clave que han escrito sobre el feminismo africano, si bien sus descripciones difieren substancialmente. -10- Mientras que McFadden sostiene que las jerarquías de género han existido en las sociedades africanas y que las desigualdades de poder subsiguientes se exacerbaron por el colonialismo, Mikell afirma que la desigualdad de género actual es, ante todo, el resultado de la “colonización traumática por parte de Occidente”. Nos dice que las africanas estaban integradas en las estructuras precoloniales y que las desigualdades actuales son sólo el resultado desgraciado del colonialismo. ¿Qué opinión te merecen estas dos perspectivas?
Amina: Estas dos mujeres mantienen diferentes comprensiones del feminismo africano. Estas diferencias se basan, en parte, en sus posicionamientos hacia África. Patricia McFadden se autodenominada “feminista africana” con muchos años de experiencia en el activismo político. Como muchas de nosotras, cuando emplea el término “feminismo” se refiere a la práctica política que emana de un análisis muy convincente de las condiciones sociales, económicas y políticas que afectan a las africanas. Es una persona valiente y directa que no le afecta lo que digan de ella. Gwendolyn Mikell, por su parte, vive en Washington DC, aunque ha realizado investigaciones y ha viajado por África, y ha trabajado y entrevistado a mujeres africanas, en principio según su criterio. Ha hecho un trabajo a nivel internacional como académica, pero su definición del feminismo africano es diferente de la que plantea McFadden. Mikell se basa en una generalización deductiva y en la observación. Por lo tanto, describe el feminismo africano como lo ve desde fuera, desde un distanciamiento físico y analítico y no desde una perspectiva de alguien comprometida con el activismo feminista en el continente africano. Su definición es más molesta, especialmente cuando afirma que el feminismo africano es “claramente heterosexual y pronatal” y vinculado con el que ella califica de “políticas de supervivencia”. Esta me parece una definición muy conservadora. Quizás nos dice algo de los índices de fertilidad y pobreza, pero no se enfrenta al status quo, ni describe los modos en que los patriarcados contemporáneos en África nos limitan e impiden realizar nuestro potencial más allá de los roles tradicionales como trabajadoras, mujeres y madres. Es una utilización del término “feminismo” que elude todas las otras aspiraciones que tanto tú como yo sabemos que tenemos las africanas, como si por ser africana olvidáramos todo lo que las otras luchas feministas persiguen (respeto, dignidad, igualdad, una vida libre de violencia y miedo…). Me parece obvio que las africanas tenemos aspiraciones que van más allá de asegurarnos nuestra supervivencia: deseos políticos, económicos, sociales, intelectuales, profesionales e incluso personales para el cambio. Es cierto que muchas africanas están inmensas en los trabajos cotidianos de asegurarse la supervivencia, tanto la suya como la de sus familias y comunidades, pero esto es meramente un síntoma global del poder patriarcal, y de todas las injusticias sociales, políticas y económicas que sufren las mujeres, y los africanos en general.
Elaine: ¿Crees que el “womanism” tiene alguna importancia para las feministas africanas?
Amina: Creo que el término lo inventó otra mujer americana negra, Alice Walker, como una respuesta al feminismo dominado por las blancas. En Estados Unidos, la dominación blanca es el factor más visible de las mujeres negras como Walker. Es comprensible, hasta cierto punto, que el objetivo principal de las mujeres negras que viven en Occidente sea combatir el racismo, y que sientan la necesidad de distanciarse de todo lo que parezca blanco. En contextos dominados por los blancos, el feminismo parece blanco. Sin embargo, las fuentes históricas nos dicen que incluso las mujeres blancas han mirado siempre hacia África para encontrar alternativas a su subordinación, desde el tiempo de las primeras antropólogas. ¡Fijémonos como las inglesas enviaban a antropólogas como Sylvia Leith Ross y Judith Van Alle para intentar encontrar sentido a la lucha de las mujeres durante los años veinte! Así que siempre hemos formado parte de una concepción primera del denominado “feminismo occidental”, aunque no siempre nos lo han reconocido.
Más importante todavía es que las mujeres africanas siempre han definido y gestionado sus luchas. El feminismo africano se remonta a muy lejos en nuestro pasado colectivo, aunque mucha de su historia todavía se debe conocer y explicar. He mencionado a Egipto y la Unión Feminista Egipcia y sus acciones que se llevaron a cabo contra el monopolio masculino del poder político. No tengo ningún problema con el womanism, pero cambiando la terminología no se resuelve el problema de la dominación global. He escogido quedarme con el término original, e insisto que mi realidad modela la aplicación que hago de este. Las palabras siempre pueden estar apropiadas, por ejemplo no hay sólo “womanism”, también encontramos el “estiwanismo” de Molara Ogundipe-Leslie y el “motherism” de Catherine Achonulu… Pero esto no anula el problema principal: la dominación masculina blanca en la política global y el relativo poder de definición que poseen las mujeres blancas occidentales. Debemos definir nuestros términos. Para decirlo claramente, el feminismo blanco nunca ha sido lo basta fuerte para ser el “enemigo” en la forma en que podemos considerar el capitalismo global como enemigo. Las constantes diatribas contra las “feministas blancas” no tienen la misma relevancia estratégica que podría haber tenido hace veinte años, cuando vinculamos el feminismo al análisis antirracista. Desde entonces, muchas occidentales no sólo han escuchado las críticas que hemos hecho las africanas y las denominadas “feministas del Tercero Mundo”, también han reconsiderado sus primeros paradigmas simplistas y han aportado teorías más complejas. El feminismo postcolonial debe mucho a las pensadoras africanas, asiáticas y latinoamericanas. Las feministas occidentales están de acuerdo con mucho de lo que hemos dicho sobre las diversas mujeres oprimidas de varias maneras, y de la importancia de la clase, la raza y la cultura para establecer relaciones de género. Habiendo ganado la batalla, ¿por qué abandonar la lucha, dejando el territorio semántico a otras y encontrando por nosotras mismas una nueva palabra?
Elaine: En el contexto africano, ¿todavía es útil la distinción entre “movimientos de mujeres” y “feminismo”?
Amina: Sí, todavía lo es porque debemos poder identificar los movimientos de mujeres reaccionarios. La razón por hacerlo es que la experiencia africana incluye toda forma de movilización femenina, no toda aquella que nos gusta o escogemos. La historia reciente ha demostrado claramente que, en África, incluso los regímenes más antidemocráticos no han dudado en movilizar a las mujeres. En efecto, muchos de ellos hacen notables esfuerzos para movilizar a las mujeres a su favor. Las mujeres bailaron por las calles cuando Mobutu Seseko homenajeó a las mujeres en sus papeles tradicionales de mujeres y madres en el ex Zaire (República Democrática del Congo). Las mujeres de los militares nigerianos han patrocinado masivamente a las mujeres para que apoyen a las dictaduras corruptas de sus maridos. Estos son ejemplos de mujeres movilizadas o que han tomado la calle por su cuenta para apoyar objetivos que nadie describiría como feministas. Así que puede haber movimientos de mujeres que no son autónomos y que no tienen como objetivo resolver la injusticia de género o transformar las relaciones opresivas. En este sentido, es útil tener clara la idea de qué significa la política de género orientada a la liberación de las mujeres. Las políticas de género centradas en las mujeres han de ayudar a la transformación en tres niveles: el de nuestra subjetividad, el de nuestra vida personal y en las relaciones y, en tercer lugar, a nivel de la economía política. La liberación de las mujeres requiere que superemos la injusticia de género en todos los ámbitos, desde el nivel micropolítico al macropolítico, y sin olvidarnos u omitir ningún nivel de la lucha.
Elaine: ¿Son necesarias las alianzas con los hombres para obtener justicia de género?
Amina: Necesitamos formar alianzas, pero estas no necesitan ser estratégicas. Si queremos una lucha multilateral que tenga éxito, hemos de estar preparadas para establecer alianzas tanto localmente como en el ámbito internacional. Muchas veces las mujeres han tenido una importancia crucial en luchas más amplias, local e internacionalmente. Muy a menudo ha sido la forma correcta de hacerlo, pero con perspectiva hemos visto que estas luchas han contribuido al género y al poder de una manera que no ha transformado las relaciones tal y como esperábamos. Así que necesitamos discernir más sobre las alianzas que establecemos.
Elaine: ¿Crees que la exploración de la subjetividad de género en el contexto africano es un proyecto feminista global?
Amina: Incluso nuestros politicólogos más radicales han fracasado cuando han intentado enfocar el reto intelectual y político que provoca el origen problemático de la identidad de género. La teoría feminista postcolonial tiene mucho trabajo al enseñar a nuestros “cabezas pensantes” del análisis político contemporáneo. El fenómeno complicado y agrupado bajo la etiqueta de “políticas identitarias”, por ejemplo, no ha sido adecuadamente teorizado, e ignora toda la teoría feminista sobre la naturaleza de género de la identidad. Está claro desde los días de Freud que toda identidad tiene un género, tanto si hablamos de la identidad a nivel individual, como social o políticamente. La teoría feminista también tiene mucho que ofrecer a nuestra comprensión de la política general. Nos alerta de las manifestaciones parciales y limitadas de la individualidad, la sociabilidad y la política en las sociedades patriarcales. Permite interrogarnos sobre cuestiones interesantes, como por ejemplo si existe un vínculo entre la dominación masculina de la vida social y política y la prevalencia de la guerra y el militarismo. Podemos extraer un buen ejemplo del caso de Somalia, dónde las facciones en lucha se matan fundamentándose en las identidades de clan. Debido a que estos clanes son exogámicos, las mujeres no tienen una identidad clánica del mismo modo. Sus vínculos con hermanos, maridos, hijos y padres se extienden a través de los clanes. Las identidades de género de las mujeres somalíes trascienden los clanes y, por lo tanto, están menos dispuestas a luchar y matar basándose en el clan. Por eso las mujeres somalíes rechazan a los hombres que han estado luchando y matándose entre ellos. Están cansadas de pagar el precio del conflicto masculino. Ocurre lo mismo en Ruanda, puesto que era muy común que los hombres hutus se casaran con mujeres tutsis. Durante el genocidio hutu, a menudo los hombres mataron a sus propias mujeres porque eran tutsis, aunque estas hubieran tenido hijos de padres hutus… El análisis sobre cómo las identidades de género pueden mitigar o consolidar las identidades étnicas es muy instructivo.
Elaine: El desarrollo reciente en las ciencias sociales sugiere que el poder analítico del concepto de género ha decaído en el contexto africano. Por ejemplo, las fundadoras de la revista virtual Jenda sostienen que el género es una construcción occidental externa a la realidad africana y que el género no tiene tanta importancia para comprender la realidad africana. En otra ocasión, unas jornadas en Estados Unidos apuntaban que, en África, debemos ir “más allá del género”. ¿Qué respuesta te merecen estos postulados?
Amina: Es completamente vergonzoso sugerir que “ya hemos zanjado el tema del género y ahora debemos superarlo”. Si esta gente habla de ir más allá del género, ¿acaso es porque creen que en Estados Unidos la lucha de género ya ha finalizado? Teniendo en cuenta toda la evidencia empírica que demuestra que las mujeres norteamericanas no son iguales a los hombres, me parece que se trata de retórica apresurada alejada de la realidad. Quizás es una cosa característica de los americanos, que producen montones y montones de retórica y que acaban por perder el sentido de la realidad… Quizás las luchas de género ya no tengan ningún importancia en California (aunque esto no cuadraría con mis observaciones sobre la vida americana), pero si así fuera, las sociedades africanas están tan claramente demarcadas por las divisiones de género que sería estratégicamente suicida negarlo y pretender que el género no existe. O todavía peor, que las luchas de género son una cosa del pasado.
Elaine: En Sudáfrica hemos visto una tendencia preocupante en contra del intelectualismo entre algunas activistas, en parte como respuesta al hecho de que a menudo son las mujeres privilegiadas, ya sean blancas o negras, de clase media, las que todavía dominan las representaciones y los análisis de las luchas de género en aquel país. ¿Cómo debemos tratar esta cuestión?
Amina: Como mujeres no nos debemos privar a nosotras mismas de las herramientas intelectuales que nos pueden ayudar a obtener la justicia de género. El ámbito intelectual ha sido utilizado para reprimirnos. No podemos ignorar la importancia del trabajo intelectual, especialmente en este siglo XXI donde el conocimiento y la información definen más que nunca el poder. Por esto ponemos mucho énfasis en nuestro African Gender Institute, donde las mujeres se comprometen con la teoría y el análisis desde una perspectiva militante, y desarrollan estratégicamente herramientas útiles con un buen uso de la tecnología de la información, la investigación y las capacidades de comunicar, enseñar, formar y escribir. No creo que este objetivo de conocimiento, o de trabajar en la universidad, sea un signo no africano o no feminista. Todo lo contrario, son ámbitos que debemos incorporar en nuestras preocupaciones, transformarlos en espacios que sirvan a nuestros intereses colectivos en lugar de dejarlos que continúen perpetrando violencia teórica y práctica contra las mujeres.
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