VIVIR. El arte, la ficción y los espacios que creamos pueden ser pensados como, por lo menos, mecanismos de supervivencia históricos contra un estado generalizado y compartido de ansiedad y pérdida (particularmente de la esperanza).
Sarah Rifky Not Writing: Sarah Rifky in Response to yet Another call for Writing
Como siempre llego tarde a todas partes, he interiorizado un sistema poco original de gestión del tiempo que consiste en adelantar la hora de todos los aparatos con reloj que me rodean. En general, el sistema funciona medio bien si el tiempo es relativamente flexible, pero en ocasiones el tiempo es cosa precisa y una necesita saber exactamente en qué minuto se encuentra. Cuando esto pasa le pregunto al señor google por la hora exacta en la ciudad dónde estoy. Durante los años que he vivido en Alejandría (Egipto) el señor google, con sus algoritmos y sus prioridades, me respondía siempre con la hora exacta en Alejandría (USA), que por lo general, es unas siete horas más temprano.
Esta especie de bucle espacio-temporal que se abre al hablar con google para saber qué hora es en Egipto, funciona medio bien al pensar en cómo hablar de Alejandría desde, en este caso, Barcelona. A juzgar por el tiempo de las noticias de última hora, a Alejandría yo llegué tarde, no solamente porque la ciudad cosmopolita y colonizada de antaño se desintegraba a golpe de salitre y corrupción, sino porque enero de 2011 ya había pasado y julio de 2013 acababa de terminar. Pero según el reloj de mi teléfono, llegaba con puntualidad a la inauguración de un régimen militar renovado, recién amueblado y listo para entrar a vivir; un largo momento parapetado hasta los dientes con armamento y retórica post-revolucionaria.
Visto de lejos, el tiempo en Alejandría rebota entre el meridiano de Greenwich, el mito revolucionario y la fantasía cosmopolita. Visto de cerca, hacen falta rodeos para escribir sobre Alejandría, porque es una ciudad de mal retratar. En imágenes es siempre evocadora y fea y hermosa. En relato es meramente anecdótica o abrumadoramente histórica, y cada día de hoy en día es un lugar cansado y en marcha. La ciudad que intento contaros es un lugar instalado en la ciclotimia que acompaña los procesos de cambio (llámense revolución, involución o traslación). Donde a veces la represión puede con todo y donde otras veces nos ponemos el mundo por montera. Dónde vivir, hacer e imaginar son mecanismos de supervivencia.
HACER | A veces bastan movimientos, de velocidad o de lentitud, para rehacer un espacio liso.Evidentemente, los espacios lisos no son liberadores de por sí. Pero en ellos la lucha cambia, se desplaza, y la vida reconstruye sus desafíos, afronta nuevos obstáculos, inventa nuevos aspectos, modifica los adversarios. Nunca hay que pensar que para salvarnos basta con un espacio liso.
Gilles Deleuze, Félix Guattari: Mil mesetas 506
Entre Alejandría y Cairo existe la simbiosis propia de las capitales y sus ciudades de provincias: compiten y se retroalimentan. En fin de semana circulan los cairotas hacia Alejandría y los alejandrinos hacia El Cairo. Las conversaciones y los proyectos se tantean en el café de una ciudad y toman cuerpo en un bar de la otra. Los espectáculos y las exposiciones se desplazan del interior a la costa. La capital cultural de Egipto son dos ciudades y muchos límites. Empezando por todos los Egiptos que quedan fuera del mapa, seguidos por los imposibles intrínsecos a un sistema dictatorial dónde las leyes y la autocensura esbozan lo que se puede y lo que no se puede hacer. En una realidad delimitada, lo artístico sucede “haciendo como si”, construyendo espacios a veces físicos, a veces relacionales, pero siempre temporales (en función de los caprichos de la autoridad competente) dónde se hace como si se pudiera hacer y decir libremente.
De este modo persisten en Alejandría lugares como Wekalet Behna , que es un espacio cultural dedicado a las artes visuales que se despliega en los antiguos locales de una de las primeras productoras y distribuidoras de cine de Egipto. O como Janaklees, que es un piso de techos altos gestionado por un grupo de artistas jóvenes donde a veces se hacen conciertos, a veces exposiciones y a veces reuniones de amigos que discuten. O como el Jesuits Cultural Centre, donde además de un café, hay uno de los pocos teatros plenamente equipados en los que se pueden presentar propuestas independientes o documentales sin pasar por el tamiz policial. Cada uno de ellos es de su padre y de su madre con matices de enfoque y de método, pero comparten, no sólo el público, sino también y sobre todo, la asunción de que para que circulen las ideas tiene que correr el aire y la confianza mutua.
Pero los espacios lisos, dónde el trayecto es más importante que los puntos de partida y de llegada, son también una red de relaciones y afectos. Son afinidades que se ponen en práctica en forma de fechas en el calendario cultural de la ciudad. Por eso cuando llega el sábado te diriges al viejo Cine Amir que se viste de Zawya y propone cine independiente seleccionado y gestionado por un colectivo de cineastas de El Cairo y de Alejandría. Y si termina abril, empieza el festival Lazem Masrah, que se traduce más o menos como “teatro imprescindible” y se dedica precisamente a eso; a generar momentos de creación y muestras de teatro tan necesario como experimental, dónde se encuentran propuestas nacionales e internacionales que piensan sobre el teatro y sus alrededores. Y si llega la primavera, el festival Nassim el Raqs está al caer. Nassim el raqs, que significa “brisas de danza”, se expande por Alejandría generando procesos de creación casi siempre coreográfica en los espacios públicos de una ciudad altamente controlada.
IMAGINAR
La emboscada de sal se rizó en mi garganta.
Mis ojos saltando desde las olas hasta la orilla, profundizando en mi pecho.
Confesé que nadar hacia delante me estaba alarmando, y las palabras apenas rebotaron, girando a través de la pausa hasta que propuse un juego.
-¿Por qué no nadamos todos de espaldas?
Khalid Abdallah Swimming backwards
© Marta Vallejo: documentación del proyecto Horizontes
Cada acto de creación en este lugar es, en estos momentos, un ejercicio de militantismo artístico y ciudadano. Son ejercicios de ficción que mantienen el círculo abierto para que la ciudad evolucione en espiral o en línea discontinua, hacia un futuro un poco más real que lo que la realidad permite. Se trata de procesos de creación a menudo colectiva, que beben de las redes de afecto tejidas en el afán de pensar juntos cómo hacer tangible la distancia entre lo vivido y lo imaginado. Buen ejemplo de ello es la revista Tar al Bahr, un proyecto editorial liderado por un grupo de escritores y lectores alejandrinos que se dedica a repensar la experiencia urbana en esta ciudad costera. La revista es como un salón de lectura dónde gentes muy distintas comparten miradas críticas sobre el relato oficial de lo alejandrino, ya sean investigaciones históricas, ejercicios poéticos o críticas de la última exposición que se ha inaugurado. Una forma de reconstruir los cimientos sobre los que se asienta la historia presente de Alejandría.
Otra concreción de lo imaginable es la oleada de investigaciones sonoras que se han sucedido durante los últimos años como aproximaciones desde los márgenes de lo factible que, apelando a lo sonoro, exploran las formas de ser y estar en la ciudad. Cuando filmar, fotografiar y actuar en el espacio público supone un riesgo plausible, escuchar y componer las dimensiones sonoras de lo urbano permite arañar los hechos: desde el ejercicio de mapeo sonoro de Alexandria Streets Map hasta las deambulaciones sonoras del colectivo Ici-Même, pasando por el proceso de composición colectiva resisitance(((s)))ound, realizado a partir de grabaciones de campo por el artista sonoro Khaled Kaddal y el sociólogo Mohamed Hussein Ezz, en colaboración con la que escribe.
Mi última tentativa, antes de llegar aquí para buscar en google la hora exacta de Barcelona, ha sido el proceso Horizontes: una investigación visual y literaria acerca de los significados posibles de la palabra horizonte percibida desde Alejandría. Hablar del horizonte supone abrirle un paréntesis a la realidad, parar el tiempo y darse tiempo, para luego volver al día a día con una palabra renovada que signifique lo que nosotros decidamos.
Porque imaginar Alejandría necesita (si se quiere romper el vacío que han dejado las cáscaras del mito cosmopolita y la desazón revolucionaria) de conversaciones extensas y tiempos largos. Para imaginar junto al mar que podemos (si queremos) alcanzar el horizonte nadando de espaldas a la ciudad que nos imponen.
Fotografías del Proyecto de Marta Vallejo Alexandria Why?
+ Marta Vallejo Herrando: Licenciada en ciencias políticas y otros tantos posgrados, en mi carrera profesional conjugo la gestión de proyectos culturales, las intervenciones artísticas y el impacto político. He vivido en Dakar, trabajando para el programa de cultura y desarrollo de la AECID y para el centro de arte multimedia Kër Thiossane. Los últimos tres años los he pasado en Alejandría mirando el mar, trabajando en la Fundación Anna Lindh y haciendo cosas delicadas. Como miembro del colectivo de arte La Companyía, desarrollo múltiples proyectos centrados en los procesos de creación colectiva, movilizando una red informal de artistas, activistas, investigadores, vecinos y amigos en crecimiento perpetuo. Como artista, mantengo el registro de tales experiencias a través de lo escrito en las libretas y en la revista Nativa, así como en las más variopintas investigaciones visuales y performativas.
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