“… Siento que este premio no es solamente para mí, sino para el mundo indígena y mestizo del que vengo, cuya potencia creativa está aún por desplegarse para ser todo lo que puede llegar a ser. En un sentido profundo mi obra es el cuerpo fructífero del hongo subterráneo invisible que es el mundo nativo de esta Tierra. El León de Oro confirma la potencia de las obras y memorias negadas que al ser reconocidas pueden fertilizar la creación de otros mundos posibles… Nuestro arte y conciencia pueden jugar un papel en la necesidad urgente de alejarnos de la violencia y la destrucción, para salvar nuestro medio ambiente de un colapso inminente…”
Con estas palabras se mostraba emocionada, hace unos días, la artista de origen chileno Cecilia Vicuña, al recibir el León de Oro de la LIX Muestra Internacional de Arte de Venecia por su trayectoria. No menos emocionante es saber que las artistas Sonia Boyce, Simone Leigh y Katharina Fristch han sido también galardonadas, pese a que desde hace mucho tiempo se ha pasado por alto sus carreras prolíficas. Con un jurado presidido por Adrienne Edwards y compuesto por Bonaventure Soh Bejeng Ndikung, Lorenzo Giusti, Julieta González y Susanne Pfeffer, el esperado evento gira en torno a cuestiones de género, colonialidad y medioambiente.
Concebida por la comisaria Cecilia Alemani, en esta bienal las protagonistas son mujeres y personas de género no binario y fluido: doscientos trece artistas procedentes de cincuenta y ocho países distintos “que imaginan una condición post-humana desafiando la supuesta condición occidental que utiliza al hombre blanco como medida de todas las cosas”, en palabras de la propia comisaria. Se trata de una Bienal impregnada de arte visionario, compromiso político y deseo transformador.
59ª Bienal de Arte de Venecia, The Milk of Dreams, Venecia. Del 23 de abril al 27 de noviembre de 2022.
Cinco países participan por primera vez, como son la República de Camerún, Namibia, Nepal, el Sultanato de Omán y Uganda –que en su caso celebra doblemente, al recibir una mención especial por la exposición Radiance-they dream in time, comisariada por Shasheen Merali y que cuenta con los artistas Acaye Kerunen y Collin Sekajugo– además de que las Repúblicas de Kazajstán, Kirguistán y Uzbekistán, cuentan por fin con un pabellón individual.
De igual manera, Alemani ha sido la encargada de equipar a la Sección de Arte con una convocatoria para la inclusión de nuevas producciones de cuatro artistas jóvenes, como parte de The Milk of Dreams. Ellos son Simnikiwe Buhlungu, Ambra Castagnetti, Andro Eradze y Kudzanai-Violet Hwami.
El nombre de la presente muestra internacional de arte está inspirado en el título homónimo del libro infantil de la artista y escritora Leonora Carrington. Tal y como apunta de nuevo Cecilia Alemani, “las historias de Carrington presentan seres híbridos y mutantes, en un mundo fantástico en el que todo puede transformarse y convertirse en otra cosa”. Por otro lado, la concepción y puesta en marcha de la propia muestra de Venecia, atendiendo a la distancia por el estado de alarma, ha supuesto en sí mismo una transformación: trabajar principalmente de forma virtual ha (re)definido al ser humano, los cuerpos y el lenguaje; incluso lo (in)animado.
La Bienal es atravesada por una serie de preguntas de corte post-humano tales que ¿Qué responsabilidad tenemos hacia nuestros semejantes, las otras formas de vida y el planeta que habitamos?, ¿cómo sería la vida sin nosotros?, con las que se invita a sacudir el pensamiento hegemónico. A través de las mismas, la estructura occidental y monolítica es reemplazada por múltiples visiones permeables e híbridas, con la esperanza de que esta intención no ocurra sólo en una dimensión fantástica o cerrada.
Bajo una especie de “cápsulas del tiempo”, las obras presentadas en la exposición –y su organización entre ellas–, parecen anunciar que algo está cambiando. Dichas cápsulas marcan el itinerario expositivo, las cuales agrupan obras y objetos históricos –casi todos ellos del siglo XX–, que han inspirado ideas y formulaciones contemporáneas. La propia Cecilia comenta acerca de ello: “Este diálogo entre obras históricas y contemporáneas creará distintas temporalidades, para interrogar e incluir la centralidad de algunas historias menores”. Es así por ejemplo que, una de dichas cápsulas, llamada La cuna de la bruja (homenaje a Maya Deren), reúne una serie de obras centradas en el dominio de lo maravilloso y lo fantástico y acoge historias relacionadas con los cuerpos desobedientes, atribuibles a su vez no solo a los movimientos de vanguardia de principios del siglo XX tales que el Surrealismo, el Futurismo y la Bauhaus, sino también a la Negritud y el Renacimiento de Harlem.
Aprovecho para hablar de varios pabellones y artistas presentes en la Bienal, una excusa perfecta para enlazar con creadoras que, desde el territorio español o conectados a él, constatan el compromiso y la necesidad de re-imaginar-avivar-inventar-proyectar la memoria y los discursos, al igual que las épocas históricas y los momentos presentes-futuribles, facilitando el “vivir y morir mejor”. En palabras de Donna J. Haraway, tan presente en este evento. Sin duda, la Bienal de Arte de Venecia 2022 supone un claro ejemplo de relato abierto, con múltiples conexiones y lecturas.
Empiezo por el Pabellón de Chile con su proyecto Turba Tol Hol-Hol Tol que, en lengua Selk’ham quiere decir algo así como el corazón de las turberas. Bajo forma de cobijo donde detenerse y compartir, éste es un proyecto colectivo ideado por Camila Marambio y centrado en las turberas, humedales caracterizados por ser ecosistemas muy eficaces a la hora de acumular carbono. Se trata de un trabajo colaborativo en el que confluyen arte, ciencia y saberes tradicionales de forma transdisciplinar.
Las turberas no pueden ser entendidas sin la comunidad Selk’ham, de aquí que este proyecto haya contado con la participación de Herma’ny Molina y la Fundación Hach Saye. Hijos y nietos de pueblos originarios entretejen y recuperan una cultura milenaria. Como harían los ancestros, ahora toca proyectarse para “criar y hacer crecer” el frágil legado con el que cuentan, de cara a las próximas generaciones.
Si entramos en el pabellón de Chile rodeados de turba, bien podría tener lugar en él la pieza de artes escénicas de Mara Ortiz, India, que justo cuando terminaba las funciones en la Sala Fénix de Barcelona, empezaba la Bienal. En India, Mara sobrevuela la atemporalidad: «En un futuro post apocalíptico India despierta para revisar el pasado. La obra recorre la historia de vida de tres mujeres, construyendo un relato tridimensional donde el pasado, presente y futuro se cruzan dando cuenta de las vastas y complejas relaciones entre racismo, fuerza de trabajo y género. El cuerpo de la India habla de colonialismo todavía hoy, y lo hará mañana. En ella se inscribe la historia de generaciones que han callado para sobrevivir: la historia de América Latina colonizada. Un viaje hacia las raíces, un manifiesto sobre cómo los cuerpos marrones hablan de la historia que nos han ocultado».
Mara Ortiz añade: «Me presento como intérprete, bailarina, docente e investigadora escénica. Confío en el movimiento y la escena como lugares seguros en los que habitar infinitas posibilidades del tiempo y el espacio, soy materia. Mi cuerpo oscila entre la historia de mis ancestros y el futuro que se construye hoy, reviso la historia colectiva. Mi danza se alimenta de las personas que me acompañan».
Turba Tol Hol-Hol Tol. Pabellón de Chile. Venecia, 2022 ©Ugo Carmeni 2022
Mara Ortiz, India. Sala Fénix. www.salafenix.com
El Pabellón de Estados Unidos lo presenta la artista afronorteamericana Simone Leigh. Cuando recibió el encargo, uno de los más prestigiosos del mundo, sabía que era la primera artista negra en representar al país, pero no que sería la primera en hacerse con el León de Oro por su obra y por el planteamiento expositivo. Simone celebra la mujer negra con esculturas de gran formato, vídeo y performance, desplegando narrativas que conectan historias, culturas, expresiones artísticas y arquitectura –del continente madre y su diáspora, del colonizador y colonizado, entre otros–, con la clara intención de ir desechando el relato unívoco y –aparentemente– inamovible.
Ejemplo de ello es la intervención en la fachada del edificio neo-palladiano que sirve de pabellón estadounidense, el cual adquiere una expresión africana. Las columnas son ocultadas y rematadas por postes de madera, los techos de paja y rafia coronan de forma orgánica la arquitectura original ordenada. Esta intervención nos recuerda a los visitantes de la Exposición Colonia de 1931 en París, en la que se invitó a las diferentes naciones a exhibir sus “territorios conquistados” imitando la arquitectura local e incluyendo a “nativos” en el despliegue escénico.
Obras de cerámica como Satélite, reflejan un busto de mujer utilizado por la comunidad Baga de África Occidental. De igual manera, Martinica hace referencia a una estatua de la primera esposa de Napoleón Bonaparte (la estatua fue decapitada en 1991) y Jug, entre otras, es una especie de jarra que hibrida la cerámica de Carolina del Sur con los cauríes, en una suerte de útil doméstico animado.
La mujer como cuerpo y arquitectura. Auto-determinación de la femineidad negra. Majestuosa y sin titubeos, así se presenta Sovereignty, la propuesta de Simone Leigh para el pabellón norteamericano de la Bienal, a su vez encargo del Institute of Contemporary Art/Boston.
«Ser soberano es no estar sujeto a la autoridad de otro, los deseos de otro, la mirada de otro, sino ser autor de la propia historia», en palabras de la propia artista.
«Las obras escultóricas a gran escala de Leigh unen formas derivadas de la arquitectura vernácula y el cuerpo femenino, plasmándolas a través de materiales y procesos asociados con las tradiciones artísticas de África y la diáspora africana, redefiniendo las nociones de espacio, tiempo y existencia. Sovereignty mezcla historias y narraciones dispares, incluidas las relacionadas con las representaciones rituales de los pueblos Baga en Guinea, la cultura material afroamericana temprana del distrito de Edgefield en Carolina del Sur y la histórica Exposición Colonial de París de 1931. Con una serie de nuevos bronces y cerámicas, Leigh interviene imaginativamente para llenar los vacíos en el registro histórico al proponer nuevos híbridos». Extracto de la web de la Bienal de Venecia 2022, a colación de la obra de Leigh.
Justo el uso de rafia de Leigh para su obra Alacena, entre otras, me hace pensar en la de Carla Hayes Mayoral, actualmente desplegada en el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid, bajo el título Memorias Mestizas. En ella Carla nos interpela acerca del pasado colonial de España y del Viejo Continente desde la identidad mestiza de la propia artista. Combinando materiales, elementos y referencias de la cultura africana, así como del imaginario colectivo occidental, Hayes Mayoral realiza un despliegue escénico y una serie de encuentros-diálogos que trastocan la noción de poder.
Simone Leigh, Alacena, 2022. Rafia, acero y gres esmaltado. © Designboom
Carla Hayes Mayoral, Sin título, 2021. Rafia bordada sobre lona impresa. Fuente: Museo Thyssen
Por último, me gustaría apuntar a una serie de artistas que tienen gran capacidad visionaria –de hecho, desde mi punto de vista lo son–, los cuales se entre-conectan desde diferentes lugares y generaciones, presentes o no en la Bienal. Me refiero a Tau Lewis, Pocho Guimaraes, Meta Vaux Warrick Fuller y Josefa Tolrà, respectivamente.
La primera de las artistas es la joven artista Tau Lewis con su propuesta Divine Giants Tribunal en la Bienal quien, en palabras de Madeleine Weisburg: «Transforma textiles y artefactos recolectados a través de minuciosos procesos de costura y acolchado en talismanes imaginarios y seres mágicos que habitan mundos de ciencia ficción. Al recordar las obras de las quilters de Gee’s Bend, los textiles de Faith Ringgold, los ensamblajes de Betye Saar y las esculturas de «chozas» de ensueño de Beverley Buchanan, Lewis crea monumentos subversivos, rindiendo homenaje a las filosofías del ingenio material como un acto de pertenencia a través de la diáspora. Al activar la maleabilidad ideológica de los textiles y su asociación histórica con el trabajo feminizado, Lewis también disuelve el espacio entre los polos artístico y político, especialmente entre las prácticas tradicionalmente delineadas como artesanía, ritual o arte. La artista coloca los textiles y la artesanía en el centro de una exploración de la identidad, así como los cuerpos y la naturaleza. Sus seres fantásticos crecen como si pertenecieran a un jardín hecho a mano, recipientes protectores que se oponen, como ha dicho la artista, al mito de que no puede haber una relación nutritiva y curativa entre el cuerpo negro y el paisaje. En la nueva serie de Lewis, Divine Giants Tribunal (2021), presenta máscaras de escala épica, que miden tres metros de altura. Cosidas a mano con telas de desecho, pieles y cueros, estos rostros monumentales crean un linaje material no solo con el propio trabajo de Lewis, sino también con objetos y simbología míticos. Inspirándose en las máscaras yoruba y los escritos del dramaturgo nigeriano Wole Soyinka, Lewis dramatiza las mitologías de otro mundo arraigadas en estas formas de máscara».
Observando las obras de Lewis no puedo dejar de pensar en los textiles escultóricos de Pocho Guimaraes, que justo ahora expone en la galería sudafricana Ebony Curated.
Tal y como el artista comenta, a propósito de su charla Tejiendo líneas de “viaje-en-lo-invisible”: «Mi sinuosa y dispersa línea de vida se inició en Moka, Bioko, en 1951, partiendo de una doble raíz étnica: krió-portuguesa por parte de padre y bubi por parte de madre. Durante mi infancia en Moka, mi educación corrió a cargo de mi abuelo materno, D. Francisco Malabo, descendiente del legendario Rey Moka, que me impregnó de lo poco que la colonización española y el catolicismo claretiano habían permitido que sobreviviera de la tradición cultural bubi, aunque entre ese poco se encontraba lo esencial, o al menos lo que para mí llegaría a ser esencial. Me inicié en el rito bonkó de los fernandinos y oí por primera vez “la Voz del Espíritu”. Aprendí a tejer tapices y busqué experimentar con la fusión de las diversas disciplinas y técnicas. En Malabo, donde intenté recuperar la tradición ritual del bonkó criollo, al que encontré degenerado en espectáculo folklórico, y en Moka, donde –reviviendo la memoria infantil de la educación recibida de mi abuelo- restablecí, de forma heterodoxa más no por ello menos fiel, el contacto perdido con los bajula (“espíritus”) y acepté la tutela y guía de mi morimó protector redescubierto. Toda mi vida y obra artística desde entonces ha sido fruto del re-encuentro de esas fuentes vitales y del re-arraigo en el territorio físico y simbólico de mi infancia y de mis antepasados, aunque sólo haya llegado a hacerme plenamente consciente de ello más tarde, ya fuera de Guinea de nuevo».
Tau Lewis, Divine Giants Tribunal (detalle). Fuente: www.labiennale.org
Pocho Guimaraes, Textiles disidentes (detalle), 2020. Cortesía del artista
Cierro con dos magas, Meta Vaux Warrick Fuller y Josefa Tolrà, presentes en la Bienal. Predecesora del Renacimiento de Harlem, la artista afroamericana Meta Vaux Warrick Fuller escribió poesía, pintó y esculpió, cultivándose en el arte alegórico egipcio y etíope, convencida de que llegaría una nueva era. Su obra y vida –ambas con fuerte compromiso social–, ocurrían en un momento en que la comunidad afroamericana era suprimida por la cultura dominante y más, el hecho de que una mujer negra tuviera formación y trayectoria artística formal. Durante su estancia en París, trabajó para Auguste Rodin y conoció al teórico y editor W.E.B. Du Bois, quien más tarde le proporcionaría importantes encargos escultóricos, incluida su famosa obra de 1921, El despertar de Etiopía. La escultura, que retrata a una esbelta mujer negra que se quita un vestido funerario del antiguo Egipto, con la mano derecha sosteniendo el extremo de la tela blanca sobre su pecho, refleja un intenso interés por la África imaginada, como una nueva articulación de la identidad de la cultura afroamericana, basada en el orgullo y la liberación.
En 1880 –tres años después del nacimiento de Meta Vaux– llegaba a este mundo Josefa Tolrà, también presente en la Bienal. En palabras de Pilar Bonet, presidenta de la Fundación Josefa Tolrà: «Esta Biennale es su espacio compartido, (Josefa) se ha encontrado en una sala donde poder dialogar… Una estancia de mujeres visionarias, capaces de mirar muy dentro de ellas y también de recorrer el muy lejos de ellas… Entre 1941 y 1959, Josefa Tolrà realizó más de un centenar de dibujos, ilustró y escribió numerosas libretas, compuso poemas, transcribió textos y bordó mantones con formas fluídicas. Actividades que llevaba a cabo desde su experiencia como médium en contacto con los espíritus de los muertos. Una actividad paciente y entregada que hacía en casa sin dejar de atender a la familia y a los vecinos que la visitaban para requerir su ayuda como vidente y sanadora. Mujer apacible, comenzó a dibujar para superar la enorme tristeza que le ocasionó la muerte de dos hijos: “solo cuando dibujo me siento en paz”, decía en muchas ocasiones… Jamás se quiso artista ni buscó el reconocimiento, dibujar era un antídoto contra el orden racional para superar el dolor existencial. Sin estudios ni influencias artísticas, su obra es espontánea y, a la par, detallista, hecha en el ejercicio de la paciencia gráfica y la inspiración extrasensorial».
Pienso en la conexión entre Warrick Fuller y la Tolrà. De cómo el arte es capaz de permear y trastocar la historia. Sin duda alguna, la Bienal de Arte de Venecia de este año es un buen ejemplo de ello.
«Importa qué historias contamos para contar otras historias, importa qué nudos anudan nudos, que pensamientos piensan pensamientos, qué descripciones describen descripciones, qué lazos crean lazos. Importa qué historias crean mundos y qué mundos crean historias». Donna J. Haraway: Seguir con el problema.
Retrato de Meta Vaux Warrick Muller. Fuente: Wikiart / Josefa Tolrà, Figura con mantón bordado, 1946. Fotografía: Xavier Arenós. Colección privada. © Fundación Josefa Tolrà
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María Bueno (IG: @mb.mariabueno / FB: María Bueno) es artista plástica formada entre Europa y EE.UU. apasionada del arte y la cocina, así como de la vinculación entre ambos. María Bueno practica un activismo cultural que, ya sea a través de sus propias obras y recetas culinarias o a través de trabajos colaborativos, comisariados y textos publicados, atienden al concepto de MEMORIA colectiva. Sus proyectos de sesgo social han sido recogidos en el New York Times.
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