Lekki, estado de Lagos. Ocho de la tarde. Se oyen balazos y gritos de auxilio. La multitud, guiada por la deejay Switch, reacciona desesperada ante la ofensiva de quienes deberían protegerles. Se habla de 10 muertos, tal vez sean más. Entre todo el caos es imposible de determinar. A las autoridades poco les importa, notificarán las mínimas bajas posibles y las justificaran por la violencia de los protestantes. Pero Switch y otros personajes influyentes que han presenciado los hechos se asegurarán de denunciarlo al mundo con sus teléfonos móviles, acompañando los inquietantes detalles con evidencias gráficas del ataque. Se trata de una nueva era, el abuso ya no queda impune.
© Anthony Ayodele Obayomi
La brutalidad policial del 20 de octubre en la ciudad de Lekki, Nigeria, fue acompañada por un toque de queda de 24 horas y el despliegue de las fuerzas militares para controlar las manifestaciones en respuesta a la violenta represión. En el gigante africano, el abuso militar y policial no es nada nuevo. En el país ya existía un problema social y sistemático desde hace décadas. Se pueden observar enormes disparidades. Por un lado, goza de una ingente cantidad de recursos naturales y materias primas. Pero por otro, es de los estados más desiguales del planeta. Habrá quien se pregunte cómo es esto posible. Bien, si a un país recién salido de una colonización le sumamos un gobierno sin ningún tipo de estructura clara y una clase política sedienta de poder, el resultado es este. Una nación con tremendo potencial, pero sin instituciones ni instrumentos que permitan alcanzarlo. La corrupción y la represión son el pan de cada día.
Las denuncias por ejecuciones ilegales, palizas, agresiones sexuales, vejaciones, y un largo etcétera de violaciones de derechos fundamentales llevaban siendo recogidas y documentadas por múltiples organizaciones tanto intranacional como internacionalmente desde hace décadas. Como es el caso de Youths For Human Rights Protection And Transparency Initiative. No obstante, estas reclamaciones acostumbraban a ser ignoradas por completo.
No ha sido hasta este octubre que el mundo ha reparado, aunque de manera momentánea, en la tremenda corrupción de las fuerzas de seguridad nigerianas. Salió a la luz un video que evidenciaba gráficamente la impunidad con la que actuaban los agentes del escuadrón Anti-Robos [Special Anti-Robbery Squad – SARS]. En el video se ve cómo asesinan a un joven indefenso en Ughelli, una ciudad del estado de Delta. La publicación de estas imágenes causó un gran impacto en la opinión pública. Ante las fuertes quejas, las autoridades alegaron lo que ya se esperaba: que el video era una manipulación, y que el autor ya había sido detenido. El portavoz de la Fuerza Policial de Nigeria, Jimmoh Moshood, negó los hechos y defendió el papel del cuerpo SARS en la sociedad nigeriana. Ante esta negativa a admitir responsabilidades, comenzó una ola de protestas en la antigua capital y ciudad más poblada, Lagos, y el resto de urbes del país. Muchos jóvenes tomaron las calles para exigir la disolución del cuerpo SARS. Sus demandas eran claras. Exigían la liberación de todos los manifestantes arrestados a lo largo de las protestas, así como justícia y compensaciones económicas para las familias de las personas ejecutadas por la policía. Pidieron también la creación de un cuerpo independiente para investigar todas las denuncias por mala conducta policial, y la realización y la publicación de éxamenes psicológicos de los comisarios policiales antes de que puedan ejercer sus cargos. Por último, reclamaron una subida de sueldos adecuada para los agentes de policía de bajo rango. De este modo se evitaría o se reduciría enormemente el riesgo de sobornos y corruptelas similares.
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© Ifebusola Shotunde
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Corrupción endémica
Tras lograr la independencia del Reino Unido en 1960, se planteó un dilema territorial en el país. El debate estaba en si cada una de las tres regiones surgidas después de la nueva situación política debía tener su propio cuerpo policial; o si por el contrario debía haber una sola fuerza unificada. Es entonces cuando nació la Fuerza Policial Nigeriana, controlada por el gobierno federal. La preocupación por la posible toma de poder de los responsables de cada territorio en caso de hacer un cuerpo para cada región era demasiado grande. Esta preocupación por un exceso de poder de los lideres policiales era justificada, ya que en las dos décadas anteriores había existido un abuso del control e incluso se coaccionaba a los votantes en las elecciones locales.
Lamentablemente el país dejó atrás la opresión británica para caer en las manos de otra tiranía, la de las fuerzas de seguridad. Desde 1960 hasta la actualidad, Nigeria ha funcionado como un estado policial. Las calles están llenas de militares armados, que hacen y deshacen a su antojo, e infligen violencia de manera indiscriminada a cualquiera que no ceda a sus exigencias. Si bien es cierto que ha habido algunos cambios en el sistema político y social durante los últimos tiempos, pero está claro que han sido mínimos.
El SARS es un cuerpo policial Anti-Robos creado en 1984 para apaciguar la situación de caos y violencia que se vivía tras obtener la independencia del Reino Unido. En aquel momento eran frecuentes delitos como los robos y los secuestros. Si bien que desde su creación este cuerpo policial ha contribuido a una reducción considerable del crimen, los males que se le atribuyen a lo largo de su historia son mucho mayores. Durante décadas ha recibido numerosas acusaciones de corrupción, abusos policiales y malos tratos hacia la población civil. El cuerpo policial se acabó convirtiendo en lo que decía perseguir, una auténtica organización criminal que funcionaba además con impunidad.
Sin embargo, centralizar el poder policial no salvó de la corrupción policial y militar al pueblo nigeriano. Un ejemplo de ello fue cuando las autoridades militares irrumpieron en la casa del artista y activista social Fela Kuti en el año 1970. Durante una violenta redada su madre, la también activista Funmilayo Kuti, murió tras ser empujada desde un segundo piso por agentes de la policía.
Es sabido que el compositor, padre del afrobeat y activista social Fela Kuti usaba sus canciones para denunciar las injusticias que se vivían en su país y señalar con el dedo a los culpables. Y eso, a la policía nigeriana, no le gustaba. El artista sabía que lo vigilaban de cerca, y que su familia también estaba en el punto de mira de las autoridades. No es de extrañar, pues Kuti procedía de una estirpe muy activa en la lucha social. Su madre, Funmilayo Ransome-Kuti era maestra, política y militante muy activa por los derechos de la mujer en Nigeria. Tanto es así que se le prohibió viajar durante la Guerra Fría por sus contactos comunistas en el Bloque del Este. Las autoridades la consideraban un peligro público por sus ideas progresistas. Ni su discurso, ni el de su hijo interesaban a la élite nigeriana. Eran frecuentes las “visitas” de la policía y los militares a su casa para vigilar sus movimientos. Eso fue lo ocurrido en febrero de 1977, cuando cerca de 1000 policías armados asaltaron la casa y estudio del artista y arrojaron su madre, Funmilayo Kuti , por la ventana. Tras la agresión la activista quedó en coma, estado en que permanecería hasta su fallecimiento en febrero del año siguiente. Esta pérdida no hizo sino incrementar la lucha de Fela Kuti. Lejos de amedrentarlo, el ataque alimentó su sed de justicia social.
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La activista afrofeminista Chimamanda Ngozi Adichie, los artistas Falz o Runtown, el premio Nobel de literatura Wole Soyinka. Infinitas son las voces que claman contra la corrupción que empapa a todos los aspectos de la vida cotidiana en el país africano. Soyinka, en particular, ha cargado contra los que critican el impacto negativo que podrían tener las protestas sobre la economía del país. “ Resulta patético asegurar, como algunos han hecho, que las protestas continuadas dañan la economía nacional. El covid-19 sí que ha golpeado la economía del país durante ocho meses”, asegura el escritor. El movimiento para acabar con el SARS ha traspasado fronteras. Muchos nigerianos expatriados, ciudadanos de la diáspora africana en general, junto a figuras públicas se han eco del movimiento y han viralizado la protesta con el hashtag #EndSARS
Los eventos del pasado mes de octubre, que reflejan la impotencia y el hartazgo de la sociedad nigeriana, se ha convertido en un auténtico movimiento político en un país en que la mayoría de su población es menor de 19 años, lo cual ha contribuido muchísimo a la efectiva difusión de lo acontecido a tiempo real. Los jóvenes compartían y actualizaban al mundo en tiempo real sobre los acontecimientos. Es inevitable comparar este despertar social con el movimiento iniciado tras el asesinato a manos de la policia estadounidense del afroamericano George Floyd en el mes de mayo . La principal diferencia, eso sí, es que en el caso nigeriano se ha reclamado que la fuerza policial desaparezca íntegramente, mientras que en Estados Unidos el movimiento pide un cese parcial de la financiación a los cuerpos policiales y una redistribución de los partidas destinadas a la policía hacia sistemas de seguridad comunitaria no policiales. El objetivo en norteamérica es la reconfiguración total de los cuerpos de seguridad.
Pese a las distintas características de los movimientos de cada país, vemos que alrededor del mundo la brutalidad policial es una herramienta común para mantener los sistemas de inequidad y opresión intactos.
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Ahora se puede celebrar una pequeña victoria porque la voluntad popular ha prevalecido. Sus ciudadanos demostraron, que unidos y coordinados, el pueblo es capaz de provocar cambios en el país. El propósito de las protestas, disolver el SARS, ha sido alcanzado. La lucha ha prevalecido pese a la oposición de gran parte de los senadores, que trataron de criminalizar a los manifestantes. La llama ha sobrevivido a las tentativas de presión a los líderes del movimiento por parte de entidades como el Banco Central de Nigeria, que congeló las cuentas de algunos de los líderes más vocales durante las protestas sin explicación alguna. Con esta victoria, Nigeria se ha librado de un pequeño ladrillo de la podrida y faraónica estructura que representa la corrupción en la nación africana. El alcance de este mal es tan grande que harán falta décadas en alcanzar índices de transparencia aceptables y acordes con una potencia de sus características, pero con participación social y mucha, mucha tesón, el cambio para el gigante africano es posible.
Jenny Isiuwa Omoruyi Obazughamnwen. Estudiante de Periodismo de la Universitat Autònoma de Barcelona. Nacida en España en 1997 y de origen nigeriano. Me encanta leer y escribir. Tengo especial interés en las narrativas que van mas allá de lo común y que se salen del contexto occidental. En especial por las que proceden de África, un continente con una oferta cultural riquísima y muchísimo que ofrecer y desarrollar en todos los sentidos
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